miércoles, 18 de octubre de 2017

LA TIENDA DE LOS SUICIDAS (2007), DE JEAN TEULÉ. EL SUPERMERCADO DE LA MUERTE.

Una de las mejores formas de humor es el humor negro. Si se aborda correctamente, sin traspasar la tenue línea de lo que una determinada sociedad considera tabú (por ejemplo, hacer humor de las víctimas del terrorismo), resulta una manera estupenda de reirnos de nosotros mismos, de nuestros miedos y de nuestros defectos. ¿Y qué es más temido que la muerte? Aunque todos desechamos ese miedo en el día a día, a veces nuestros pensamientos derivan hacia ese trance tan inevitable como indeseado. Pero ¿qué sucedería si en el futuro construimos una sociedad en la que la idea de suicidio contenga cierto atractivo? Pues como un negocio como el que presenta Teulé en La tienda de los suicidas, sea tan popular como próspero.

Aunque no se ofrecen muchos detalles, la novela transcurre en un futuro siniestro, en el que parece que el cambio climático es una realidad que ha llevado a gran parte de la humanidad a un sentimiento de desesperación y derrota. El establecimiento que regenta la familia Tuvache (que es presentada como una especie de remedo de los televisivos Monster), ofrece toda clase de servicios de ayuda al suicidio, contando con los métodos más originales e innovadores, para asegurar al usuario no fallar en el intento. En consonancia con su dedicación, los miembros de la familia son pesimistas y malencarados, creando el ambiente propicio para que la clientela no se eche atrás en la decisión tomada. Pero en todos los grupos existe una oveja negra - o blanca, en este caso - y el hijo menor de los Tuvache, Alan, ha resultado ser un optimista nato, que no depone su actitud ni cuando es enviado a pasar una temporada al campamento de terroristas suicidas...

La tienda de los suicidas es una narración con un buen planteamiento, que comienza con buenas dosis de ironía, pero cuya trama poco a poco se va desinflando, hasta derivar en un mensaje más propio de los libros de autoayuda que de una obra dirigida al público adulto. Porque hay pasajes en los que Teulé parece escribir para los más jóvenes, como si toda la segunda mitad de la novela fuera un gran cuento moral destinado a fomentar el arma del optismo contra un mundo oscuro y hostil. Es una lástima, porque el argumento daba lugar a muchas posibilidades interesantes y se ha elegido quizá la más fácil y previsible. No es que la lectura de la novela se haga desagradable, pero constituye un ejercicio demasiado ligero, cuando se está tratando un asunto tan serio y con tantas implicaciones.

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