viernes, 9 de octubre de 2009

LUCES DE BOHEMIA (1924), DE RAMÓN DEL VALLE INCLÁN. LA PATRIA DEL ESPERPENTO.


Volver a leer esta magnífica obra me ha llevado de nuevo a los tiempos del instituto, cuando la leímos y comentamos como parte del programa de estudios. Para mí la literatura, más que una asignatura, era una bendición, una ocupación muy divertida que te permitía analizar otras vidas, otros puntos de vista.

Max Estrella representa la quintaesencia del genio español, ninguneado por las autoridades e ignorado por el vulgo. "Los héroes clásicos han ido a pasearse en el callejón del gato", "Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el esperpento", proclama Max, aún a sabiendas de que muchos de nuestros héroes clásicos vienen de una tradición esperpéntica: el Quijote, el Buscón... héroes que se topan con la realidad o deben ser más astutos que ella para sobrevivir. Héroes de una España oscilante entre el recuerdo de pasadas glorias imperiales y la mera picaresca.

Poco puedo añadir yo aquí a todo lo que se ha dicho ya acerca de "Luces de bohemia". Se trata de la obra de un genio, dotada unos diálogos aparentemente caóticos, pero de una rara perfección en el uso de distintos niveles de lenguaje. Una crítica feroz al regimen imperante en nuestro país, que, desgraciadamente, aún sigue estando de plena vigencia. Lo estaba cuando la leí en el instituto y lo sigue estando ahora. Es el esperpento lo que domina la vida nacional. El partido en el gobierno intenta capear con medidas improvisadas una crisis que negó cuando todo el mundo empezaba a sentirla en sus carnes. El principal partido de la oposición pretende gobernar el país cuando no es capaz de gobernarse a sí mismo. El partido que parecía aglutinar últimamente la ilusión de muchas personas se desangra en luchas internas. El mismo teatro de variedades de siempre. El ciudadano, como de costumbre, aletargado, alimentado de pan y circo, de cotilleos, de zafiedades o de espectáculos deportivos, en cuyos espejos los deportistas millonarios pueden ver reflejados sus enormes egos. "En España el trabajo y la inteligencia se han visto menospreciados. Aquí todo lo manda el dinero".

Con solo encender la televisión, ya podemos gozar de nuestro esperpento cotidiano. Yo contaré uno que ví en el telediario esta misma semana. La noticia era que en la feria de Vélez-Málaga se había exhibido publicidad de una conocida constructora que, seguramente en horas bajas, trataba de llamar la atención con la foto de una señorita que muestra un atractivo trasero mientras realiza labores propias de la albañilería. Para entendernos, la foto que podemos encontrar en cualquier taller de reparación de vehículos de nuestra geografía. Pues bien, la polémica estribaba en que la foto había estado expuesta varios días bajo la mirada de todos, niños y mayores, lo cual parecía constituir un atentado contra los derechos de la infancia. Ni que decir tiene que el telediario nos deleitó con imágenes de la mencionada señorita durante al menos medio minuto, sin duda para ofrecernos una información lo más veraz posible. Realmente poco parecía importar que fueran las tres de la tarde y que el reportaje denunciara lo mismo que estaba ofreciendo en ese momento: la exhibición de material erótico a los ojos de los niños. Al parecer a esa hora no debía haber niños viendo la tele. Pero lo más esperpéntico de todo fue la entrevista con la alcaldesa de Vélez-Málaga, que parecía no haberse enterado de la polémica hasta varios días después (su condición de mujer parecía hacerla aún más culpable) y que, en vez de responder a las preguntas del periodista sobre un caso tan morboso, se dedicó a explayarse acerca de temas de política municipal que no creo que interesaran demasiado a los espectadores del telediario y a arremeter contra su némesis particular, Francisco Bonilla, al cual sin duda conocen todos los españoles. A mí, que por haber vivido allí, conozco algo de la penosa política municipal veleña y de los personajes que la componen, todo aquello me pareció risible. Solo puede calificarse con una palabra, que Valle Inclán convirtió en un género literario solo apto para nuestro país: esperpento.

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