Hasta hace poco era bastante reticente a emprender segundas lecturas, salvo casos muy especiales, pero este año, que ha sido pródigo en ellas, me ha enseñado que en realidad lo que se vuelve a leer tiene poco que ver con los recuerdos que me habían dejado ciertas novelas leídas hace años. Doña Perfecta, cuyo redescubrimiento ha venido patrocinado por el club de lectura de la Biblioteca Provincial, no ha sido una excepción. Donde yo había advertido a un personaje noble que tiene la mala suerte de caer en un lugar donde no es bienvenido, veo ahora una metáfora de las dos Españas, con Galdós ejerciendo de profeta muy a su pesar. En cierto modo, Doña Perfecta es una obra de contenido político en la que el escritor canario nos describe la escisión casi irreconciliable (como tristemente certificaron las Guerras Carlistas) entre dos maneras de entender el país: una moderna que mira a la ciencia y a Europa y que quisiera acabar con los inmensos privilegios de la Iglesia católica y otra absolutamente conservadora que vive mirando a un presunto pasado glorioso de la nación y quisiera volver a los tiempos del teocentrismo, siendo el catolicismo y España una misma cosa. En el discurso de don Inocencio, el sacerdote de Orbajosa, hay reminiscencias de la España de la Reconquista mezcladas con un falso deseo de martirio, puesto que en realidad lo que anhela su corazón es lo que acabaría sucediendo varias décadas más tarde: el surgimiento de una cruzada contra la anti-España:
"En aquel centro de corrupción (Madrid), de escándalo, de irreligiosidad y descreimiento, unos cuantos hombres malignos, comprados por el oro extranjero, se emplean en destruir en nuestra España la semilla de la fe... (...) Sé muy bien que nos aguardan días terribles; que cuantos vestimos el hábito sacerdotal tenemos la vida pendiente de un cabello, porque España, no lo duden Vds, presenciará escenas como aquellas de la Revolución Francesa en que perecieron miles de sacerdotes piadosísimos en un mismo día... Mas no me apuro. Cuando toquen a degollar presentaré mi cuello: ya he vivido bastante. ¿Para qué sirvo yo? Para nada, para nada, para nada."
La llegada de Pepe Rey, el protagonista, a Orbajosa, es ya premonitoria. Encuentra un paisaje desolado habitado por gentes tan ignorantes como orgullosas, que estiman que su tierra es la mejor del mundo. Algo de eso había advertido ya en sus viajes por España George Borrow, que detectó esa absurda soberbia en los pueblos más miserables. En Orbajosa, el único ser interesado por el conocimiento es don Cayetano, que resulta ser una caricatura de intelectual, un hombre un poco ido, empeñado en demostrar que los hijos de Orbajosa han estado presentes en todos los episodios de la historia patria a través de un método tan erudito como absurdo. La auténtica autoridad cultural del pueblo es don Inocencio, cuyas palabras cargadas de razones teológicas, conmueven el corazón de todo hijo de vecino. Pepe Rey se ha criado en ambientes más liberales y cuenta con estudios universitarios y un espíritu práctico y científico que choca de manera contundente con los usos tradicionales de un pueblo en el que la más mínima chispa va a hacer saltar las ganas de organizar partidas para rebelarse contra el gobierno central.
Hay una fuerza poderosa que mueve a los personajes, a doña Perfecta, a don Inocencio y a doña Remedios y esta no es otra que la ambición, la voluntad de dominio a través de la pureza que otorga la religión y la propiedad. Doña Perfecta está cómoda en su papel de cacique del pueblo y la llegada de su sobrino no es más que una molestia en su irreprochable vida. Entre ella y el cura manejan en la sombra los hilos del pueblo y saben insertar en las mentes simples las ideas de levantamiento y violencia sin que parezca que son ellos los que incitan, tan solo mostrando que la presencia de tropas gubernamentales en Orbajosa conspira contra sus intereses. Todo ello lo mezclan con la natural exaltación religiosa y la idea de guerra santa, conceptos que, como he dicho antes, sobrevivirían en ciertos círculos durante décadas y luego serían empleados como excusa para lanzar una guerra fraticida en nuestro país.
Me quedo con una de las frases del sabio don Inocencio, un maestro de las evasivas y de las indirectas de relamido discurso, en la que lanza sus dardos contra la ciencia moderna, ante el peligro de que acabe desbancando a los postulados de la teología como verdades indiscutibles:
"(...)la ciencia, tal como la estudian y propagan los modernos, es la muerte del sentimiento y de las dulces ilusiones. Con ella la vida del espíritu se amengua; todo se reduce a reglas fijas, y los mismos encantos sublimes de la Naturaleza desaparecen. Con la ciencia destrúyese lo maravilloso en las artes, así como la fe en el alma. La ciencia dice que todo es mentira y todo lo quiere poner en guarismos y rayas, no solo maría ac terras, donde estamos nosotros, sino también aelumque profundum, donde está Dios... Los admirables sueños del alma, su arrobamiento místico, la inspiración misma de los poetas. El corazón es una esponja, el cerebro una gusanera."
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