Bertrand Russell es uno de mis escritores de cabecera, a pesar de que, por desgracia, tengo que evitar sus escritos consagrados a las matemáticas. Desciende de una línea de filósofos libres, como Voltaire, que afortunadamente van apareciendo aquí y allá en distintos momentos de la historia. Quien me conoce sabe que "¿Por qué no soy cristiano?" es uno de los libros que más me ha influido.Lo que más me gusta de Russell son sus ensayos divulgativos, esas pequeñas perlas de sentido común en los que el pensador se expresa con plena libertad, aún sabiendo que sus opiniones pueden ser escandalosas o incluso le pueden valer encontronazos con la justicia, como le sucedió más de una vez.
En el provocativo "Elogio de la ociosidad", Russell se atreve a arremeter contra la economía capitalista para abogar por su transformación en un sistema mucho más humano, donde se establezca un reparto equitativo del trabajo y la gente disfrute de tiempo libre para su desarrollo personal. ¿Una irrealizable utopía? Por supuesto que sí, por desgracia, pero una hermosa utopía, me atrevo a añadir:
El pensamiento de Bertrand Russell abarca casi enteramente el siglo XX y se nutrió en gran parte de los acontecimientos de los que fue testigo. El filósofo inglés gozó de tiempo en su larga vida (98 años) para estudiar y escribir acerca de una gran variedad de temas: matemáticas, lógica, ética, religión, historia... En su producción destacan sus escritos divulgativos, dirigidos al gran público. Los artículos suelen versar sobre asuntos de actualidad, escritos con sencillez, rigor y valentía, siempre bajo el prisma de su gran sabiduría y sentido común. Ganador del Premio Nobel de Literatura de 1950, fue definido como "un campeón de la humanidad y de la libertad de pensamiento".
El título de este conjunto de ensayos, "Elogio de la ociosidad"
puede parecer un contrasentido viniendo de un autor tan prolífico.
Partiendo del manido refrán que asegura que "la ociosidad es la madre de
todos los vicios", Russell realiza un análisis crítico de la carga de
trabajo que soportan sus contemporáneos. Distingue entre ociosidad
negativa, la de los terratenientes que viven del trabajo de los demás y
la positiva, la del trabajador que, una vez cumplida su obligación,
puede dedicarse a cultivar sus aficiones o a atender a su familia:
"El tiempo libre es esencial para la civilización, y, en épocas pasadas, sólo el trabajo de los más hacía posible el tiempo libre de los menos. Pero el trabajo era valioso, no porque el trabajo en sí fuera bueno, sino porque el ocio es bueno. Y con la técnica moderna sería posible distribuir justamente el ocio, sin menoscabo para la civilización."
En estos tiempos de altas tasas de paro, donde la carga de trabajo de los que conservan su empleo es cada vez mayor, sería bueno asomarse a las palabras de Russell, que postula las cuatro horas diarias como la jornada ideal que debe encomendarse a cada trabajador. Esto solo es posible a través de un sistema socialista de corte democrático, en el que el Estado tenga poder planificador sobre la economía y establezca las prioridades de bienestar de sus ciudadanos, algo parecido a lo conseguido por la socialdemocracia en los países del norte de Europa.
"Elogio de la ociosidad" parece haberse escrito ayer mismo, pero es un artículo de 1932. Desde hace años, muchos pensadores políticos vienen abogando por el reparto de un bien escaso como es el trabajo. Se conseguiría abolir el paro y dotar de mayor libertad a los trabajadores, cambiando la competencia feroz de las empresas por una cierta planificación dirigida por el Estado, lo cual evitaría escándalos económicos como los que el mundo padece desde hace unos años.
El Estado sería el garante del bienestar de sus ciudadanos, a los que se les asignaría de un equilibrio entre sus ganancias dinerarias y su disfrute del tiempo libre e incluso se incrementarían de manera notable sus posibilidades de formación y de participación democrática (aunque es razonable pensar que habría quien usaría su ocio para su embrutecimiento personal). Russell se atreve a hablar incluso de felicidad:
"Para que una población ociosa sea feliz, tiene que ser población educada y educada con miras al placer intelectual, así como a la utilidad directa del conocimiento técnico".
Resulta curioso constatar que para la consecución de esta razonable utopía Russell estudia incluso cual sería la arquitectura ideal de las viviendas de trabajadores: se trataría de grandes edificios dotados de un gran patio central donde se establecerían servicios comunitarios, como cocina o guardería para los niños, con lo cual las parejas ahorrarían mucho trabajo al volver a casa diariamente, y se fomentaría la vida vecinal.
Una de las obsesiones de Russell, de gran actualidad en los años treinta, cuando estos escritos fueron publicados, es la confrontación entre fascismo y comunismo. El filósofo es impecablemente crítico por los dos. Respecto al fascismo, se trata de un régimen racista, violento e irracional, fundamentado en la supremacía de unos hombres sobre otros. Tampoco se deja seducir por los cantos de sirena en los cayeron otros intelectuales de su tiempo respecto a la Unión Soviética. Russell entiende que el comunismo soviético se trata de una forma más de autoritarismo, en la que la explotación de los trabajadores se desplaza del patrón al Estado, que promete en todo momento una felicidad utópica en un futuro que no acaba de llegar nunca:
"Por mi parte, aun cuando soy un socialista tan convencido como el más ardoroso marxista, no considero el socialismo como un evangelio de la venganza proletaria, ni aun, primordialmente, como un medio para asegurar la justicia económica. Lo considero, en principio, como un ajuste a la producción mecanizada exigido por consideraciones de sentido común y calculado para incrementar la felicidad no sólo de los proletarios, sino de todos, excepto una exigua minoría de la raza humana."
La realidad económica de este momento tiene más que ver con la ficción que con los bienes materiales. Como si de un vidente se tratara, Russell dejó escrita estas reveladoras palabras, que engloban el gran problema de nuestro tiempo:
"No se consiente a un hombre que practique la medicina a menos que sepa algo del cuerpo humano, pero se consiente a un financiero que opere libremente sin el menor conocimiento de los múltiples efectos de sus actividades, con la única excepción del efecto que tengan sobre su cuenta bancaria."
Quizá vaya siendo hora de dejar atrás una economía basada en la especulación y en burbujas de deuda que acaban reventando y mirar hacia una economía mucho más sostenible, la economía basada en los bienes materiales, una economía verdaderamente democratizada, en la que sean partícipes todos los ciudadanos y no sólo unos pocos iluminados capaces de crear desastres globales con tal de obtener lucro personal. ¿Es esto compatible con el capitalismo? Quizá esta era la refundación de la que hablaba Sarkozy en los primeros momentos del desastre.
"El tiempo libre es esencial para la civilización, y, en épocas pasadas, sólo el trabajo de los más hacía posible el tiempo libre de los menos. Pero el trabajo era valioso, no porque el trabajo en sí fuera bueno, sino porque el ocio es bueno. Y con la técnica moderna sería posible distribuir justamente el ocio, sin menoscabo para la civilización."
En estos tiempos de altas tasas de paro, donde la carga de trabajo de los que conservan su empleo es cada vez mayor, sería bueno asomarse a las palabras de Russell, que postula las cuatro horas diarias como la jornada ideal que debe encomendarse a cada trabajador. Esto solo es posible a través de un sistema socialista de corte democrático, en el que el Estado tenga poder planificador sobre la economía y establezca las prioridades de bienestar de sus ciudadanos, algo parecido a lo conseguido por la socialdemocracia en los países del norte de Europa.
"Elogio de la ociosidad" parece haberse escrito ayer mismo, pero es un artículo de 1932. Desde hace años, muchos pensadores políticos vienen abogando por el reparto de un bien escaso como es el trabajo. Se conseguiría abolir el paro y dotar de mayor libertad a los trabajadores, cambiando la competencia feroz de las empresas por una cierta planificación dirigida por el Estado, lo cual evitaría escándalos económicos como los que el mundo padece desde hace unos años.
El Estado sería el garante del bienestar de sus ciudadanos, a los que se les asignaría de un equilibrio entre sus ganancias dinerarias y su disfrute del tiempo libre e incluso se incrementarían de manera notable sus posibilidades de formación y de participación democrática (aunque es razonable pensar que habría quien usaría su ocio para su embrutecimiento personal). Russell se atreve a hablar incluso de felicidad:
"Para que una población ociosa sea feliz, tiene que ser población educada y educada con miras al placer intelectual, así como a la utilidad directa del conocimiento técnico".
Resulta curioso constatar que para la consecución de esta razonable utopía Russell estudia incluso cual sería la arquitectura ideal de las viviendas de trabajadores: se trataría de grandes edificios dotados de un gran patio central donde se establecerían servicios comunitarios, como cocina o guardería para los niños, con lo cual las parejas ahorrarían mucho trabajo al volver a casa diariamente, y se fomentaría la vida vecinal.
Una de las obsesiones de Russell, de gran actualidad en los años treinta, cuando estos escritos fueron publicados, es la confrontación entre fascismo y comunismo. El filósofo es impecablemente crítico por los dos. Respecto al fascismo, se trata de un régimen racista, violento e irracional, fundamentado en la supremacía de unos hombres sobre otros. Tampoco se deja seducir por los cantos de sirena en los cayeron otros intelectuales de su tiempo respecto a la Unión Soviética. Russell entiende que el comunismo soviético se trata de una forma más de autoritarismo, en la que la explotación de los trabajadores se desplaza del patrón al Estado, que promete en todo momento una felicidad utópica en un futuro que no acaba de llegar nunca:
"Por mi parte, aun cuando soy un socialista tan convencido como el más ardoroso marxista, no considero el socialismo como un evangelio de la venganza proletaria, ni aun, primordialmente, como un medio para asegurar la justicia económica. Lo considero, en principio, como un ajuste a la producción mecanizada exigido por consideraciones de sentido común y calculado para incrementar la felicidad no sólo de los proletarios, sino de todos, excepto una exigua minoría de la raza humana."
La realidad económica de este momento tiene más que ver con la ficción que con los bienes materiales. Como si de un vidente se tratara, Russell dejó escrita estas reveladoras palabras, que engloban el gran problema de nuestro tiempo:
"No se consiente a un hombre que practique la medicina a menos que sepa algo del cuerpo humano, pero se consiente a un financiero que opere libremente sin el menor conocimiento de los múltiples efectos de sus actividades, con la única excepción del efecto que tengan sobre su cuenta bancaria."
Quizá vaya siendo hora de dejar atrás una economía basada en la especulación y en burbujas de deuda que acaban reventando y mirar hacia una economía mucho más sostenible, la economía basada en los bienes materiales, una economía verdaderamente democratizada, en la que sean partícipes todos los ciudadanos y no sólo unos pocos iluminados capaces de crear desastres globales con tal de obtener lucro personal. ¿Es esto compatible con el capitalismo? Quizá esta era la refundación de la que hablaba Sarkozy en los primeros momentos del desastre.
¿Utopía? ¿Quién sabe? No sólo el mercado puede ser enemigo de la puesta en práctica de esta teoría, sino nosotros mismos ¿Cuántos habitantes del mundo occidental no sabrían qué hacer con su tiempo libre? ¿cuántos renunciarían a lo superfluo en aras de una mayor vida personal o familiar?Quizá poco a poco se vaya extendiendo la idea de una valoración del tiempo de ocio y de un reparto del trabajo. De momento ya se van oyendo voces entre nosotros, la gente común; no hace mucho esta posibilidad sólo se encontraba en los libros de algunos filósofos y economistas.
ResponderEliminarMuy bueno tu artículo.
Besos
Victoria
A la hora de proponer soluciones, Russell se muestra aquí un poco ingenuo y contradictorio. Por ejemplo, rechaza la moral del trabajo, pero al mismo tiempo opina que las clases privilegiadas ociosas no hacen un buen uso de su tiempo libre porque se trata de personas que desconocen el trabajo. Igualmente, en otro de sus artículos admite que los conflictos humanos surgen de la naturaleza violenta del hombre, pero eso no le impide considerar posible un socialismo democrático y perfecto.
ResponderEliminarEn cualquier caso, en plena época de los totalitarismos, Russell mantenía posiciones políticas progresistas muy próximas a las de hoy. Y no era el único, lo que no deja de sorprender considerando lo que después pasó en Europa.
Miguel, ya sé que a vosotros los utópicos leer estas cosas os reconforta pero, ¿por qué no lees a Maquiavelo? No sé por qué pero me da la impresión que a Nicolás lo has dejado de lado. Maquiavelo es el gran antiutópico, el hombre con los pies en la tierra que dice que "si un hombre quiere ser bueno necesariamente fracasará en un mundo lleno de hombres que no lo son". ¿Te asusta leer esto? Un abrazo y sigue con este blog que para mí es excelente a pesar de su malsana inclinación por la utopía.
ResponderEliminarNo creo que Russell en el ensayo rechace la moral del trabajo, simplemente la pone en su justa medida, como algo necesario, pero que no tiene que ser la piedra de toque en la vida del hombre. Tampoco me definiría yo como un utópico, con lo pesimista que soy. Sí que he leído a Maquiavelo y conozco las prevenciones contra el buenismo, pero también se que la resignación tampoco es buena cosejera. En derecho político estudié los distintos sistemas que han existido y existen de organización de la sociedad y siempre me sedujo la socialdemocracia, donde se complementan en su justa medida libertad e igualdad. Creo que los mejores trabajadores, los que toman buenas decisiones, los líderes y los innovadores deben tener recompensas. Pero también creo que debe asegurarse un mínimo para la subsistencia de todo el mundo, lo cual enriquece a la sociedad en su conjunto. ¿Una utopía luchar por la dignidad de todas las personas? Una hermosa utopía entonces.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo a los tres y muchísimas gracias por participar en este debate.