lunes, 7 de diciembre de 2015

EL PUENTE DE LOS ESPÍAS (2015), DE STEVEN SPIELBERG. CABALLERO SIN ESPADA.

La Guerra Fría fue una época de tensión contenida en el seno de la sociedad estadounidense. A pesar de la prosperidad económica de los años cincuenta y de una evidente paz social (que terminaría estallando en mil pedazos en las dos décadas posteriores), la posibilidad de guerra nuclear contra la Unión Soviética estaba siempre presente en la vida cotidiana. Además existía cierta psicosis por la presencia de espías del bando enemigo ocultos entre los ciudadanos. Esta era la forma de guerra habitual que se desarrolló en estos años: la consecución de información y secretos del rival, con el fin de adquirir una ventaja estratégica que pudiera ser decisiva en el caso de un eventual enfrentamiento. Pero el punto más caliente de este conflicto no se hallaba en Washington o en Moscú, sino en Berlín, una ciudad dividida entre las grandes potencias después de la derrota nazi y en la que las tensiones diarias entre ambos bandos llegaron a su punto culminante con la construcción del famoso muro en 1961.

Basada en hechos reales, el protagonista de El puente de los espías es James B. Donovan (Tom Hanks), un abogado especializado en aseguradoras que es requerido para defender a un espía soviético capturado, Rudolf Abel, un hombre de aspecto pacífico, aficionado a la pintura, que podría ser definido más como un gris funcionario del enemigo que como un sanguinario enemigo. No obstante, se trata de un espía al que hay que castigar ejemplarmente. Por eso, se pretende que el papel como abogado de Donovan sea más simbólico que real. El juicio debe aparecer ante la opinión pública (y ante el resto del mundo) como la prueba de que la justicia estadounidense otorga todos los derechos de defensa a sus enemigos, aunque en la práctica la condena a muerte esté ya decidida, tanto por el gobierno, como por el juez asignado para el caso. En esta ecuación fallará el factor abogado. Donovan, un ciudadano idealista y convencido de que la esencia de su país se basa en los derechos civiles, hará todo lo posible por defender a Abel, con el que le unirá una especie de amistad basada en la mutua admiración. El enemigo también puede ser definido como un ser humano. En este sentido Donovan es un heredero directo de los héroes comunes y corrientes del cine americano clásico, personaje recurrente sobre todo en las películas de Frank Capra. 

Y como en otras recientes producciones de Spielberg, especialmente Lincoln, lo que se narra en la pantalla entronca a la perfección con los sucesos del presente. Así lo asegura el director en una conversación con Martin Scorsese publicada en el último número de la revista Caimán, cuadernos de cine:

"(...) La atención moral a la Constitución y a la Carta de Derechos de los EE.UU, y el otorgar a los extranjeros la igualdad de derechos bajo la ley, que es esencial en democracia, era algo que nos hacía estar orgullosos de ser americanos. Todo eso se ha perdido y ha sido sustituido por la ira de mucha gente y la reacción militar y gubernamental ante nuestra ira por haber creado Guántanamo. Es como Lincoln suspendiendo el habeas corpus durante la Guerra Civil. Y eso no podría haber pasado en una nación orgullosa como la de los años cincuenta o sesenta."

Si la primera parte de El puente de los espías cuenta con todas las características del cine judicial, a partir del momento en el que el protagonista es enviado a Berlín para negociar el canje de Abel por el de un piloto estadounidense capturado en suelo soviético, la película se vincula plenamente al cine de espías, pero en su vertiente más realista, alejada de los estereotipos del cine de acción. El modelo de Spielberg en muchas de las escenas que transcurren en un Berlín oscuro y gélido parece ser el maestro Hitchcock, aunque para él el suspense no es más que un instrumento más en su afán por reflexionar acerca de un hecho histórico concreto. La capital alemana de la época, una ciudad muy diferente a la que puede hoy visitarse, está espléndidamente recreada, precisamente en uno de los momentos más negros de su historia, cuando, de la noche a la mañana, se construyó un muro divisorio que aisló a una zona de otra y separó por décadas a familias enteras. Algunos intentan escapar solo para advertir demasiado tarde que la policía fronteriza tiene orden de tirar a matar a los fugitivos. Precisamente dos escenas en este sentido (lo que ve Donovan desde un tren en Berlín y desde otro en su país) dará lugar a uno de esos constrastes que tanto gustan a Spielberg y que hablan con más elocuencia que cualquier discurso de un político.

A pesar de no estar dotada de la solemnidad y grandeza de Lincoln ni con la complejidad de Munich, El puente de los espías es una de esas películas que definen a Spielberg como uno de los grandes directores de la historia del cine. Lo que nos dice fundamentalmente es que un hombre puede marcar la diferencia entre la decencia y la mezquindad, por mucho que sus acciones se pierdan en las complejas corrientes de la historia y que - y esto es fundamental que nos lo apliquemos en el momento presente - el patriotismo ciego no hace buenos ciudadanos, sino esclavos del poder y que ser pragmático - lo cual no está reñido con el amor al propio país, pero desde un punto de vista más racional y crítico - es una actitud mucho más inteligente. Con este espíritu pueden rendirse mejores servicios que dejándose llevar por la marea del pensamiento único que dicten los tiempos. Ahora tengo muchas más ganas, si cabe, de leer el apasionante ensayo de Frederick Kempe, Berlín, 1961.

1 comentario:

  1. Y la satisfacción de hacer lo correcto aunque te cueste la incomprensión de todos. Me encantan las historias en las que surge una amistad, o algo parecido, entre dos personas que a priori no deberían ser amigos

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