domingo, 5 de septiembre de 2021

CONTRA LA CINEFILIA (2020), DE VICENTE MONROY. HISTORIA DE UN ROMANCE EXAGERADO.

Para muchos, incluido yo mismo, el cine constituye algo mucho más grande que una mera forma de entretenimiento. Cuando la película nos parece buena - y en contados casos, una obra maestra - es imposible abstraerse de lo que sucede en la pantalla y no vivir en cierto modo las mismas sensaciones que el protagonista. Por supuesto, esto es un fenómeno enteramente subjetivo. Lo que a algunos puede resultar fascinante puede convertirse en un aburrimiento insufrible para otros. Esta es la grandeza del cine, aunque no hay que olvidar que los críticos están ahí para recordarnos qué obras atesoran la suficiente calidad como para justificar una entrada de cine o un repaso de la misma en alguna plataforma de streaming:

"Más bien en contra de la excesiva manipulación de la realidad, el cinéfilo se inclina por explorar los vínculos secretos que conectan un lado y otro de la pantalla. No se conforma con contemplar desde el patio de butacas la imagen de un mundo embellecido y estético. Desea "desaparecer" en él. Cuando una película le gusta especialmente, siente que las imágenes anulan su juicio, le arrebatan, se sume en un estado de olvido parcial de sus penurias y dificultades. Se siente desplazado al interior de una película. Este sometimiento del ego a las imágenes goza de un gran prestigio y a veces llega a servir como vara de medir la calidad de una historia."

Como bien nos recuerda Vicente Monroy en este estimulante ensayo, el cine no solo puede provocar amor en el espectador. También puede dar lugar a sentimientos muy distintos que pueden llegar a lindar con la indignación o el odio. Todos hemos conocido a gente (seguramente cualquiera de nosotros ha adoptado ese papel en alguna ocasión), que defiende o ataca a una determinada película o director con una pasión desmesurada, lo que suele provocar que el resto de contertulios callen o le den la razón con tal de no discutir frente a un discurso tan vehemente. 

El propio autor confiesa haber sido así en su juventud, alguien obsesionado en visionar toda la historia del cine y cuyos juicios al respecto eran inapelables. Entrar a una sala de cine podía ser un aislamiento completo de la realidad que podía prolongarse durante horas después de terminada la película. A partir de esta idea casi religiosa de la relación del espectador con la pantalla, Monroy hace un repaso de los numerosos profetas que han dado al cine por muerto en un momento u otro del siglo XX, algo que se sigue repitiendo puntualmente en nuestros días. 

En cualquier caso, el lector de Contra la cinefilia tiene la impresión de que existe una especie de resentimiento por parte del autor contra una pasión que acabó convirtiéndose en tedio para él, quizá porque la abordó en su momento con excesiva desmesura. La solución quizá sea compatibilizar cine y vida y, al igual que sucede con la literatura, saber sacar provecho de las lecciones que podemos extraer de las mejores ficciones. Hay que resignarse a que una vida humana es insuficiente para ver o leer todo lo que nos gustaría, porque existen otras responsabilidades, quizá no tan estimulantes, pero necesarias para llevar una existencia equilibrada. Personalmente me quedo con las ventajas que ofrecen actualmente plataformas como Filmin, en las que uno puede acceder a títulos cuyo acceso hasta hace poco era muy complicado. El cine es pasión, pero también hay que reivindicarlo como diversión.

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