martes, 17 de diciembre de 2013

LA SONRISA DE LA GIOCONDA (2004), DE LUIS RACIONERO. LAS PASIONES DE LEONARDO.

Preciosa la reunión que mantuvimos anoche en el club de lectura de Más Libros Libres, en torno a temas tan amplios y apasionantes como Leonardo da Vinci y el Renacimiento italiano. Leonardo es, junto a Miguel Ángel, la gran figura de esta época en la que se vuelve al Humanismo y se recupera el espíritu de la época clásica de Grecia y Roma, que se había atesorado en los conventos medievales a la espera de tiempos mejores. Leonardo es un hombre que se interesa por todo, al que todo le apasiona. Además de un artista genial, dejó multitud de códices repletos de inventos o de investigaciones anatómicas entre otros muchos asuntos. Se movió por varias de las ciudades-estado italianas de la época y acabó recalando en Francia, el Estado que invadió Italia y acabó con el frágil equilibrio de poderes hasta entonces imperante en este territorio. Como no podía ser de otra manera, el genio de Leonardo también se adaptó a los malos tiempos y diseñó instrumentos para la guerra.

Lo que más me ha gustado de la novela de Racionero son algunas reflexiones que pone en boca del protagonista, sobre su manera de trabajar, sobre sus múltiples intereses, su búsqueda de la tolerancia y de la estabilidad que le pudiera ofrecer cualquiera de los príncipes renacentistas que en esta época turbulenta protegían a los artistas. En un determinado momento, Leonardo nos habla de su forma de pintar (sabemos que siempre buscaba nuevas técnicas y experimentaba continuamente, por lo que algunas de ellas se han terminado perdiendo):

"¿Hay otro modo de trabajar? Los que creen que una pintura son sólo pinceles y muñeca van equivocados: el ojo debe estar criticando, evaluando, corrigiendo, el alma debe estar sopesando en las delicadas balanzas de su sensibilidad las emociones que aparecen en rostros y cuerpos. Mi obra fue un trabajo de geometría, sensibilidad y técnica; cada una sin la otra sólo puede resultar en frialdad, exageración o virtuosismo. Yo quería veracidad, fuerza y sencillez."

Y esta, acerca de la relación del artista con la naturaleza y la ciencia:

"El artista debe competir con la naturaleza creando obras viables y durables, no efímeras fantasías ni quimeras; debe ampliarla y completarla dando materialidad a las infinitas causas y razones que no se han manifestado aún. La ciencia en sí es un juego mental; de la ciencia nace la acción creativa que es mucho más valiosa. Hay que entender la naturaleza para imitarla, pero no copiando lo exterior, sino reproduciendo sus actos generativos que hacen germinar las cosas desde dentro. Yo quería entenderla analizándola e imitarla creando; lo primero es ciencia, lo segundo arte, ambos una misma cosa."

Por lo demás, La sonrisa de la Gioconda peca de narración ambiciosa, intentando abarca la entera vida de Leonardo Da Vinci en trescientas páginas, por lo que el lector sin muchos conocimientos sobre historia del arte (y yo puedo incluirme en ese grupo) puede sentirse apabullado por la cantidad de datos y nombres que se ofrecen. Hubiera sido mejor que el autor se centrase en algún episodio concreto de la vida del artista para ofrecer un análisis más introspectivo del mismo. Es posible que la novela, al optar a un premio literario importante, fuera escrita por encargo y sin el sosiego que requiere una obra de estas características. En cualquier caso, es una lectura de esas que, aún dejándome profundamente insatisfecho por la experiencia literaria vivida, sí que dejan un poso que puede fecundarse con nuevas lecturas, biene elegidas, acerca de un periodo tan fascinante de la historia.

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