domingo, 30 de diciembre de 2012

REBELIÓN EN LA GRANJA (1945), DE GEORGE ORWELL. LA OPRESIÓN DE LOS OPRIMIDOS.


Hay libros que, por uno u otro motivo, le persiguen a uno gratamente toda la vida. He tenido la suerte de leer Rebelión en la granja a distintas edades y en cada una de ellas lo he disfrutado de manera diferente, casi como si hubiera estado leyendo una novela distinta. La primera vez fue a los doce o trece años. Para mí solo fue una hermosa fábula protagonizada por animales, sin especiales significaciones políticas, aunque sí intuía que en el libro eran muy significativos los conceptos del bien y el mal, de lo que es o no correcto. La segunda lectura sería con unos dieciocho años, cuando empezaba a adquirir conciencia política. Es evidente que todos mis odios fueron para la figura de Napoleón, que había pervertido la pureza de la ideología comunista transformándola en una opresión aún peor que la padecida anteriormente con el régimen humano. Para mí el héroe de la historia era sin lugar a dudas Snowball, el cerdo más talentoso, el que hubiera podido llevar a buen puerto la utopía animal. Recuerdo que realicé numerosas anotaciones en un volumen que hoy creo perdido, lo que es señal del entusiasmo que me provocó el texto (aunque 1984 sigue siendo mi obra preferida de este autor). La lectura actual, motivada por un club de lectura, es la lectura de un escéptico. Quizá las cosas hubieran sido diferentes con Snowball, pero la realidad hubiera distado mucho de ser utópica. Ahora el personaje con el que más me identifico es el burro Benjamín, el más lúcido de todos, el que sabe, parafraseando a Lampedusa, que todo cambia para que todo siga igual.

También me ha resultado enormemente interesante el prólogo de Orwell, La libertad de prensa, en el que denuncia la autocensura generalizada de los intelectuales británicos durante la Segunda Guerra Mundial cuando se trataba de criticar a la Unión Soviética en general o a Stalin en general. De hecho, Rebelión en la granja solo pudo ser publicado una vez terminado el conflicto. A nuestros ojos, que podemos mirar la historia con perspectiva, era razonable tratar de no enfadar al aliado que estaba derrotando a la mayoría de las fuerzas nazis, por muy totalitario que fuera su régimen. De todas maneras, la postura de Orwell tiene un fondo de autenticidad: cómo él bien expresó la verdad no es un concepto relativo y dependiente de las circunstancias. Él había vivido nuestra Guerra Civil y sabía de lo que era capaz Stalin, que representaba todo lo contrario al sistema de libertades británico:

"Si la libertad intelectual ha sido sin duda alguna uno de los principios básicos de la civilización occidental, o no significa nada o significa que cada uno debe tener pleno derecho a decir y a imprimir lo que él cree es la verdad, siempre que ello no impida que el resto de la comunidad tenga la posibilidad de expresarse por los mismos inequívocos caminos."

Durante todo el siglo XX, numerosos intelectuales de primer orden se vieron seducidos por el comunismo, hasta el punto de dejarlos ciegos a toda crítica, cuando era evidente la represión que ejercía sobre sus propios ciudadanos y sus ambiciones imperialistas que sólo fueron paradas en 1945 por el miedo al arma nuclear. Si bien Rebelión en la granja es un perfecto resumen de como una idea intachable es pervertida hasta dejarla irreconocible (del Todos los animales son iguales, al Todos los animales son iguales, pero unos más que otros), también posee un valor innegable como obra literaria de primer orden, pues la complejidad de su planteamiento es inherente a la sencillez de su narrativa, algo muy difícil de lograr para cualquier escritor. 

Rebelión en la granja es una obra que no ahorra momentos crueles al lector. Si bien al principio estas crueldades pueden parecer males necesarios en la construcción de una sociedad nueva, al final nos damos cuenta de que no son más que efectos del dominio de una clase nueva, burocrática e implacable que sustenta su poder en una incensante propaganda que, lentamente va haciendo mella en los ciudadanos hasta el punto de cambiar radicalmente la historia, aunque todos hayan sido testigos del episodio manipulado (un tema que Orwell desarrollará con mayor profundidad en 1984). Si alguien quiere profundizar en lo que significó el régimen comunista, aparte de las novelas ya conocidas de Grossman, Solzhenitsyn o Koestler, recomiendo la lectura de un ensayo: El pasado de una ilusión, de François Furet: de cómo la idea comunista embrujó mentes lúcidas, destrozó vidas de personas honestas y corrompió a los que detentaban el poder.

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