jueves, 25 de enero de 2018

FAHRENHEIT 451 (1953), DE RAY BRADBURY. EL FUEGO INTERIOR DE LA LITERATURA.

Existen una serie de libros, casi todos escritos a mitad del siglo XX, que son casi una guía para moverse en nuestro tiempo, puesto que acertaron muchos de los aspectos que hoy dominan nuestra existencia cotidiana. Son títulos como 1984, Un mundo feliz, Mercaderes del espacio, Nosotros o este Fahrenheit 451, que desde su publicación se convirtió en una de las más hermosas metáforas del amor a la literatura y del peligro constante que corre la palabra escrita frente a la indiferencia de la mayoría.

En el futuro imaginado por Bradbury, la sociedad ha degenerado tanto que los bomberos se dedican a quemar los hogares que todavía poseen bibliotecas. Guy Montag es uno de estos profesionales, al que el lector conoce en un momento de duda y crisis, porque después de conocer a una joven vital y muy diferente al resto de la gente con la que trata habitualmente, empieza a plantearse si esos volúmenes que arden tan fácilmente ante sus lanzallamas no tendrán algo especial, para que el gobierno ponga tanto énfasis en su eliminación. 

"- La gente no habla de nada.
- Oh, tienen que hablar de algo.
- No, no, de nada. Citan automóviles, ropas, piscinas, y dicen ¡qué bien! Pero siempre repiten lo mismo, y nadie dice nada diferente, y la mayor parte del tiempo, en los cafés, hacen funcionar los gramófonos automáticos de chistes, y escuchan chistes viejos, o encienden la pared musical y las formas coloreadas se mueven para arriba y para abajo, pero son sólo figuras de color, abstractas. ¿Ha estado en los museos? Todo es abstracto. Mi tío dice que antes era distinto. Hace mucho tiempo los cuadros decían cosas, y hasta representaban gente."

Porque, tal y como sucede en nuestra sociedad actual, la gente del futuro de Bradbury pasa horas ante las pantallas, se atonta ante ellas y deja que le digan lo que deben pensar. Los libros son descritos, desde un punto de vista oficial, como algo peligroso, como un artefacto de un pasado bárbaro que solo puede llegar a confundir a sus lectores con sus complicadas disertaciones que más de una vez contradicen la verdad oficial. Como se dice en un cierto pasaje del libro, que podemos adaptar sin problemas a hoy mismo, "la vida es lo inmediato". Nadie quiere reflexionar, solo que se le proporcionen grandes dosis de entretenimiento, cuanto más burdo mejor, que sea lo más anestesiante posible. El libro, el pensamiento profundo, solo puede ser fuente de conflicto. Por desgracia para nosotros, la moda de lo políticamente correcto ha llegado tan lejos, que este párrafo de Bradbury ha llegado a ser profético:

"¿A la gente de color no le gusta El negrito Sambo? Quémalo. ¿Los blancos se sientes incómodos con La cabaña del tío Tom? Quémalo. ¿Alguien escribió una obra acerca del tabaco y el cáncer pulmonar? ¿Los fumadores están afligidos? Quema la obra. Serenidad, Montag. Afuera los conflictos."

La vida se va llenando de consignas que invitan a unirse a ellas para no parecer un apestado. Cualquier disidencia o pensamiento crítico se siente como una agresión. Los gruesos libros se van dejando de lado en favor de formatos más llevaderos como el tweet, apropiado a la tendencia al consumo rápido, de usar y tirar. Montag poco a poco va siendo consciente de la dimensión del crimen contra la Humanidad en el que ha participado noche tras noche. Y manifiesta esta hermosa reflexión, antes de unirse a los hombres-libro, un pequeño grupo disidente que mantiene dentro de sí encendida la llama de la mejor literatura:

"Y pensé en los libros. Y por primera vez comprendí que detrás de cada libro hay un hombre. Un hombre que tuvo que pensarlo. Un hombre que empleó mucho tiempo en llevarlo al papel. Nunca se me había ocurrido (...) Y a algún hombre le costó quizá una vida entera expresar sus pensamientos, y de pronto llego yo y ¡bum!, y en dos minutos todo ha terminado."

Lo peor es que el autor de Crónicas marcianas tiene razón en lo siguiente. Quemar libros puede parecer bárbaro. Invisibilizarlos es mejor:

"Porque no hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee, que no aprende, que no sabe."

viernes, 12 de enero de 2018

TRANSICIÓN (2017), DE SANTOS JULIÁ. HISTORIA DE UNA POLÍTICA ESPAÑOLA 1937-2017.

Estamos acostumbrados a tratar la Transición española como un periodo muy concreto que abarca la práctica totalidad de la década de los setenta, un periodo de incertidumbre, que se abrió con la decadencia y muerte del dictador Franco y siguió con largos meses de difíciles equilibrios para poder desembocar en las primeras elecciones democráticas celebradas en nuestro país desde los años treinta. Así pues, lo primero que llama la atención al observar por primera vez el volumen de Santos Juliá es el periodo histórico que abarca su estudio, desde 1937 hasta nuestros días. Y es que los primeros intentos de llegar a un entendimiento que frenara en seco la sangría interminable en la que se había convertido nuestra Guerra Civil se produjeron en plena contienda, desde el bando Republicano. En uno de sus últimos discursos antes de salir hacia Francia, Azaña dejó dicho: "el mensaje de la patria eterna a sus hijos: paz, piedad, perdón", quizá el lema que se adoptó cuarenta años después. Durante mucho tiempo, los partidos y dirigentes en el exilio siguieron intentándolo, pero con resultados vacíos. Muchos esperaban que Franco acabara renunciando y abriera un periodo de transición que nos equiparara a los países de nuestro entorno. Pero, como sabemos, tal cosa nunca sucedió. El apoyo de Estados Unidos al dictador, como bastión contra la expansión del comunismo, selló el destino de nuestro país durante largos años.

Franco en realidad encarnaba para muchos el fracaso histórico de España, un país que parecía no poder funcionar si un general autoritario no tomaba el timón del poder, de grado o por fuerza. Después de las muchas oportunidades perdidas en el siglo XIX, la experiencia de la Segunda República había terminado de una forma abrupta y amarga. ¿Había que restaurar la legalidad republicana violada o había que reformar el régimen franquista para, desde su legitimación, construir una democracia? En realidad, lo verdaderamente importante en los convulsos años que siguieron a la muerte de Franco era ser prudentes, ir paso a paso flanqueando los abismos que de vez en cuando se abrían bajo los pies del país, como los intentos de golpe de Estado que culminaron en el 23 de febrero de 1981, un acontecimiento que jamás se ha explicado del todo y de la que es posible que jamás conozcamos todos sus detalles.

Lo que explica bien Santós Juliá en este ensayo, sobre todo en la segunda parte del mismo, es que la Transición no fue ni el proceso impecable y ejemplar de paso de la dictadura a la democracia que muchos exaltaron ni la estafa, popularizada en los últimos años, de cambiarlo todo para que todo siga igual. Lo cierto es que el hoy santificado Suárez en la época era blanco de todos los ataques por la izquierda y por la derecha, por lo que llevar a buen puerto la misión de convocar elecciones democráticas y abrir un proceso constituyente era cualquier cosa menos fácil. Para muchos españoles fue aquella la época del desencanto, pues muchos esperaban una ruptura radical con el pasado, una denuncia explícita del franquismo y cambio profundo en las estructuras socioeconómicas y políticas del Estado:

"Desencanto que a Julián Santamaría le parecía una ligereza endosar a la política de consenso (...). No era a esa política sino a la frustración experimentada por una parte importante de la población ante la inexistencia de un proyecto político bien definido, la insuficiencia del cambio, la ambigüedad frente al pasado y la incertidumbre ante el futuro, a lo que había que atribuir, según Santamaría, el desencanto que ha llevado a mucha gente a desentenderse de una situación en la que sólo ve la sustitución de una clase política por otra."

Lo verdaderamente importante es que España se convirtió en una democracia que, con todos sus defectos, algunos enormes, era equiparable a la de los países de su entorno. La prueba de ello fue el aprobado para entrar en la Comunidad Económica Europea, la mejor garantía de estabilidad que ha tenido jamás nuestra democracia. Bien es cierto que somos españoles y el conflicto está siempre latente. En nuestro Parlamento es difícil que se produzca verdadero entendimiento entre las grandes fuerzas políticas, más que en situaciones muy graves, como la crisis de Cataluña. La Transición aparece en el libro de Santos Juliá como un proceso para muchos inacabado, todavía en marcha. La irrupción de partidos como Podemos, que califican de fraude el "régimen del 78", los variados escándalos de corrupción, la crisis económica, el persistente y desigual reparto de la riqueza y las amenazas del separatismo conforman un panorama complicado para los próximos años. Se ha acabado la anomalía democrática que consistía en el intercambio en el poder de los dos grandes partidos con mayorías amplias para gobernar. Los próximos años deberían ser los del consenso entre las grandes fuerzas parlamentarias para ahondar, no en fantasiosos derechos colectivos o históricos, sino en los derechos individuales, que son los que verdaderamente ejerce el ciudadano, el desarrollo del Estado del bienestar, muy deficiente todavía respecto al resto de Europa y, ante todo, nuestra gran asignatura pendiente: el florecimiento de nuestra sociedad civil, más allá de militancias políticas, un eje fundamental en el que están construidas las democracias más avanzadas.

lunes, 8 de enero de 2018

EL CÁLCULO DE DIOS (2000), DE ROBERT J. SAWYER. EXTRATERRESTRES CREACIONISTAS.

El cálculo de Dios, probablemente una de las novelas de ciencia ficción más imaginativas de las publicadas en los últimos años, comienza con una imagen tópica en este tipo de literatura: la de una nave espacial alienígena aterrizando en la Tierra. Pero pronto el narrador, el bonachón paleontólogo Thomas Jerichó, nos explica que Hollus, que así es como se llama el extraterrestre que nos visita, no tiene otro interés que el conocimiento, por lo que pide que se le deje instalarse en el museo de Ciencias Naturales de Toronto para estudiar las especies fósiles del pasado remoto de nuestro planeta. Así Jerichó va a tener la extraordinaria oportunidad de trabar amistad con un ser de otro mundo que muy pronto le realiza afirmaciones inquietantes: que las extinciones masivas que jalonan nuestra historia natural se produjeron a la vez al menos en otro par de planetas en los que hoy existe vida inteligente y que su especie ha descubierto que debe existir un creador del Universo, llámese Dios o cómo se quiera, después de haber estudiado atentamente la estructura del cosmos.

Para un racionalista como Jerichó, tales palabras constituyen una auténtica revolución. Por más que Hollus le ofrece pruebas empíricas de su afirmación, el paleontólogo se niega a admitir la mera posibilidad de que el creacionismo, contra el que los científicos como él han luchado durante décadas, pueda llegar a tener parte de razón. Admitir la presencia de un Creador casi omnipotente sería dar energías a unas religiones en decadencia, sobre todo en occidente:

"Admitir que podría haber habido una inteligencia que guiase el proceso, en algún momento, sería abrir las compuertas. Habíamos luchado durante tanto tiempo, y con tanta intensidad, y algunos de nosotros, habíamos sido encarcelados por la causa, que permitir ni siquiera por un momento la posibilidad de un creador inteligente sería equivalente a izar la bandera blanca. Estábamos seguros de que los periódicos estarían encantados y la ignorancia reinaría sin oposición."

Pero las pruebas que ofrece el extraterreste tampoco son compatibles con las religiones terráqueas. El Creador es definido como un ser imperfecto, que ha sido incapaz de establecer vida inteligente en el Universo con un proceso limpio y sin traumas, como prueba el sufrimiento constante al que están sometidos los seres vivos. El mismo Jerichó se enfrenta a un cáncer terminal que ni siquiera puede ser tratado por la medicina extraterrestre, un par de siglos más avanzada que la nuestra. Si es verdad que existe Dios, este no es el Ser eterno, bondadoso y omnipotente que han definido las religiones, sino un Demiurgo que experimenta con su creación, quizá buscando distraer su antigua soledad en el espacio-tiempo infinito. Pero El cálculo de Dios no se conforma con convocar este debate filosófico-religioso entre especies, sino que también trae a colación otros temas, como el fanatismo religioso, tan propio de los seres humanos y la indefensión de nuestro planeta, perdido en la vastedad del cosmos y sometido a mil peligros - como el de la explosión de supernovas cercanas - del que no somos conscientes en nuestra vida cotidiana.