viernes, 18 de junio de 2010
BANDERAS.
Ayer, cuando conducía de camino a la biblioteca, me sentí un poco extraño. Todas las calles por las que transitaba se encontraban engalanadas con decenas de banderas. Parecía que fuéramos a recibir a un dignatario extranjero a la manera de antaño o, lo que es peor, que nos encontrásemos en guerra.
Pero no, no eran esos los motivos. Obviamente es el mundial el que hace sacar las banderas a la calle en una extraña explosión de nacionalismo de las clases populares que solo se da con la selección de fútbol y cuya magnitud se mide por victorias en el campo de juego. El fútbol ha sustituido a la guerra como expresión del prestigio de un país y eso tiene de bueno. Será curioso ver si la gente mantiene sus banderas si España es eliminada en la primera fase. Seguramente desaparecerán de manera vergonzante.
Y es que el mundial lo impregna todo actualmente. En nuestro caso hemos cometido el error de acudir allí sobrados, como grandes favoritos, cuando nunca hemos llegado siquiera a una final y la última vez que alcanzamos las semifinales fue allá por los años cincuenta. Aún así los anuncios televisivos no paran de recordarnos las virtudes de la roja. Los niños aprenden la tabla de multiplicar con los nombres de sus componentes. Los jugadores (todos ricos) nos recomiendan ahorrar energía no abusando del aire acondicionado. Villa nos recomienda comer en McDonalds mientras juguetea en un precioso chalet con un trozo de papel y marca un gol en su propia cristalera. La pelota va a golpear humillantemente en un miembro de la servidumbre (un jardinero), que a punto está de saltarse un ojo con las tijeras de podar, en un gesto cuya comicidad se me escapa. Un cómic, realizado seguramente a toda velocidad aprovechando el tirón, nos muestra a la selección jugando un partido intergaláctico contra unos extraterrestres en el que se decide el destino del universo. Si llegan a jugar como contra Suiza ya estariamos todos muertos.
Banderas y más banderas mientras paseaba por las calles de mi ciudad. Ojalá el equipo remonte, pensaba, y no fastidie las ilusiones de toda esta gente, que olvida sus penas durante noventa minutos frente al televisor. En todo caso, me alegraba secretamente de la derrota frente a Suiza, una cura de humildad muy necesaria para el equipo.
Cuando llegué a mi destino, la biblioteca, ninguna bandera decoraba su fachada.
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Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarA mí me da la impresión de que, debido a que los "nacionalismos periféricos" (vasco, catalán) aún son vigorosos, alguien en alguna parte ha decidido hacer algo por vigorizar el rancio nacionalismo español. Porque el futbol siempre ha gustado, pero esto de las banderas es nuevo.
ResponderEliminarNo deberíamos sentir envidia de los errores de los demás.
Hola Pablo, encantado de saludarte. A ver cuando te pasas un día por Málaga. Ahí tengo todavía "Matadero cinco" por leer. Me alegro de que te hayas reido, algo muy necesario en estos tiempos.
ResponderEliminarNo sé si el nacionalismo que expresan las banderas en las terrazas de nuestras calles tiene mucho que ver con los nacionalismos periféricos. En realidad no es más que un sentimiento que tiene que ver con once muchachos dándole patadas a un balón. Es una traslación puntual de la devoción que mantiene la gente por el Real Madrid o el Barcelona durante todo el año.