miércoles, 21 de octubre de 2020

LA NEOINQUISICIÓN (2020), DE AXEL KAISER. PERSECUCIÓN, CENSURA Y DECADENCIA CULTURAL EN EL SIGLO XXI.

Recuerdo cuando empecé a escuchar hablar de lo políticamente correcto allá por los felices noventa. Personalmente me parecía una buena noticia que en el ámbito académico y político empezara a respetarse a las minorías, a compensar, aunque fuera a través del lenguaje, la discriminación padecida en el pasado. Poco a poco esta semilla ha ido creciendo y se ha convertido en un monstruoso lastre para las sociedades occidentales, hasta el punto de que limita gravemente la libertad de expresión de los ciudadanos, a riesgo de que si cualquiera de sus opiniones no se ajusta al discurso dominante en la izquierda, puede ser tildado de facha, racista o machista. 

George Orwell no se equivocaba cuando postulaba que los neolenguajes eran un instrumento imprescindible para consolidar regímenes totalitarios. Evidentemente, nosotros todavía ni nos acercamos a eso, pero la exageración que se pretende de conceptos como el de lenguaje inclusivo, empieza a parecerse una imposición incómoda, ya que el que habla en un foro público o privado debe tener un extremo cuidado respecto a las palabras que elige para ilustrar su discurso. Hasta la más inocente de las expresiones puede convertirse en un insospechado ataque a grupos sociales presuntamente oprimidos (eternamente oprimidos) y siempre habrá un aspirante a inquisidor que saque a relucir cualquier agresión o microagresión que al orador le había pasado desapercibida. Incluso se escarba en el pasado de políticos, sean éstos progresistas o conservadores, para afearles conductas del pasado que hace unos años no habrían escandalizado a nadie, como, por ejemplo, haber acudido disfrazado de hombre negro a una fiesta en su juventud. Dichos políticos, por lo general, en vez de tratar de restar importancia a asuntos tan triviales, entonan un sentido mea culpa, contribuyendo así a engordar la bola de nieve de presuntos agravios que los supuestos miembros privilegiados de las sociedades occidentales tienen que expiar eternamente, como si de un pecado original se tratara.

Al final se trata de imponer una visión de la historia y de la sociedad descrita con trazo grueso en la que occidente siempre ha sido agresor y el resto del mundo víctima. Nadie discute los abusos que han cometido Europa y Estados Unidos a lo largo de su historia, pero cuando un profesor pretende matizar cualquier episodio, ya sea éste respecto al colonialismo, esclavitud o condición de la mujer a través de la historia, buena parte del mundo académico le da la espalda. Así sucede también con quienes pretenden profundizar en problemas sociales analizando estadísticas cuyos resultados no coinciden con el mensaje que se quiere hacer llegar a la sociedad. La quema de libros de antaño se ha sustituido por la destrucción de estatuas y por los intentos de acallar a las voces disidentes, por más estructurados que estén sus discursos. Afortunadamente, la libertad de expresión sigue vigente entre nosotros, pero de una manera sesgada, puesto que se ha llegado a un punto en el que cada cual autocensura sus opiniones en ciertos temas, aunque estén perfectamente razonadas, para no ser calificado de facha o términos similares. La motivación individualista de igualdad de los miembros de ciertos grupos históricamente discriminados se ha convertido hoy día en muchos casos en la exigencia de privilegios especiales por pertenecer a determinada raza, género u orientación sexual, algo que acaba atacando frontalmente a la meritocracia y a la cultura del esfuerzo.

Axel Kaiser, profesor y abogado de origen chileno, ha sabido poner el dedo en la llaga de uno de los males que afligen actualmente a las sociedades occidentales, con un discurso que no apela a la derecha o la izquierda, sino al sentido común y a un regreso a la auténtica libertad de expresión, hoy en peligro de ser gravemente limitada:

"Por ahora hay pocas dudas de que se debe alzar la voz, defender el intercambio libre y respetuoso de todo tipo de opiniones, oponerse a legislaciones que restrinjan la libertad de expresión bajo el argumento de proteger víctimas, exigir y velar por una mayor integridad psicológica a los jóvenes, demostrar menor temor ante la reacción de quienes digan sentirse ofendidos, desafiar los dogmas de esta nueva ideología sin complejos y exponer coraje institucional ante denuncias y ataques no demostrados que pueden arruinar la vida de personas potencialmente inocentes. En esto, los genuinos liberales de derecha e izquierda deben unirse, más allá de sus diferencias, junto con los conservadores dialogantes y todo aquel preocupado por lo que podría terminar produciendo el clima de hipersensibilidad, persecución e irracionalismo tribal que se ha instalado. Si hay algo que se puede aprender del pasado es que, cuando se ponen en marcha procesos revolucionarios y cacerías de brujas, nadie, ni siquiera aquellos que los promovieron desde el inicio y que celebraron mientras veían arder a sus adversarios, se encuentra libre de ser el próximo en ser arrojado a la hoguera."

2 comentarios:

  1. Opino como él. Llamar Afroamericano, aquí, que suelen haber venido de África, o de color...¿color moreno?... me suena absurdo, en fin, por lo políticamente correcto. Y no te digo miembros y miembras, o taxistas y taxistos :-)

    Un abrazo

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  2. Pues estoy de acuerdo con el autor. Con el cuento de no ofender, llamar "de color". ..de qué color...¿"moreno"?, o afroamericanos..., en España, donde la mayoría vienen de África.... es que me parece absurdo.

    Un abrazo

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