El hombre occidental del siglo XXI pisa un terreno líquido y pantanoso donde debería hollar suelo firme. La actualidad nos ha devuelto el eterno debate sobre políticas de identidad, nacionalismos y toda clase de asuntos estériles, como la importancia desmesurada que ha adquirido el concepto de lo políticamente correcto, dejando de lado los verdaderos fundamentos del progreso, que se basan en la investigación y en la economía productiva. La sociedad es rica, hay menos guerras y violencia que nunca en la historia de la humanidad, pero a la vez hay un desencanto hacia grandes proyectos y una alarmante falta de líderes carismáticos (democráticos, se entiende), capaces de motivar a sus pueblos de llevarlos a cabo. Además, aunque las libertades siguen siendo garantizadas por el Estado, el individuo se autoimpone limitaciones por miedo a ofender a cada vez más colectivos propensos a acusar a quienes se salen de los límites de lo que se supone decente. Las Universidades estadounidenses hace tiempo que sobreprotegen a sus alumnos para que no se vean sometidos al intercambio de ideas con individuos con formas de pensar distintas a la propia.
Si un hombre de hace cincuenta años nos visitara encontraría nuestra sociedad bastante parecida a la nuestra en cuanto a la vida cotidiana: vería que seguimos viajando en aviones, trenes y vehículos de cuatro ruedas, utilizando televisores, ascensores, cocinando de manera muy parecida... Quizá lo más revolucionario lo encontraría en la informática y en internet, la gran innovación de nuestro tiempo, pero no serían conceptos que le costara aprender y manejar. Los diseños de los objetos cotidianos le parecerían más elegantes, pero en el fondo comprobaría desilusionado que, en cualquier caso, como diría Julio Iglesias, la vida sigue igual. Los grandes éxitos de emprendimiento de nuestro tiempo tienen que ver, no con innovaciones en sí mismas, sino en la utilización más inteligente y rentable de servicios que ya son conocidos (Amazon, Uber...):
"Pero la trayectoria de Uber hasta el momento, la extraña irrealidad de su meteórico éxito, la convierte en un buen punto de partida para el debate sobre la decadencia económica, como un estudio de caso que defina qué es lo que se ve cuando una sociedad extraordinariamente rica no encuentra suficientes ideas nuevas que justifiquen la inversión de toda la riqueza acumulada y acaba escogiendo entre ir almacenando el dinero dentro de un colchón o bien jugar a una especie de juego de simulación. En una economía decadente, aquello que se presupone como lo más puntero del capitalismo se está definiendo cada vez más como una simulación: de tecnologías que ya casi están aquí, de modelos de negocio que están en la senda de la rentabilidad, de pistas de despegue que se extienden más y más sin que se logre jamás levantar el vuelo."
En una generación, treinta años, el mundo ha cambiado, en parte para bien, eso también hay que reconcomerlo.
ResponderEliminarUn abrazo
"dejando de lado los verdaderos fundamentos del progreso " .Los verdaderos fundamentos del progreso están en el grado de Consciencia que cada Ser ha desarrollado en su persona. Este Mundo en el que estamos insertos parece existir, pero a través de las 24 horas de cada día solo existe un tráfico de imágenes y palabras que pretenden ser potentes y calar a fondo los cerebros humanos. La verdad es que las palabras expresadas por los polític@s de turno no bien penetran los oídos de los ciudadanos, una ola de exabruptos del más diverso calibre emergen de las mentes y calan los aires. Y ese engendro de maldiciones van y vienen, y en algún momento - no se sabe cual - dejan caer un buen par de espadas de Damocles y el Cruel y la Cruela caen para no repetirse jamás en la historia de los Humanos.
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