El miércoles me levanté temprano, como todos los días. Cuando estaba a punto de entrar en la ducha, lo recordé. Ya debía haberse verificado la elección de Hillary Clinton como nueva presidenta de los Estados Unidos. Cuando abrí la página de El País en el móvil, no podía creer lo que estaban contemplando mis ojos. Aquello parecía una broma de mal gusto, como si un virus informático se hubiera hecho con el control del aparato. Trump estaba ganando y se encontraba a pocos votos de proclamarse definitivamente vencedor. Aquello era como lo del Brexit, como lo de Colombia. No. Era aún peor. Esto podía traer enormes consecuencias durareras para el mundo, para el medio ambiente y para la paz. De pronto me había despertado en un mundo distópico, en una realidad paralela en la que lo improbable se hacía cotidiano, en la que los cisnes negros de Nicholas Taleb se habían hecho con el control de los cielos.
Después de la fase de negación, llega la de reflexión. A pesar de aparentar ser todo una conspiración orquestada desde quien sabe qué lugar sombrío, la realidad es que a este hombre lo han votado millones y millones de personas. A este hombre de aspecto repulsivo, que se regodea de su machismo y de su racismo, que insulta y difama a sus rivales y cuya principal característica es un narcisismo enfermizo. Después de una campaña desastrosa y errática, repleta de exabruptos, que parecía concebida para asegurar la victoria de su rival, resulta que la mitad de la población estadounidense, la que se supone la nación más avanzada de la Tierra, confía su destino a un tipo así. Como para replantearse la idea de democracia.
Todo esto nos lleva a pensar que buena parte de la sociedad norteamericana está enferma. Se suponía que el país había salido ya de la crisis, con de ocupación que rozan el pleno empleo. Se suponía que la presidencia de Obama había dejado mucho más de positivo que de negativo. Pero bajo esta capa de optimismo, se fermentaban los demonios de un populismo de corte fascista que pretende reivindicar una idea de Estados Unidos que parecía ya superada: un país en el que sea indudable la supremacía blanca, en el que no tengan cabida otras opiniones o tendencias culturales, en el que el derecho a poseer armas esté por encima de la seguridad colectiva y en el que se desprecie al inmigrante como a un parásito que viene a comerse la riqueza de la nación. La primera reacción es pensar que el caldo de cultivo de todo esto es el fanatismo y la ignorancia de quienes carecen de una mínima base educativa, pero cuando uno contempla las cifras de votantes, es indudable que no todos los votantes de Trump son iletrados. Es posible que muchos de ellos - como sucede con los que votaron a favor del Brexit en Reino Unido - se den cuenta más pronto que tarde de que han estado tirando, no piedras, sino rocas, contra su propio tejado. Pero también lo es que el nivel de frustración de buena parte de la población superaba todo lo imaginable. Si no no es posible explicarse que hayan sido capaces de transformar a este personaje turbio en una especie de mesías.
Y mientras tanto sigo viendo imágenes de Trump en los telediarios y sigo sin podérmelo creer. Es que tampoco se trata de un patriota, lo que sería comprensible. Es un tipo que ha insultado a los veteranos de guerra, a los inválidos, a las mujeres y a los inmigrantes, un magnate cuyas únicas patrias son su dinero y su ego inmenso y que quiere poner patas arriba todo lo bueno construido con décadas de esfuerzo en pos de la paz, la igualdad y la preservación del medio ambiente, tanto a nivel internacional como doméstico. Pronto empezaremos a ver las consecuencias. Los informativos van a ser muy entretenidos a partir del año que viene y empezaremos a vivir en un mundo de ficción que ni siquiera se atrevieron a vislumbrar series como House of cards o Black Mirror. Esperemos que al menos el mundo siga siendo un poco más habitable que el que nos presenta The walking dead, aunque con un personaje como este en la Casa Blanca nunca se sabe...
LA FATALIDAD
ResponderEliminarNo solo por segunda vez en poco tiempo el voto popular demócrata ha ganado al republicano pero el candidato ganador pierde la presidencia por el sistema electoral (ya le pasó a Al Gore), sino que, encima, todo lo que ha necesitado Trump ha sido conservar el voto del partido. En las elecciones de 2012, el honorable candidato republicano Romney sacó 60.933.500 y perdió. Ahora, el tipo este ha sacado solo 60.467.601 votos y es Presidente...
Esto tiene revolucionado al mundo, y mucha gente no lo termina de asimilar.. Veremos!
ResponderEliminarHoy viene en El País un artículo muy interesante de Elvira Lindo que aclara algunas cosas...
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