sábado, 26 de junio de 2010

LA TIERRA PERMANECE (1949), DE GEORGE R. STEWART. EL PATRIARCA DE UN NUEVO MUNDO.


Hacía ya mucho tiempo que no leía literatura de ciencia ficción. Apuestas seguras de este género suelen ser los clásicos de los años cincuenta y sesenta (qué casualidad, como en el cine). La novela de Stewart, sin ser un alarde literario, resulta altamente entretenida e insospechadamente filosófica, pues el lector no puede dejar de hacerse preguntas acerca del verdadero significado de la civilización humana y su fragilidad. Aquí el enlace al artículo:

"La Tierra permanece", de George R. Stewart es la única novela de este autor que ha hecho fortuna a nivel mundial. Se trata de una narración de ciencia ficción apocalíptica cuya influencia más evidente se encuentra en "La peste escarlata", del gran Jack London.

Hay que tener en cuenta que la hipótesis que plantea "La Tierra permanece" es la de un virus que acaba con casi toda la humanidad pero respeta al resto de los seres naturales. Tal y como dice la cita del Eclesiastés que abre el volumen: "los hombres van y vienen, pero la tierra permanece", una de tantas sentencias bíblicas que abundan en la pequeñez del hombre frente a la creación. La idea principal es que el hombre dista mucho de ser imprescindible en el ecosistema planetario. Si un día desapareciera, la vida continuaría. Muchas especies han pasado anteriormente por ese trago.
En todo caso, aún con el desastre, quedan algunos (muy escasos) supervivientes de la raza humana. El protagonista, Ish, es uno de ellos. Se trata de un hombre taciturno y amante de la soledad, pero el destino va a cargar sobre sus espaldas una tarea asombrosa: nada menos que refundar la sociedad humana.

Las primeras reacciones de Ish ante la inmensidad de la tragedia son de estupor e incredulidad, así que viajará en solitario desde California por las carreteras de Estados Unidos para encontrar las inmensas ciudades, orgullo de la civilización humana, vacías, con los escasos supervivientes viviendo de los numerosos restos materiales dejados por el desastre, sin preocuparse por el día de mañana.

A su regreso a San Francisco, Ish, como un nuevo Adán, encontrará a su Eva y con la ayuda de otras dos parejas fundará "la Tribu", en un intento de recoger las esencias de la sociedad del pasado, proteger su inmenso caudal de conocimientos y transmitirlos a sus descendientes para intentar preservar los avances de la civilización humana.

La nueva sociedad que va a surgir de esto va a ser más bien anárquica, fundada en la búsqueda de placeres y felicidad inmediata, posibles gracias a los abundantes despojos de la antigua civilización. Se hacen realidad aquí las teorías de Rosseau acerca del "buen salvaje", no corrompido por las influencias de la sociedad anterior. En todo caso Ish, como miembro de la antigua estirpe, es el único que intuye que algún día se acabarán los recursos del pasado y que su tribu necesita un poco de disciplina, conocimientos básicos del pasado y legislación para salir adelante en el futuro.

Lo cierto es que aquí se hace realidad también aquella sentencia que dice que toda sociedad se funda en un crimen. Ish va a ser el patriarca de esta nueva humanidad, venerado y respetado por los jóvenes miembros de la tribu, aunque no siempre comprendido. En un determinado momento Ish comprenderá que es imprescindible la involución para empezar de nuevo:

"Quizá los seres humanos, los sistemas filosóficos y los libros eran demasiado numerosos. Quizá los cursos del pensamiento eran demasiado profundos, y los restos del pasado se amontonaban como basuras o viejas ropas. ¿Por qué no se alegraría el filósofo si todo desapareciese de pronto? Los hombres empezarían otra vez, a parir de cero, y el juego tendría nuevas reglas. Las pérdidas no serían quizá mayores que las ganancias".

George R. Stewart ha construido una novela fundada en sólidas hipótesis. Aunque no cuenta con grandes valores estrictamente literarios, su lectura no hace perder un ápice de interés en ningún momento ya que los acontecimientos están dotados de credibilidad.
Los paisajes de las grandes ciudades y monumentos humanos silenciosos y vacíos esperando la inevitable degradación del tiempo, los escasos supervivientes viviendo como robinsones en medio de una civilización que ha caído en desgracia de la noche a la mañana, estas mismas ciudades invadidas por la naturaleza con el paso de los años...

Poderosas imágenes que son un perfecto condimento al relato de Stewart del que se nota que ha consultado fuentes históricas, antropológicas y religiosas antes de escribirlo. Al lector se le deja con la imagen de una nueva humanidad que trata de abrirse paso en ante una naturaleza cada vez más hostil, una vez que se agota el legado de los hombres antiguos, una humanidad que fundará nuevas religiones, instaurará mitos, entrará en guerra con otros pueblos, creará nuevas culturas y escribirá finalmente su propia historia

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