Aunque no se puede decir que sea una película redonda, lo cierto es que este trabajo de Eastwood resulta muy interesante cuando reflexiona acerca de la manipulación que el gobierno de Estados Unidos realizó de la famosa foto de Joe Rosenthal. Como es tradición, la fotografía bélica siempre está unida a la polémica. Aquí el enlace:
A principios de 1945 la suerte de la Segunda Guerra Mundial estaba decantada claramente hacia los Aliados. En el frente del Pacífico, la caída de Japón sólo era cuestión de tiempo, pues los americanos llevaban muchos meses liderando una victoriosa (y costosa) campaña que iba desalojando al Ejército del Sol Naciente isla a isla, acercándose cada vez más al Japón. En esta tesitura, la conquista de la isla de Iwo Jima se hizo imprescindible para los americanos, sobre todo desde el punto de vista de su aviación, pues su aeródromo resultaba imprescindible para hacer más efectiva la campaña de bombardeo sobre las islas japonesas.
La isla de Iwo Jima
tiene una superficie de unos veinte kilómetros cuadrados y su negra
superficie es de origen volcánico, por lo que raramente crecen plantas
en la misma. Su principal característica es la presencia de un polvo
negruzco, una mezcla de cenizas, azufre y arena. Los japoneses, en
previsión del ataque del ejército americano, se dedicaron a fortificar
la isla a conciencia. Sus defensores no se hicieron ilusiones: sabían
que acabarían sucumbiendo ante el mayor poderío de sus enemigos, pero la
conciencia de estar defendiendo ya su propia patria les otorgaba una
motivación especial, por lo que casi todos los soldados japoneses
aceptaron que no saldrían vivos de la isla. De hecho, en la batalla de
Iwo Jima fueron escasas las rendiciones de soldados nipones.
"Banderas de nuestros padres" describe muy bien a través de sus imágenes el momento del desembarco del ejército americano en la isla. Un impresionante despliegue de barcos y aviones se posicionó ante la isla e inició un intenso bombardeo preliminar, que no sirvió de gran cosa frente a la profundidad de las posiciones defensivas, muchas de ellas excavadas en la misma roca. Los primeros soldados que desembarcaron lo hicieron sin oposición. Los japoneses esperaron hábilmente a que avanzaran algunos metros tierra adentro para iniciar un devastador fuego de artillería desde sus ventajosas posiciones. Comenzaba así una de las más duras batallas de toda la guerra.
Resulta inevitable comparar la concepción del desembarco de Clint Eastwood con la de Steven Spielberg en "Salvar al soldado Ryan". Si bien la del primero es mucho más descriptiva, pues narra todo el proceso desde que los soldados bajan desde el barco a la lancha de desembarco, resulta demasiado cinematográfica y espectacular, en contraposición al descenso hacia el punto de vista de los soldados que ofrece Spielberg: el crudo realismo y horror que se atisba en su película es lo que falta en la de Eastwood, aunque a este último cineasta le interesa más profundizar en otro asunto: la manipulación que el gobierno estadounidense puede llegar a hacer de una acción bélica determinada.
El autor de "Invictus" cuenta en esta ocasión la historia de tres combatientes de esta histórica batalla, recreando cruentos episodios de la misma junto a a su periplo por los Estados Unidos recaudando dinero para los bonos que los Estados Unidos emitían para financiar el esfuerzo bélico, pues los tres fueron inmortalizados en la célebre foto de Joe Rosenthal en la cumbre del monte Suribachi, la mayor elevación de Iwo Jima, en la que los marines plantan en tierra una gran bandera americana.
La historia de esta foto, quizá la más reproducida de la Segunda Guerra Mundial, es muy peculiar. Los marines llegaron a la cumbre del monte Suribachi al cuarto día de la batalla. Allí plantaron una pequeña bandera que fue vista por sus compañeros desde todos los puntos de la isla y desde el interior de las embarcaciones que la rodeaban. Fue casi un momento mágico, pues muchos hicieron un alto para vitorearla, mientras los barcos hacían ulular sus sirenas. Fue precisamente el teniente coronel Johnson, el mismo que había tenido la idea de colocar la bandera, el que dio orden de retirarla, para preservar lo que consideraba un objeto que se iba a convertir en una leyenda para el Cuerpo de Marines y sustituirla por otra más grande.
La orden fue cumplida unas horas después. El fotógrafo Rosenthal llegó a tiempo para inmortalizar la colocación de la nueva bandera y plasmó el momento en una instantánea de gran fuerza gráfica, una composición casi hipnótica, perfecta en la captación del esfuerzo de los marines y de un gran simbolismo patriótico. La fotografía llegó a tiempo a los Estados Unidos para ser publicada en los periódicos del domingo, por lo que su difusión y popularidad fue inmediata. Los protagonistas de la misma fueron llamados de vuelta a su país. El gobierno había hallado lo que llevaba meses buscando: una imagen que galvanizara los esfuerzos de la población estadounidense, ya cansada de la larga confrontación, hacia la compra de los imprescindibles bonos de guerra.
En aquel momento, nadie se preocupó por conocer la verdadera historia de la foto. De hecho, contra lo que comúnmente se cree, el momento que refleja la instantánea no supone el fin de la batalla. Ni siquiera significó la conquista del monte Suribachi pues, como los marines comprobaron amargamente instantes después, los japoneses tardarían todavía algunas semanas en abandonar sus posiciones, algunas de ellas prácticamente inexpugnables, tanto que los americanos optaron al final por usar el lanzallamas contra cualquier acceso a grutas que encontraran en su camino, procediendo posteriormente a tapiarlos.
Los meses siguientes, tal y como se muestra en la película, fueron muy difíciles para los tres soldados devueltos a la vida civil. El gobierno les encomendó una gira por los Estados Unidos, publicitándolos como los "héroes de Iwo Jima". Los soldados tenían sentimientos contradictorios al respecto. Por una parte, eran conscientes de que al ser retirados de la batalla, habían salvado la vida, pero por otro lado no podían olvidar a los compañeros que habían dejado en la pelea, tanto a los vivos como a los muertos y se daban cuenta de la profunda manipulación a la que eran sometidos, tratados casi como fenómenos de feria en el afán de recaudar dinero para continuar la guerra.
Cada soldado asumió su condición de héroe como pudo, pero uno de ellos, nativo americano para más señas, sucumbió a la presión, no pudo soportar el recuerdo de sus compañeros muertos y acabó recorriendo las cunetas de las carreteras convertido en un borracho. Quien ha vivido un combate real, sabe que los héroes no existen y que los protagonistas se dividen entre asesinos y quienes luchan por salvar sus propias vidas. Como hizo notar Joanna Bourke en su notable "Sed de sangre", es extremadamente dificultoso recuperar a los soldados que han vivido toda clase de horrores para la vida civil.
"Banderas de nuestros padres" describe muy bien a través de sus imágenes el momento del desembarco del ejército americano en la isla. Un impresionante despliegue de barcos y aviones se posicionó ante la isla e inició un intenso bombardeo preliminar, que no sirvió de gran cosa frente a la profundidad de las posiciones defensivas, muchas de ellas excavadas en la misma roca. Los primeros soldados que desembarcaron lo hicieron sin oposición. Los japoneses esperaron hábilmente a que avanzaran algunos metros tierra adentro para iniciar un devastador fuego de artillería desde sus ventajosas posiciones. Comenzaba así una de las más duras batallas de toda la guerra.
Resulta inevitable comparar la concepción del desembarco de Clint Eastwood con la de Steven Spielberg en "Salvar al soldado Ryan". Si bien la del primero es mucho más descriptiva, pues narra todo el proceso desde que los soldados bajan desde el barco a la lancha de desembarco, resulta demasiado cinematográfica y espectacular, en contraposición al descenso hacia el punto de vista de los soldados que ofrece Spielberg: el crudo realismo y horror que se atisba en su película es lo que falta en la de Eastwood, aunque a este último cineasta le interesa más profundizar en otro asunto: la manipulación que el gobierno estadounidense puede llegar a hacer de una acción bélica determinada.
El autor de "Invictus" cuenta en esta ocasión la historia de tres combatientes de esta histórica batalla, recreando cruentos episodios de la misma junto a a su periplo por los Estados Unidos recaudando dinero para los bonos que los Estados Unidos emitían para financiar el esfuerzo bélico, pues los tres fueron inmortalizados en la célebre foto de Joe Rosenthal en la cumbre del monte Suribachi, la mayor elevación de Iwo Jima, en la que los marines plantan en tierra una gran bandera americana.
La historia de esta foto, quizá la más reproducida de la Segunda Guerra Mundial, es muy peculiar. Los marines llegaron a la cumbre del monte Suribachi al cuarto día de la batalla. Allí plantaron una pequeña bandera que fue vista por sus compañeros desde todos los puntos de la isla y desde el interior de las embarcaciones que la rodeaban. Fue casi un momento mágico, pues muchos hicieron un alto para vitorearla, mientras los barcos hacían ulular sus sirenas. Fue precisamente el teniente coronel Johnson, el mismo que había tenido la idea de colocar la bandera, el que dio orden de retirarla, para preservar lo que consideraba un objeto que se iba a convertir en una leyenda para el Cuerpo de Marines y sustituirla por otra más grande.
La orden fue cumplida unas horas después. El fotógrafo Rosenthal llegó a tiempo para inmortalizar la colocación de la nueva bandera y plasmó el momento en una instantánea de gran fuerza gráfica, una composición casi hipnótica, perfecta en la captación del esfuerzo de los marines y de un gran simbolismo patriótico. La fotografía llegó a tiempo a los Estados Unidos para ser publicada en los periódicos del domingo, por lo que su difusión y popularidad fue inmediata. Los protagonistas de la misma fueron llamados de vuelta a su país. El gobierno había hallado lo que llevaba meses buscando: una imagen que galvanizara los esfuerzos de la población estadounidense, ya cansada de la larga confrontación, hacia la compra de los imprescindibles bonos de guerra.
En aquel momento, nadie se preocupó por conocer la verdadera historia de la foto. De hecho, contra lo que comúnmente se cree, el momento que refleja la instantánea no supone el fin de la batalla. Ni siquiera significó la conquista del monte Suribachi pues, como los marines comprobaron amargamente instantes después, los japoneses tardarían todavía algunas semanas en abandonar sus posiciones, algunas de ellas prácticamente inexpugnables, tanto que los americanos optaron al final por usar el lanzallamas contra cualquier acceso a grutas que encontraran en su camino, procediendo posteriormente a tapiarlos.
Los meses siguientes, tal y como se muestra en la película, fueron muy difíciles para los tres soldados devueltos a la vida civil. El gobierno les encomendó una gira por los Estados Unidos, publicitándolos como los "héroes de Iwo Jima". Los soldados tenían sentimientos contradictorios al respecto. Por una parte, eran conscientes de que al ser retirados de la batalla, habían salvado la vida, pero por otro lado no podían olvidar a los compañeros que habían dejado en la pelea, tanto a los vivos como a los muertos y se daban cuenta de la profunda manipulación a la que eran sometidos, tratados casi como fenómenos de feria en el afán de recaudar dinero para continuar la guerra.
Cada soldado asumió su condición de héroe como pudo, pero uno de ellos, nativo americano para más señas, sucumbió a la presión, no pudo soportar el recuerdo de sus compañeros muertos y acabó recorriendo las cunetas de las carreteras convertido en un borracho. Quien ha vivido un combate real, sabe que los héroes no existen y que los protagonistas se dividen entre asesinos y quienes luchan por salvar sus propias vidas. Como hizo notar Joanna Bourke en su notable "Sed de sangre", es extremadamente dificultoso recuperar a los soldados que han vivido toda clase de horrores para la vida civil.
En la guerra vale todo. Aunque la reflexión de la peli es buena, me gustó más la de Cartas desde Iwo Jima, pero siempre grande Eastwood.
ResponderEliminarJesus, en primer lugar felicidades por tu blog "Novela en obras". Es bastante bueno. A mí también me gustó mucho más "Cartas de Iwo Jima". Próximamente tengo previsto revisarla.
ResponderEliminarUn cordial saludo.