viernes, 22 de febrero de 2013
NO (2012), DE PABLO LARRAÍN. EL OTOÑO DEL PATRIARCA.
El otro día estuve viendo una entrevista con Augusto Pinochet, quizá la última que concedió antes de su muerte. En ella, el ex-dictador chileno intentaba presentarse como un viejecito entrañable que había hecho lo mejor para su país, sacrificándose por él en circunstancias muy duras. El clásico discurso del salvador de la patria al que los cadáveres le asoman por debajo de una abultada alfombra.
En 1988, con la intención de lavar su imagen internacional, el gobierno chileno convocó un plebiscito acerca de la continuidad de Pinochet en el poder. Es evidente que, gozando de un poder absoluto sustentado en el miedo y controlando todos los medios de comunicación, la victoria estaba asegurada. No obstante, para legitimar el proceso, se decidió conceder una franja diaria de quince minutos a la oposición al régimen: un oasis de libertad de expresión impensable apenas unas semanas antes.
Como reflejo de una época oscura, No es una película de visión incómoda, como si el espectador se asomara a una ventana desde la que se atisba la esperanza, a medio abrir. El formato de pantalla elegido no se usa habitualmente para el cine, sino que era el que se usaba para filmar reportajes televisivos en los años ochenta, por lo que la pantalla se encuentra constreñida, atrapada, mientras los personajes se mueven en este espacio limitado esperando ensanchar los horizontes de un país entero.
La historia podemos leerla en los libros de texto: el dictador convocó un plebiscito y perdió. Pero ¿cómo fue esto posible? Los cambios políticos y sociales a veces son provocados por acciones pequeñas inspiradas por héroes cotidianos. Solo el cine o la literatura son capaces de contarnos con el nivel de detalle exigido estas hazañas casi invisibles que acaban desmoronando a las más férreas dictaduras. René Saavedra (Gael García Bernal) es un joven publicista contratado por la oposición para que les asesore en la campaña antipinochetista. La idea de la oposición es ensañarse con el tirano mostrando sus crímenes y su violenta toma del poder. René sabe que esa es una estrategia equivocada, que lo único que va a conseguir es amedrentar aún más a la gente. Resulta paradójico que sean las técnicas publicitarias eficaces para vender un refresco o un detergente las mismas que resultan efectivas a la hora de convencer a los chilenos de que deben mirar hacia el futuro con esperanza. En realidad este discurso es muy parecido al de nuestra transición, aunque al menos en Chile se consiguió humillar al dictador y que abandonara el poder por la puerta trasera. El intento por parte del juez Baltasar Garzón de procesarlo por crímenes contra la humanidad quedará como un hito en el camino kantiano de establecer una justicia universal.
También es verdad que, si bien la oposición realizó una brillante campaña propagandística, las huestes del dictador, mientras se relamían esperando el momento en que los focos internacionales se apartaran de Chile para volver a la política habitual de represión, desarrollaron un trabajo desastroso con el producto que tenían que vender: las bondades de vivir bajo la bota de un dictador que cuando aparece en pantalla no puede disimular su aspecto de vampiro. Que pena que tipos como él y su admirado Franco acaben muriendo en la cama rodeados por la admiración de sus fieles. Aquí tienen ustedes el vídeo al que me refería al principio:
http://www.youtube.com/watch?v=FyFsEKXF9XA
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