Es indudable que la institucionalización de la figura del divorcio supone un gran avance social y liberal para cualquier sociedad. El hecho de contar la posibilidad de acabar con una relación que no va todo lo bien que debería es un derecho indudable de toda persona, por mucho que se suponga que los matrimonios son "para toda la vida". Cierto es que la otra cara de la moneda de esta realidad es el alto índice de fracaso, es decir casamientos que devienen en separaciones, en muchos casos transcurridos unos pocos meses desde la boda. No es el caso de Charlie y Nicole, que llevan varios años de feliz convivencia, disfrutando de un razonable éxito en el difícil mundo del teatro neoyorkino. O al menos eso creía Charlie, porque su sorpresa es mayúscula cuando su mujer (a través de su hermana, para cumplir con la ley estadounidense), le anuncia su intención de acabar con su matrimonio. Las razón principal aducida por la joven es su intención de seguir su propio camino profesional, pues se siente muy a la sombra del éxito de su esposo.
A partir de aquí, el mundo de Charlie se derrumba. De pronto ha de viajar a Los Angeles (donde se ha trasladado Nicole), para iniciar un procedimiento que se anuncia con tintes kafkianos. En realidad, ha llegado la hora de los abogados, presentados aquí como unos seres codiciosos a los que interesa fomentar una conflictividad entre la pareja que devenga en beneficios más jugosos para su representado. Y buena parte de este proceso consiste en desenterrar toda clase de pequeños reproches del pasado, a veces muy mezquinos. Como expone el propio director en una entrevista ofrecida a la revista Dirigido:
"Porque, tal y como se puede ver en la película, hay una dosis de absurdo en la situación. Uno no puede creer lo que le está pasando. Ni Charlie ni Nicole pueden creer lo que están atravesando, muchas veces desde el punto de vista legal. Una vez que termina, mucha gente no quiere volver a pensar en lo que vivió."
Para Charlie, que no cuenta con apoyo familiar y que consideraba a la de su esposa su propia familia, la experiencia va ser especialmente traumática. Los encuentros con su hijo devienen en algo patético, un rato desagradable e incomprensible que el pequeño Henry asimila como puede. Al final, todo se va a basar en el relato mentirosamente emotivo que los abogados exponen, relatos que pueden ser cambiados sobre la marcha de la manera más cínica si los intereses en juego se ven en peligro. Una convivencia de años se transforma entonces en una especie de memorial a antiguos agravios a utilizar como armas arrojadizas en el campo de batalla judicial. Historia de un matrimonio se ha convertido rápidamente en una película de culto, quizá porque muchos espectadores ven reflejadas experiencias vitales - propias o cercanas - que constituyen uno de los grandes peligros de ese campo de minas invisibles que constituye la existencia humana.
El problema es que toda película de divorcios en la en que el varón aparece como víctima acaba resultando sospechosa. Pero es muy buena esa imagen de cómo no pueden evitar dejarse llevar y todo va de mal en peor.
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