domingo, 28 de noviembre de 2010
LA LEY DEL SILENCIO (1954), DE ELIA KAZAN. EL SINDICATO DEL CRIMEN.
No existen los creadores que puedan exhibir un expediente vital inmaculado. El escritor, el pintor o el director de cine necesitan imbuirse de experiencias, ya sea de manera personal o a través de otros, no siempre moralmente aceptables, para dotar de credibilidad a sus creaciones. Elia Kazan casi es más nombrado por su protagonismo durante la llamada "Caza de brujas", como delator de compañeros de profesión con carné del Partido Comunista, que como espléndido director de cine. Precisamente el tema de "La ley del silencio", la más conocida de sus realizaciones es la moralidad de la delación, de la traición al grupo.
La historia nos lleva con gran realismo al ambiente portuario de Nueva York, a la vida cotidiana de los estibadores, cuyo trabajo está controlado por un sindicato mafioso, al que se adscribe como mero matón, Terry Malloy (Marlon Brando). Como es lógico, la disciplina es férrea en este microcosmos, por lo que cualquier disidencia es aplastada y publicitada como advertencia a los demás.
La elección moral de Terry no es fácil. Él es un hombre simple, un ex boxeador que fue víctima de los manejos mafiosos, y que sobrevive como mero peón sin querer darse cuenta de que sus acciones son reprobables. A través de Terry, Kazan quiere justificar sus propias acciones. Querer identificar a miembros del Partido Comunista con mafiosos es un poco forzado, pero en el clima de Guerra Fría de aquellos años podía ser un discurso aceptable en ciertos ambientes.
En todo caso, si nos atenemos a sus valores estrictamente cinematográficos, "La ley del silencio" se alza como una verdadera obra maestra, donde la elección de ambientes, la fotografía, la interpretación de sus magníficos actores y su realismo se conjugan perfectamente para atrapar al espectador, que casi puede oler el clima de miedo que impregna toda la película. La imagen última de un Brando cubierto de sangre y avanzando hacia su puesto de trabajo es la imagen de la dignidad, la dignidad del hombre que va a sacrificarse para que los trabajadores recuperen el control de su propia actividad.
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Extraordinaria película. Creo que ya hemos comentado alguna vez la necesidad, por nuestro propio bien y disfrute, de separar a la persona, con su ideología, sus fallos, sus circunstancias, de su obra creativa; si no nos podemos perder unas cuantas obras de arte literarias, pictóricas, cinematográficas, etc.
ResponderEliminarBesos
Victoria
Sí, ciertamente no hay que juzgar al artista por sus errores vitales. Si no nos perderiamos la obra de muchos genios.
ResponderEliminarUn beso, Victoria.