sábado, 14 de diciembre de 2019

DOCE REGLAS PARA VIVIR (2018), DE JORDAN PETERSON Y EL AUGE DE JORDAN PETERSON (2019), DE PATRICIA MARCOCCIA. UN ANTÍDOTO AL CAOS.

Se podrá estar o no de acuerdo con su pensamiento y con su forma de expresarlo, pero es indudable que Jordan Peterson se ha erigido en los últimos años como uno de los intelectuales más influyentes del mundo. Calificado como conservador y, para algunos, uno de los pilares del auge de las teorías reaccionarios que han llevado a gente como Donald Trump a las cotas más altas del poder político. Ante todo Peterson es un comunicador nato, alguien que es capaz de expresar pensamiento complejo de una manera sencilla y accesible y además de forma práctica: las reglas del psicólogo canadiense pretenden ser aplicables a cualquier habitante de occidente.

Uno de los fundamentos de la notoriedad de Peterson es la polémica que ha suscitado desde que se rebeló, a través de una serie de vídeos de Youtube, contra lo que él consideraba excesos de la corrección política. Desde entonces cada una de sus intervenciones en lugares públicos suele ir acompañada por ruidosas protestas. Que Jordan Peterson vaya a ofrecer una conferencia o una charla quiere decir que la seguridad del lugar de la misma ha de ser reforzada. Es el precio que tiene que pagar quien ha sido calificado como gurú de la masculinidad o líder intelectual de la nueva derecha. El protagonista acepta el desafío y sabe como aprovechar esta notoriedad que le ofrece ser considerado el gran enemigo del progresismo. Sus vídeos obtienen millones de visitas y Doce reglas para vivir se ha convertido en un contundente best seller.

En realidad Doce reglas para vivir es una especie de tratado de autoayuda, pero fundamentado en años de experiencia en la práctica de la psicología clínica y dejando de lado las consabidas frases de motivación propias de este tipo de literatura. Más bien podría calificarse como un escrito un tanto sorprendente, ante todo porque Peterson no tiene que andarse con pies de plomo para respetar el orden no escrito de lo políticamente correcto. La necesidad de este libro la explica en las primeras páginas del mismo:

"Necesitamos reglas, patrones y valores, tanto en soledad como en compañía. Somos animales de carga y tenemos que aguantar lo que nos ponen encima para justificar nuestra miserable existencia. Necesitamos rutina y tradición. Eso es orden. El orden puede acabar resultando excesivo, y eso no es bueno, pero el caos puede anegarlo todo y ahogarnos, lo que tampoco es bueno. Tenemos que mantenernos en el buen camino. Así pues, cada una de las doce reglas de este libro con sus correspondientes comentarios proporciona una guía para estar ahí. «Ahí» es la línea divisoria entre el orden y el caos. Ese es el lugar en el que se da el equilibrio exacto entre estabilidad, exploración, transformación, reparación y cooperación. Es donde encontramos el significado que justifica la vida y su inevitable sufrimiento. Quizá, si viviéramos como habría que vivir, podríamos tolerar el peso que supone ser conscientes de nuestra propia existencia. Quizá, si viviéramos como habría que vivir, no tendríamos problemas en reconocer nuestro carácter frágil y mortal, sin caer en el victimismo ofuscado que genera primero resentimiento, luego envidia y, finalmente, deseo de venganza y destrucción. Quizá, si viviéramos como habría que vivir, no tendríamos que buscar refugio en la certidumbre totalitaria para protegernos de la consciencia de nuestra propia mediocridad e ignorancia. Quizá podríamos evitar todos esos caminos que dirigen al infierno (y en el terrible siglo XX ya hemos podido comprobar lo real que puede ser el infierno)."

Peterson nos recuerda frecuentemente que después de todo no somos más que animales y que vivimos sometidos a las implacables reglas de la naturaleza y ahí es donde entran, según el autor, las inevitables diferencias biológicas entre hombre y mujer y la tendencia humana a organizar la sociedad en jerarquías, fruto de la competitividad en la que los más fuertes e inteligentes acaban quedándose con los puestos más prestigiosos. Por supuesto, lo sano son las jerarquías fruto de la libre competencia, no las de dominación. De ahí la obsesión del autor de no volver a repetir los dramáticos errores del siglo XX, que vieron nacer las pesadillas totalitarias más terribles de la historia. Y uno de los pilares del totalitarismo es el lenguaje, como bien nos enseñó Orwell. Si el Estado se apropia de las palabras y empieza a categorizar cuál es el lenguaje bueno y cuál es el malo, la situación puede tornarse muy peligrosa. Otra de las luchas de Peterson es la idea de identidad grupal, que deriva en discriminar positivamente a los que se supone que pertenecen a grupos no privilegiados, unas políticas que para el autor atacan directamente a la igualdad de oportunidades o, lo que es lo mismo, a la igualdad de todos ante la ley. Además, Peterson da una importancia fundamental a este postulado: "la identidad de grupo puede fragmentarse hasta el nivel del individuo".

Un factor fundamental para entrar en la competición con perspectivas de éxito es que la gente se conozca mejor y, a raíz de ese autoconocimiento, sea capaz de hacer las paces consigo mismo y dejar de lado el autodesprecio que inevitablemente todos llevamos dentro. Este ejercicio puede incluso hacernos más tolerantes a las opiniones ajenas, analizarlas y refutarlas, pero no intentar callar a quien piensa de manera diferente:

"Prácticamente todas las discusiones sobre política o economía se desarrollan de esta forma: cada uno de los participantes intenta justificar una posición establecida a priori, en vez de intentar aprender algo o adoptar una perspectiva distinta, aunque solo sea por cambiar. Por este motivo, tanto los conservadores como los progresistas consideran que sus postulados son obvios, cada vez más a medida que se radicalizan. Y a partir de determinadas conjeturas basadas en el temperamento, emerge una conclusión previsible, eso sí, solo una vez que se obvia el hecho de que las propias conjeturas pueden cambiar."

El antídoto al caos que propone el autor tiene que ver con la responsabilidad de enfrentarnos a lo inesperado, a abordar los problemas en cuanto se producen, para no dejar que esos monstruos ocultos que todos alimentamos acaben devorándonos. Es duro decirlo, pero el ser humano solo puede progresar a base de estar alerta todo el tiempo, de no relajarse demasiado, puesto que en el mundo en el que habitamos los problemas inesperados son frecuentes y las soluciones a los mismos son, con frecuencia, complicadas. Doce reglas para vivir, se esté de acuerdo o no con las polémicas ideas de su autor, constituye un ejercicio intelectual muy estimulante del que se pueden extraer valiosas lecciones aplicables a la práctica vital de cualquier individuo.

2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

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  2. Me parece que no voy a buscar este libro para leerlo. Conozco al señor Peterson un poco por "Mapas de significado", pero su visión del futuro de la humanidad, por lo que he leído aquí, parece bastante pobre. Grupos y jerarquías... a estas alturas, lo que nos faltaba...

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