Godland es una de esas películas acerca de cuya valoración discrepan crítica y público. Para los críticos es un sublime western con una lírica puesta en escena. Para muchos espectadores, es una película larga, aburrida y a ratos insufrible. Lo cierto es que Godland desconcierta en primer lugar por el formato elegido para filmarla, aunque eso se olvida pronto debido al gran punto fuerte del film: los paisajes que se muestran y su relación con los estados de ánimo de su protagonista. Dicho protagonista es un sacerdote danés que es enviado para fundar una iglesia en la inhóspita Islandia. Dos tercios de la película se emplean en narrar este difícil viaje a pie y la difícil relación del protagonista con sus guias. La cosa no mejora mucho cuando llega al destino. Aunque la construcción del edificio comienza a buen ritmo, los demonios interiores del sacerdote parecen desatarse, aunque Palmason no es capaz de explicar qué es exactamente lo que provoca que todo se vuelva tan dramático en esa explosión de sentimientos extremos que parecen estallar sin mucho fundamento en el interior de los personajes. Godland es una producción fallida, que lo apuesta todo a los paisajes en los que se ha rodado pero no es capaz de ofrecer una historia interesante y coherente al espectador. Quizá porque hay que entender mejor la mentalidad nórdica para comprender plenamente la película.
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