La segunda mitad de 2019 fueron meses perdidos para España. Tras las elecciones de junio, en las que el PSOE sacó una mayoría clara, pero no suficiente para gobernar en solitario, se produjo un insólito bloqueo que llevaría a la repetición electoral en noviembre. Fueron los tiempos en los que Pedro Sánchez repetía que jamás pactaría con Podemos y descartaba tal posibilidad como una irresponsabilidad que impediría que pudiera dormir por las noches. Tales certezas, reiteradas durante toda la campaña electoral de noviembre, fueron fulminantemente descartadas a la vista del resultado de las nuevas elecciones, que, lejos del refuerzo esperado, debilitaba la mayoría parlamentaria del PSOE. El pacto que era totalmente imposible hasta solo unos días, se fraguó en unas pocas horas. Se produjo un apresurado reparto de Ministerios y una declaración en la que se exponían las intenciones del nuevo gobierno de manera muy general. Pero no bastaba con los votos de PSOE y Podemos para asegurar el voto del Congreso. Las negociaciones con nacionalistas y otros grupos minoritarios fueron complicadas y hasta prácticamente el último minuto no estuvo asegurado el apoyo de los suficientes diputados, aunque al final se consiguió prácticamente por la mínima. Así comenzó su andadura el primer gobierno de coalición de nuestra democracia, un proyecto muy ilusionante para muchos, pero que nacía lastrado por la historia previa de desconfianza entre ambos miembros y por la heterogeneidad de los grupos de los que dependía para poder sostenerse.
Entre otras curiosidades, La coalición contra la pandemia desvela que el nombramiento del ministro Salvador Illa como responsable de Sanidad fue meramente una operación política. Su llegada al cargo no fue debida a sus conocimientos o su experiencia en el sector, sino por su conocimiento de los complicados entresijos de la política catalana, algo que iba a ser muy útil en la singladura del nuevo ejecutivo, hasta el punto de que se le encomendó que dedicara un par de días de la semana a los asuntos de su Ministerio y el resto estuviera en Barcelona asegurándose de mantener los apoyos a la Coalición. Un encargo que cambiaría radicalmente pocas semanas después, cuando España entró de lleno en la crisis más importante de las últimas décadas sin apenas preparación para afrontar la misma.
Y es que las noticias que llegaban acerca del coronavirus eran cada vez más preocupantes, allá por el mes de febrero. La propagación del virus se extendía rápidamente por otros países desde su origen en China y llegaba a Italia, causando verdaderos estragos en el norte del país. Frente a la inquietud de mucha gente, el gobierno lanzaba mensajes de tranquilidad y no imponía ninguna medida. Por aquellos días sus esfuerzos estaban concentrados en la primera gran polémica que dividió a la Coalición: el proyecto de ley de libertad sexual preparado por el Ministerio de Igualdad de Irene Montero se encontró frente a vergonzantes correcciones efectuadas por el Ministerio de Justicia. Los ciudadanos empezaban a advertir fuertes tensiones en el seno del gobierno, sobre todo derivadas de la rivalidad entre Irene Montero y Carmen Calvo y entre Yolanda Díaz y Nadia Calviño, que llegarían a su máxima expresión en los dramáticos Consejos de Ministros que declararon el estado de alarma y sus consecuencias jurídicas.
Aunque el libro no profundiza en el asunto, resulta realmente insólito el cambio de discurso que se produjo en el gobierno entre el 8 y el 9 de marzo. Si el 8 de marzo el mensaje era que la epidemia estaba controlada y se animaba a hacer vida normal y a participar en las manifestaciones organizadas ese mismo día, por la noche, según la versión oficial, llegaron datos al Ministerio de Sanidad que contradecían todo ese optimismo (es difícil explicarse cómo es posible que los datos previos no invitaran al menos a la prudencia y a tomar las primeras medidas ese fin de semana). Los días siguientes fueron dramáticos, de una tensión extrema en el gobierno y de un miedo creciente entre la gente. Aunque Pedro Sánchez se tomó su tiempo para decidir la declaración de estado de alarma y el insólito confinamiento de los ciudadanos, el ambiente en las calles era de máxima ansiedad, viéndose en aquellos días imágenes inéditas en nuestro país: supermercados rebosantes de gente realizando compras masivas de productos de primera necesidad como si el mundo fuera a venirse abajo en las próximas jornadas.
La historia que sigue es tristemente bien conocida por todos: la pandemia golpeó nuestro país con fuerza inusitada, sobre todo en Madrid, llegándose a contagiar incluso varios miembros del gobierno. La alarma social llegó a niveles insospechados los días en que las cifras de muertos llegó casi al millar. Mientras tanto el gobierno legislaba de urgencia e intentaba establecer una política de comunicación con los ciudadanos sin negar, al fin, la gravedad del momento. La economía se congelaba y las administraciones públicas colapsaban, sobre todo las encargadas de tramitar los millones de ertes que se solicitaron. A principios del verano el estado de alarma decae y se hace ver que lo peor de la pandemia ha pasado y se anima al ciudadano a hacer vida normal con ciertas precauciones: craso error, tal y como estamos viendo estos días de notables rebrotes en casi todos los puntos de la geografía nacional. El virus sigue con nosotros y parece que nos va a deparar un invierno extremadamente complicado, mientras la economía no es capaz de superar la brutal caída del segundo trimestre del año. El libro de Llapart y Monsori, que intenta ser objetivo y no entrar en polémicas ni manifestar opiniones acerca de los hechos que narra, es un relato de urgencia, pero tristemente todavía incompleto: sus páginas habrán de completarse en los próximos meses de estos tiempos extremadamente interesantes y dramáticos.
Es que si acabó mal el 10, por lo que dices, esa coalición de izquierdas que tanto costó, lo del 20 es de récord, literalmente. En sanitarios muertos por le Cavad, por ejemplo, y en lenguaje soez en el Congreso también. No sé si esta ola nos hará recordad el confinamiento y el goteo diario de muertos, los más vulnerables pero que los primeros día de concordia y solidaridad quedan muy lejanos en cualquier caso, y la crispación de la política es brutal. Lo Mao es que en parte la ciudadanía puede contagiarse, o ya definitivamente pasar de política.
ResponderEliminarPor un año que despediremos con ganas de no repetir. Un abrazo
Esperemos que todo esto pase pronto, por el bien de todos.
ResponderEliminarUn abrazo.