miércoles, 16 de mayo de 2012
DON QUIJOTE CABALGA DE NUEVO (1973) DE ROBERTO GAVALDÓN. LA PROFESIÓN DE CABALLERO ANDANTE.
Comencé a ver esta película llevado por la mera curiosidad, por apreciar el trabajo de Fernando Fernán Gómez como don Quijote (era el que ponía la voz en la serie de dibujos animados que tanto me gustó en la infancia) y de Cantinflas como Sancho Panza. El mexicano se toma su trabajo como todo un reto y sabe dotar a su personaje con las justas dosis de humor y ternura: un Sancho casi tan humano como el que concibió Cervantes.
Poco a poco, mientras transcurre la película, me voy dando cuenta de que no se trata de un mero divertimento, sino de un producto inteligentemente elaborado que trata con un gran respeto la novela, dándole una nueva vuelta de tuerca, al presentarnos al propio Cervantes como uno de los escribanos que forman parte del tribunal que juzga a don Quijote en una de las primeras escenas. El escritor asiste al nacimiento de su propio personaje, el hombre flaco y seco que tiene ante sus narices. "Aquí hay materia para una novela", escribe. ¿Nos engañó entonces Cervantes al atribuir el manuscrito del Quijote a un tal Cidi Hamete Benengeli?
La actuación de Fernando Fernán Gómez es un auténtico goce para el espectador. Él es don Quijote, el hidalgo ridículo y sublime que pretende nada menos que hacer resurgir la orden de la caballería andante en pleno siglo XVII. Pero frente a los que se burlan de él, expone sus razones: la necesidad de seres puros en el mundo, de gente valiente y desprendida que socorra a los que no pueden valerse por sí mismos, que eviten la continua injusticia del mundo. A veces da la impresión de que el propio don Quijote sabe que es un anacronismo, pero aún así no abandona su sublime misión. Como él mismo dice, la profesión de caballero andante trae pocas alegrías y muchos quebrantamientos físicos y espirituales. Pero es la mejor profesión del mundo.
Los verdaderos canallas de la historia son los duques, que acogen al protagonista y a su escudero en sus tierras para burlarse de ellos. Son gente ociosa que necesita constantemente novedades, nuevos divertimientos. En realidad el auténtico ridículo es el de su forma de vida parásita e improductiva. Don Quijote, en su delirio, y Sancho Panza, sin olvidar nunca sus humildes orígenes, se muestran mucho más digno que ellos. Ahora me ha entrado un deseo tremendo de leer por tercera vez el Quijote. Precisamente cuando menos tiempo tengo...
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