martes, 20 de octubre de 2015

GOLPE DE ESTADO (2015), DE JOHN ERICK DOWDLE. LAS GUERRAS DEL AGUA.

Todos estamos de acuerdo en que uno de los recursos naturales más importantes del mundo es el agua, fundamental para la vida. Aunque en la vida de los occidentales dicho recurso se da por supuesto de una manera eficiente y barata, no todos los países tienen la suerte de disponer con tantas facilidades de este bien. Para algunas multinacionales el control del agua (al igual que el del petróleo) puede ser la llave de inmensos beneficios, aun a costa de los derechos humanos de los habitantes de un país. Este era el argumento de fondo de Quantum of solace, una película de Bond de hace algunos años y lo es también en esta Golpe de Estado, aunque el tratamiento sea muy diferente en ambos filmes.

Golpe de Estado comienza con la llegada del norteamericano Jack Dwyer y su familia a un país del sur de Asia para comenzar a trabajar como directivo en una multinacional del agua. En principio, Dwyrer toma un papel parecido al que ejercía Jack Lemmon en la magistral Desaparecido, de Costa-Gavras, el del yanqui que llega a un Estado extranjero sin conocer gran cosa del país, ni de sus costumbres, ni de su historia, con esa leve superioridad que otorga el papel histórico de colonizador económico. Bien es cierto que Dwyrer llega a su nuevo puesto arrastrado por la escasez de oportunidades que ha impuesto la crisis económica, con la aceptación a regañadientes del resto de su familia. Por todo ello, no es extraño que el golpe de Estado del que habla el título sea percibido, por su parte, con una mezcla de incredulidad e inconsciencia respecto a lo que está sucediendo. La irrupción repentina de la violencia adquiere desde los primeros instantes un matiz como de pesadilla, como de algo irreal que no puede ser explicado racionalmente, aunque finalmente Dwyrer acabe comprendiendo cuál es su propio papel en tan radicales acontecimientos.

Si bien resulta interesante el planteamiento de inicio y la forma de mostrar la violencia, sin concesiones, por parte del director, Golpe de Estado acaba cayendo en la trampa de la repetición: todo se convierte en una huida permanente en la que la familia tendrá que ir realizando el más difícil todavía para llegar a la siguiente fase. La recreación de la violencia de los primeros minutos empieza a perder su sentido y se convierte en algo casi rutinario, a veces incluso risible, sobre todo porque el espectador sabe perfectamente que nada va a sucederles a los protagonistas y que, por muy mal que lo pasen, el final feliz está garantizado, ya que ellos no son más que inocentes estadounidenses que viajaron al país a ganarse la vida, no sabiendo que iban a trabajar para una malvada multinacional. Lo único que anima la función es la presencia siempre efectiva de Pierce Brosnan, en esta ocasión interpretando un curioso papel, el de una especie de James Bond caduco y en las últimas, dispuesto a todo para defender los intereses más sucios de su amada Inglaterra. Cine de entretenimiento puro (y especialmente duro), que bajo su presunto mensaje contra la colonización económica del Tercer Mundo, no ofrece más que un espectáculo entretenido a ratos, aunque intrascendente.

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