Una de esas películas a las que uno vuelve cada cierto tiempo. Kubrick y Vietnam eran, a priori una combinación que debía engendrar la película bélica perfecta. No fue así del todo. La perfección se quedó en la primera parte, en el entrenamiento deshumanizador dirigido por el sargento Hartman. La segunda resulta mucho más convencional, influenciada por la alargada sombra de Apocalypse Now. Aquí el análisis:
Stanley Kubrick es uno de esos raros directores que suscitan el unánime consenso de crítica y público. Suele decirse de él que logró una obra maestra con cada uno de los géneros que tocó: cine negro, histórico, comedia, bélico... Lo cierto es que Kubrick era un innovador, un perfeccionista capaz de repetir decenas de veces una misma toma, un genio que se documentaba profusamente antes de emprender un rodaje. Un hombre entregado al cine en cuerpo y alma.
El
director ya había abordado el género bélico en la producción de 1957
"Senderos de gloria", una historia ambientada en la Primera Guerra
Mundial que se convirtió de inmediato en uno de los grandes clásicos del
pacifismo. Tanto que estuvo prohibida en la España franquista. En "La
chaqueta metálica" el director aborda la guerra del Vietnam, pero desde
una perspectiva ciertamente original.
La película puede dividirse en dos partes claramente diferenciadas: en la primera se nos muestra con toda su crudeza el durísimo entrenamiento a que es sometido un grupo de jóvenes reclutas antes de ser convertidos en marines. Aquí el protagonismo absoluto recae en el sargento instructor Hartman (un genial Lee Ermey), que trata a los futuros soldados como pura basura para que olviden toda condición individual y se transformen en parte integrante e indisoluble del Cuerpo de Marines.
En realidad Ermey no era el actor elegido por Kubrick para representar el papel, sino el asesor del actor elegido, pero cuando el director pudo verlo en acción, se quedó con él. Todo un acierto, era difícil que cualquier intérprete formado en al Actors Studio fuera capaz de encadenar la retahila de expresiones soeces que salían continuamente de la boca de Ermey, que había sido sargento instructor en la vida real. Para Kubrick fue una bendición, pues apenas tenía que repetir las escenas cuando él actuaba. Los rostros de los actores que le escuchan son elocuentes.
Hartman es un adalid del aprendizaje a través del conductismo, como si su cuartel fuese un inmenso laboratorio donde puede experimentar los límites del sufrimiento humano, hasta que los sujetos son estimulados en grado máximo para convertirse en auténticas máquinas de matar, el objetivo último del entrenamiento. Kubrick nos muestra de manera magistral como jóvenes normales son condicionados por el entorno y se dejan moldear hasta perder partes esenciales de su humanidad.
Ya desde la primera escena asistimos al proceso de que estamos hablando: la despersonalización comienza con el rapado del individuo, lo que iguala a todos para empezar a fabricar al hombre nuevo desde cero. Un ejemplo paradigmático de todo ello es el caso del recluta Patoso. Al principio no encaja y destaca por su torpeza. La brutal presión del sargento y del resto de compañeros consigue finalmente cambiar su personalidad, pero no hacia la integración con el resto del Cuerpo de Marines, sino hacia la destrucción más devastadora, incluido el asesinato de su nuevo padre.
En la segunda mitad de la película, una sombra de la brillantez de la primera, el espectador sigue las andanzas del recluta "Bufón" en medio del caos de Vietnam. Bufón es la otra cara de su compañero Patoso, un ejemplo de integración en el Ejército y de constante sacrificio. Además es un hombre valiente: el recluta ideal del sargento Hartman.
El punto de partida es muy interesante. Bufón es un periodista del Ejército, integrado en la revista "Barras y estrellas", un panfleto propagandístico acerca de la virtuosa actuación de Estados Unidos en el país asiático. Las escenas de las reuniones con su redactor jefe y el resto de sus compañeros dan idea de los malabarismos dialécticos que deben realizar día a día estos periodistas para encubrir las matanzas y los continuos reveses militares.
En todo caso, estas escenas son solo un espejismo, pues finalmente la película deriva hacia una trama bélica más convencional, con Bufón empotrado en un pelotón de marines que se hacen llamar los "salidos" y luchando hombro con hombro con ellos como uno más. Apenas le vemos ejercer el periodismo.
En el último tercio del film la originalidad brilla por su ausencia. La sombra de "Apocalypse Now" es alargada y su influencia se nota en todo este tramo, que está rodado sin la garra que es habitual en el director. Se nos quieren mostrar aquí las consecuencias del adiestramiento, la deshumanización de unos marines que no distinguen entre soldados y civiles en su guerra particular. Kubrick lo consigue a medias, dejándose llevar más de la cuenta por el efectismo en muchas escenas.
En cualquier caso, una gran película bélica, cuya primera parte resulta magistral, pero que después no consigue remontar el vuelo, perdiendo la oportunidad de profundizar en el periodismo bélico que se realiza en el seno del Ejército Americano. Al espectador finalmente el recuerdo que se le queda es el del sargento Hartman vociferando como un auténtico animal.
La película puede dividirse en dos partes claramente diferenciadas: en la primera se nos muestra con toda su crudeza el durísimo entrenamiento a que es sometido un grupo de jóvenes reclutas antes de ser convertidos en marines. Aquí el protagonismo absoluto recae en el sargento instructor Hartman (un genial Lee Ermey), que trata a los futuros soldados como pura basura para que olviden toda condición individual y se transformen en parte integrante e indisoluble del Cuerpo de Marines.
En realidad Ermey no era el actor elegido por Kubrick para representar el papel, sino el asesor del actor elegido, pero cuando el director pudo verlo en acción, se quedó con él. Todo un acierto, era difícil que cualquier intérprete formado en al Actors Studio fuera capaz de encadenar la retahila de expresiones soeces que salían continuamente de la boca de Ermey, que había sido sargento instructor en la vida real. Para Kubrick fue una bendición, pues apenas tenía que repetir las escenas cuando él actuaba. Los rostros de los actores que le escuchan son elocuentes.
Hartman es un adalid del aprendizaje a través del conductismo, como si su cuartel fuese un inmenso laboratorio donde puede experimentar los límites del sufrimiento humano, hasta que los sujetos son estimulados en grado máximo para convertirse en auténticas máquinas de matar, el objetivo último del entrenamiento. Kubrick nos muestra de manera magistral como jóvenes normales son condicionados por el entorno y se dejan moldear hasta perder partes esenciales de su humanidad.
Ya desde la primera escena asistimos al proceso de que estamos hablando: la despersonalización comienza con el rapado del individuo, lo que iguala a todos para empezar a fabricar al hombre nuevo desde cero. Un ejemplo paradigmático de todo ello es el caso del recluta Patoso. Al principio no encaja y destaca por su torpeza. La brutal presión del sargento y del resto de compañeros consigue finalmente cambiar su personalidad, pero no hacia la integración con el resto del Cuerpo de Marines, sino hacia la destrucción más devastadora, incluido el asesinato de su nuevo padre.
En la segunda mitad de la película, una sombra de la brillantez de la primera, el espectador sigue las andanzas del recluta "Bufón" en medio del caos de Vietnam. Bufón es la otra cara de su compañero Patoso, un ejemplo de integración en el Ejército y de constante sacrificio. Además es un hombre valiente: el recluta ideal del sargento Hartman.
El punto de partida es muy interesante. Bufón es un periodista del Ejército, integrado en la revista "Barras y estrellas", un panfleto propagandístico acerca de la virtuosa actuación de Estados Unidos en el país asiático. Las escenas de las reuniones con su redactor jefe y el resto de sus compañeros dan idea de los malabarismos dialécticos que deben realizar día a día estos periodistas para encubrir las matanzas y los continuos reveses militares.
En todo caso, estas escenas son solo un espejismo, pues finalmente la película deriva hacia una trama bélica más convencional, con Bufón empotrado en un pelotón de marines que se hacen llamar los "salidos" y luchando hombro con hombro con ellos como uno más. Apenas le vemos ejercer el periodismo.
En el último tercio del film la originalidad brilla por su ausencia. La sombra de "Apocalypse Now" es alargada y su influencia se nota en todo este tramo, que está rodado sin la garra que es habitual en el director. Se nos quieren mostrar aquí las consecuencias del adiestramiento, la deshumanización de unos marines que no distinguen entre soldados y civiles en su guerra particular. Kubrick lo consigue a medias, dejándose llevar más de la cuenta por el efectismo en muchas escenas.
En cualquier caso, una gran película bélica, cuya primera parte resulta magistral, pero que después no consigue remontar el vuelo, perdiendo la oportunidad de profundizar en el periodismo bélico que se realiza en el seno del Ejército Americano. Al espectador finalmente el recuerdo que se le queda es el del sargento Hartman vociferando como un auténtico animal.
A mí sí me gustó este Kubrick, aunque sin duda la fama se la llevó el implacable sargento, haciendo sombra a los sucesos posteriores.
ResponderEliminarYo siempre he pensado que la instrucción militar nos proporciona la enseñanza de todos los fenómenos nacidos en situaciones de emergencia. Mandar a los soldados a la batalla es algo que hay que hacer deprisa. Convertir a unos chicos normales y corrientes en implacables matones por lo tanto exige tratamiento de choque. Qué lástima que esta "sabiduría" no se aplique con mejores fines a cosas que no se juzgan tan urgentes como ir a la guerra.
Un sistema antiguo de llevar a los soldados a la guerra era el sistema de levas. Simplemente, se raptaba jóvenes que se llevaban al cuartel a punta de fusil, allí se les brutalizaba con la garantía de que al cabo de unos meses se sentirían felices y orgullosos de ser soldados.
Cierto Francisco, parece que la sociedad se organiza y da lo mejor de sí misma en situaciones límite y urgentes, como la guerra. Por suerte, pasaron los tiempos del reclutamiento obligatorio en nuestro país.
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