Es indudable que la de Corea del Norte es una de las tiranías más atroces de todos los tiempos. Inspirado por la versión más totalitaria de la doctrina comunista, el régimen norcoreano no solo subyuga a su población a través de un sistema orweliano, en el que todos se sienten vigilados, sino que está prácticamente aislado del resto del mundo, por lo que es difícil conocer de primera mano qué aspecto tiene aquel infierno. Por eso, un libro de relatos como éste, escrito por alguien que sigue habitando en Corea del Norte, constituye el testimonio más valioso para acercarnos a la existencia cotidiana de unos seres que solo pretenden sobrevivir al día a día esperando, en lo más íntimo, que la pesadilla en la que están inmersos se acabe de una vez.
Porque los nortecoreanos no pueden compartir su angustia con casi nadie, puesto que es fácil que las historias de disidencias, reales o imaginarias, se difundan y acaben llegando a los oídos de alguno de los agentes del régimen, siempre dispuestos a corregir a quienes no están dispuestos a admitir que la vida en aquel país es poco menos que el paraíso en la Tierra, puesto que están dirigidos por un líder infalible, que sacrifica su existencia en pos del bien del pueblo. En las historias de Bandi, Kim Il-sung es una presencia constante, que se encuentra retratado en cualquier rincón del país. Su presencia física en algún lugar es anunciada con anticipación, para que la gente ensaye costosos preparativos: desfiles, actuaciones y coreografías que deben ser ejecutadas a la perfección. Además, cuando el líder se desplaza de un punto a otro del país, las comunicaciones se interrumpen durante días para el resto de la población, que a veces queda varada en tierra de nadie durante días, sin comida y expuesta a los elementos, hasta que las autoridades permitan de nuevo la circulación ferroviaria.
En esta tesitura, ni siquiera los más pequeños se libran del deber de ser fervorosos con el régimen. En una de las historias, un niño confunde un retrato de Marx con el Obi, el equivalente en España al Coco, un comentario inocente y temeroso que puede acabar hundiendo en el descrédito a una familia... En Corea del Norte un hombre puede ser acusado por los motivos más nimios y grotescos, aunque haya dado su salud y parte de su esencia vital trabajando sin descanso a las órdenes del régimen. Y cuando alguien es acusado, no hay defensa posible, puesto que el régimen es infalible y cualquiera que se testimonio en favor del reo puede acabar sentado en el banquillo junto a él. No basta con ser devoto del régimen, el buen comunista tiene que estar vigilando siempre la propia conciencia y los propios actos para no caer en la traición.
Aunque ya había leído el magistral cómic Pyongyang, de Guy Delisle, aquí no nos encontramos con un retrato de Corea a los ojos de un extranjero que se encuentra de visita, sino con la descripción detallada de aspectos cotidianos de una vida que al lector se le aparece como algo insoportable. El verdadero valor de los escritos de Bandi (evidentemente es un seudónimo, el autor no puede dar su nombre), reside en la autenticidad del testimonio de un autor anónimo y magistral, que nos da una lección de para qué sirve la literatura. Si no puedes con tu enemigo, por ser demasiado poderoso, al menos puedes retratarlo y conseguir así un testimonio muy elocuente del absurdo de una dictadura pavorosa.
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