Ed Crane, el protagonista de El hombre que nunca estuvo allí, se nos presenta como una especie de muerto en vida. Aunque toda la película está narrada por su locuaz voz en off, en la vida real se trata de un tipo callado y retraído, aparentemente conforme con su trabajo en una peluquería. Aunque en realidad tiene ambiciones, sobre todo cuando un tipo llegado a su pequeña ciudad le cuenta un plan de negocios y él decide chantajear de forma anónima al amante de su esposa para conseguir el dinero necesario para emprender. Los hermanos Coen son unos maestros en jugar con sus personajes y someterlos a los caprichos del destino, por lo que un tipo tan anodino se hace interesante cuando se le coloca en una situación tentadora. No es este el mejor trabajo de su director. Aunque la fotografía es extraordinaria y muy propia del género negro al que pertenece el film, al final el guion es un tanto largo y pesado y con algún que otro cabo suelto que no se acaba de explicar. Un intento loable de crear una película de este estilo no poblada por criminales o duros detectives, sino por gente corriente que en circunstancias normales hubiera seguido habitando sus vidas intrascendentes.
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