Hay películas que no pueden visionarse más que con un nudo en la garganta, ante la extrañeza que produce la exposición de un argumento que dista demasiado de los que nos tiene acostumbrados el cine actual. Ante una agresión inesperada - y más si ésta es una violación - el/la protagonista debe reaccionar o vengándose o hundiéndose en la miseria. ¿Caben otras alternativas? Paul Verhoeven parece decirnos perversamente que sí, en esta producción que fue imposible rodar en Estados Unidos y que debió hacerse en Francia, en un estilo que recuerda mucho al de Claude Chabrol, cuanto más si es Isabelle Huppert, esa mujer que parece gozar de una eterna juventud como actriz y que se atreve con absolutamente todo, su protagonista. El director habla, en una entrevista concedida a la revista Dirigido, de cómo el personaje (al menos en la versión definitiva francesa) estaba concebido para Huppert:
"Ella entendió bien al personaje, nunca hablamos sobre su psicología o sobre valores éticos o morales. (...) No hubo conversaciones profundas, porque no fueron necesarias. Estaba claro que Isabelle entendía el personaje y sentía una gran conexión con Michèle, que se estaba entregando en cuerpo y alma a encarnarla y que lograba darle vida."
Porque Elle es ante todo una propuesta absolutamente amoral y provocativa rodada por otro mito del cine que también parece eterno: un Paul Verhoeven en estado de gracia que, tras la decepción - a mi entender - que supuso El libro negro, vuelve a ser el director valiente que se atreve a ir contracorriente y, encima, triunfar ante la crítica. Lo que desconcierta en Elle es la reacción Michèle ante la violación. Primero, porque procura seguir con su vida normal como si nada hubiera sucedido y después porque la mujer burguesa, que parece haber vivido siempre conforme a las normas que se consideran respetables en sociedad, cambia la moral por un intenso deseo, como si el quebrantamiento que se ha producido en su cuerpo le hubiera hecho reaccionar de alguna manera perversa, pero a la vez radicalmente libre. Mi cuerpo es mío, parece decir, y lo que suceda con él es un asunto estrictamente privado.
Lo que parece ser un discurso íntimo tiene mucho que ver con el trasfondo en el que se produce la acción, en una Francia miedosa, cuyas libertades van retrocediendo paso a paso por el miedo al terrorismo. Además está el trauma de juventud de Michèle, que no sabemos si tiene que ver o no con su reacción a la agresión sufrida. Que sea directora de una compañía que videojuegos, de esos que hacen descargar la adrenalina de jóvenes y no tan jóvenes a base de violencia virtual, dice mucho de esta mujer que sabe moverse como pez en el agua en un mundillo tradicionalmente dominado por los hombres. Que el discurso de la propuesta de Verhoeven choque con el feminismo o sea en realidad una apología de la mujer indestructible es algo que se escapa un tanto a mis posibilidades de análisis, en este mundo líquido en el que las apreciaciones pueden ser tan radicales como cambiantes.
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