viernes, 20 de marzo de 2009
EL LECTOR, DE BERNHARD SCHLINK. EL PROBLEMA DE LA CULPA.
Leí esta novela por primera vez hace ahora justamente diez años, en los seminarios de Filosofía del Derecho. Ahora lo he hecho otra vez, estimulado por la adaptación cinematográfica que pretendo ver este fín de semana.
El protagonista y narrador, a los quince años se hace amante de una mujer mucho mayor, una relación basada en la limpieza corporal, la lectura de clásicos alemanes en voz alta y, por supuesto, en el sexo. En un determinado momento, ella abandona la ciudad sin dar explicaciones. Algunos años después vuelven a encontrarse cuando ella está siendo juzgada por los supuestos crímenes que cometió cuando era miembro femenino de las SS y él es un estudiante de derecho que está realizando un trabajo sobre ese proceso. Ante el nulo esfuerzo que ella pone en su propia defensa, él se propone a sí mismo tratar de ayudarla, pero al final tiene la intuición de no hacerlo. Al final se dará cuenta de que para ella la cárcel ha sido una especie de redención para su conciencia, ya que nunca ha tratado de esquivar los fantasmas de su pasado. Su última voluntad va a buscar un perdón imposible. Parece ser que su culpa es demasiado grande.
Las cuestiones que plantea la novela atenazan a toda una generación de alemanes, el problema de la culpa colectiva por los crímenes del nazismo, por activa o por pasiva. Un texto de la novela lo expresa muy bien:
"La palabra clave era "revisión del pasado". Los estudiantes del seminario nos considerábamos pioneros de la revisión del pasado. Queríamos abrir las ventanas, que entrase aire, que el viento levantara por fín el polvo que la sociedad había dejado acumularse sobre los horrores del pasado. Nuestra visión era crear un ambiente en el que se pudiera respirar y ver con claridad. Tampoco nosotros apostábamos por la erudicción. Teníamos claro que hacían falta condenas. Y también teníamos claro que la condena de tal o cual guardián o esbirro de este u otro campo de exterminio no era más que un primer paso. A quien se juzgaba era a la generación que se había servido de aquellos guardianes y esbirros, o que no los había obstaculizado en su labor, o que ni siquiera los había marginado después de la guerra, cuando podía haberlo hecho. Y con nuestro proceso de revisión y esclarecimiento queríamos condenar a la vergüenza eterna a aquella generación".
Una locura colectiva, una generación entera arrastrada a una espiral de crímenes sin precedentes en la historia. ¿Existe una culpa colectiva del pueblo alemán? ¿Los procesos son un mero lavado de conciencia a través de unos chivos expiatorios? ¿Es lícito juzgar acciones que no se encontraban tipificadas cuando se cometieron, es decir, es lícita la retroactividad penal? El protagonista pertenece a la generación siguiente a la de la guerra, una generación sin referentes morales en sus mayores, que pretende remover un pasado que a muchos interesa dejar como está. Hanna, después de todo, representa un poco de dignidad en toda esta inmundicia. Ella no niega su participación, asume sus responsabilidades y sus culpas. Y tiene los arrestos de preguntar al juez: "¿qué hubiera hecho usted en mi lugar?" Esa pregunta bien puede ir dirigida al lector, a todos nosotros, que juzgamos los hechos desde fuera. ¿Cómo nos hubiéramos comportado nosotros en esas circunstancias?
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