martes, 11 de agosto de 2009

LA VIDA DE LOS OTROS (2006), DE FLORIAN HENCKEL VON DONNERSMARCK. CLIMA ORWELLIANO.


El cine alemán comienza a ajustar cuentas con su pasado. Sin miedo. "El hundimiento" o Hitler en clave de tragedia, "Mein Führer" o Hitler en clave de comedia. "Good bye Lenin", o la RDA en clave de comedia dramática, "La vida de los otros" o la RDA en clave de drama absoluto. Quizá algún día podamos ver algo parecido en el cine español. Algún día.

"La vida de los otros" retrata a la perfección lo que supone la vida en un país totalitario y neurótico. La policía secreta alemana, la Stasi, estaba habitualmente presente en la vida cotidiana de los ciudadanos. Se estima que uno de cada cincuenta alemanes del este eran informadores, lo cual supone que potencialmente toda la ciudadanía se encontraba vigilada de un modo u otro, algo no muy lejano a lo que retrató George Orwell en su fundamental "1984". La psicosis del gobierno de considerar a toda la población como potenciales enemigos del Estado acabó en la más estrepitosa autodestrucción por corrosión interna. Es difícil de entender, pero este mal sueño estuvo vigente hasta hace escasamente veinte años, es decir, hasta antes de ayer.

Gerd Wiesler es un perfeccionista que ama su trabajo como oficial de la Stasi, pero la misión de vigilar al presunto escritor disidente Georg Dreyman va a cambiar su forma de ver las cosas. El director retrata esta transformación de manera sutil, apoyado en el extraordinario trabajo de Ulrich Mühe (la escena del encuentro con el niño, que en su inocencia le enuncia una verdad absoluta es impagable). Pero el film no es solo eso: describe el trabajo rutinario de los espias, la tristeza y oscuridad del Berlín comunista y la prudencia obligada de sus habitantes. Todo este juego, en el que el Estado se comporta como un niño caprichoso y asustadizo va a tener dramáticas consecuencias.

Los informes de la Stasi siguen archivados y cualquiera que haya sido espiado puede solicitar su consulta. Supongo que será interesante, a la par que estremecedor, conocer el día a día de la propia vida narrado por un observador externo y omniscente. Como ser protagonista de una novela ya conocida. Esta es la rutina de los regimenes totalitarios, de los que la RDA fue un modelo: la explotación del miedo. Miedo del Estado a cualquier disidencia, miedo de los ciudadanos a ser descubiertos en la más mínima herejía. Un sistema que solo es capaz de sacar lo más miserable del ser humano y, lo que es peor, en nombre de una utopía que se supone liberadora e igualitaria. En este caso, las sospechas recaen sobre un escritor (en realidad la intelectualidad en estos casos no está nunca libre de sospecha). Para un escritor medianamente honesto no debe ser tarea fácil tener que medir sus palabras, pues la libertad en este oficio es un instrumento de trabajo fundamental.

Una película necesaria y de obligada visión para todo aquel interesado en la historia y en la filosofía.

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