Existen una serie de libros, casi todos escritos a mitad del siglo XX, que son casi una guía para moverse en nuestro tiempo, puesto que acertaron muchos de los aspectos que hoy dominan nuestra existencia cotidiana. Son títulos como 1984, Un mundo feliz, Mercaderes del espacio, Nosotros o este Fahrenheit 451, que desde su publicación se convirtió en una de las más hermosas metáforas del amor a la literatura y del peligro constante que corre la palabra escrita frente a la indiferencia de la mayoría.
En el futuro imaginado por Bradbury, la sociedad ha degenerado tanto que los bomberos se dedican a quemar los hogares que todavía poseen bibliotecas. Guy Montag es uno de estos profesionales, al que el lector conoce en un momento de duda y crisis, porque después de conocer a una joven vital y muy diferente al resto de la gente con la que trata habitualmente, empieza a plantearse si esos volúmenes que arden tan fácilmente ante sus lanzallamas no tendrán algo especial, para que el gobierno ponga tanto énfasis en su eliminación.
"- La gente no habla de nada.
- Oh, tienen que hablar de algo.
- No, no, de nada. Citan automóviles, ropas, piscinas, y dicen ¡qué bien! Pero siempre repiten lo mismo, y nadie dice nada diferente, y la mayor parte del tiempo, en los cafés, hacen funcionar los gramófonos automáticos de chistes, y escuchan chistes viejos, o encienden la pared musical y las formas coloreadas se mueven para arriba y para abajo, pero son sólo figuras de color, abstractas. ¿Ha estado en los museos? Todo es abstracto. Mi tío dice que antes era distinto. Hace mucho tiempo los cuadros decían cosas, y hasta representaban gente."
Porque, tal y como sucede en nuestra sociedad actual, la gente del futuro de Bradbury pasa horas ante las pantallas, se atonta ante ellas y deja que le digan lo que deben pensar. Los libros son descritos, desde un punto de vista oficial, como algo peligroso, como un artefacto de un pasado bárbaro que solo puede llegar a confundir a sus lectores con sus complicadas disertaciones que más de una vez contradicen la verdad oficial. Como se dice en un cierto pasaje del libro, que podemos adaptar sin problemas a hoy mismo, "la vida es lo inmediato". Nadie quiere reflexionar, solo que se le proporcionen grandes dosis de entretenimiento, cuanto más burdo mejor, que sea lo más anestesiante posible. El libro, el pensamiento profundo, solo puede ser fuente de conflicto. Por desgracia para nosotros, la moda de lo políticamente correcto ha llegado tan lejos, que este párrafo de Bradbury ha llegado a ser profético:
"¿A la gente de color no le gusta El negrito Sambo? Quémalo. ¿Los
blancos se sientes incómodos con La cabaña del tío Tom? Quémalo.
¿Alguien escribió una obra acerca del tabaco y el cáncer pulmonar? ¿Los
fumadores están afligidos? Quema la obra. Serenidad, Montag. Afuera los
conflictos."
La vida se va llenando de consignas que invitan a unirse a ellas para no parecer un apestado. Cualquier disidencia o pensamiento crítico se siente como una agresión. Los gruesos libros se van dejando de lado en favor de formatos más llevaderos como el tweet, apropiado a la tendencia al consumo rápido, de usar y tirar. Montag poco a poco va siendo consciente de la dimensión del crimen contra la Humanidad en el que ha participado noche tras noche. Y manifiesta esta hermosa reflexión, antes de unirse a los hombres-libro, un pequeño grupo disidente que mantiene dentro de sí encendida la llama de la mejor literatura:
"Y pensé en los libros. Y por primera vez comprendí que detrás de cada libro hay un hombre. Un hombre que tuvo que pensarlo. Un hombre que empleó mucho tiempo en llevarlo al papel. Nunca se me había ocurrido (...) Y a algún hombre le costó quizá una vida entera expresar sus pensamientos, y de pronto llego yo y ¡bum!, y en dos minutos todo ha terminado."
Lo peor es que el autor de Crónicas marcianas tiene razón en lo siguiente. Quemar libros puede parecer bárbaro. Invisibilizarlos es mejor:
"Porque no hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee, que no aprende, que no sabe."
Aunque en un principio puede parecer una historia ingenua, tiene bastante sentido. Mahoma presumía de ser analfabeto, pues así todo su pensamiento era original, y Sócrates pensaba que leer lo que otros escribían reducía la capacidad de pensar por uno mismo. Por otra parte, el índice de lectura siempre será el más notable indicador de desarrollo humano en un país, desde todos los puntos de vista...
ResponderEliminarEn verdad Bradbury si fue un profeta. En Fahrenheit451 lo demuestra página tras página.La gente ha mutado de la pantalla de t.v. al monitor de la PC. Leemos a diferentes horas los titulares de los diarios digitales y si hallamos algo que nos interesa, es posible que lo leamos de pe a pa.Algunos de nosotros aprovechando la reventa de viejas ediciones, nos dimos el gusto de poder adquirir aquellos libros de nuestra juventud, que leíamos en la Biblioteca Pública. Nos llevamos algún disgustillo, como con las obras de Montaigne, que no son los mismos textos que los que leimos hace tantos años ! Ya es difícil que algún libro pueda atraparnos, como nos sucede con los de Umberto Eco.
ResponderEliminarYo creo que uno de los grandes males de nuestro tiempo no es tanto la falta de lectura, sino la falta de concentración en la misma, la lectura dispersa y superficial, ya sea por falta de tiempo o de atención, de la que suelen derivar esos grandes comentarios que jalonan las noticias de los periódicos digitales.
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