En septiembre de 1944, los Aliados podían estar satisfechos con el desarrollo de los acontecimientos, desde que se produjo el desembarco de Normandía, tres meses antes. Aunque en las primeras semanas después del desembarco habían tenido serias dificultades para romper el frente opuesto por los alemanes, una vez conseguido esto, la conquista del resto de Francia fue cuestión sencilla, culminando con la simbólica liberación de París en agosto. Ahora se encontraban frente a la frontera alemana y los Países Bajos y la siguiente misión era atravesar el Rin, para apuñalar el corazón industrial del enemigo y obligarlo a la rendición.
En esta tesitura, el general británico Montgomery ideó un plan que exigía el lanzamiento masivo de paracaidistas detrás de las líneas alemanas. La audaz operación, bautizada como Market Garden, pronto obtuvo la oposición de buena parte del Alto Mando Aliado, que la criticaron ferozmente por el riesto inaudito que conllevaba: todo dependía de que el Ejército enlazara en pocos días con los paracaidistas y para ello los carros pesados solo podían transitar por una única carretera, que se encontraba fuertemente defendida por el enemigo. El plan dependía casi en exclusiva de que los paracaidistas tomaran y conservaran la ubicación clave de la operación: el puente de Arnhem.
Tomando con la guardía baja a Eisenhower, que se encontraba convaleciente de un accidente e imponiendo su criterio al resto del generalato, sin admitir crítica alguna, al final Montgomery consiguió salirse con la suya: Market Garden sería llevado a cabo. El presumido mariscal británico esperaba llevarse todo el mérito de la invasión de Alemania y el final de la guerra, mientras Patton rabiaba, porque se le impondría un alto en su exitoso camino a la línea Sigfrido. Los acontecimientos, como pronto fue evidente, distaron mucho de las previsiones de Montgomery. Ya los lanzamientos paracaidistas fueron bastante caóticos, aunque las bajas fueron aceptables y los integrantes de la 1ª División Británica (los encargados de tomar el puente de Arnhem) y de las 82ª y 101ª estadounidenses consiguieron establecer posiciones sólidas frente al enemigo: conservarlas conllevaría un enorme sacrificio de vidas, así como el lógico sacrificio de la población civil que, viviendo entre dos fuegos, se debatían entre la lógica alegría por la llegada de los Aliados y el miedo por las posibles represalias de los alemanes si conseguían ganar la batalla.
Con el paso de los días se impusieron varios graves problemas al plan Aliado: la rápida reacción de los alemanes que ya en las primeras horas hicieron frente a la invasión paracaidista, el lento avance del Ejército de tierra que debía enlazar con estos últimos, el fallo de las comunicaciones con la Fuerza Aérea (lo que conllevó que gran parte de los suministros lanzados desde el aire cayera en manos alemanas) y el lógico desgaste de unas fuerzas aisladas y sometidas a la enorme presión de los continuos bombardeos y ataques alemanes. Con su habitual maestría narrativa, Antony Beevor nos introduce en estos hechos históricos exponiéndolos como un gran drama, en el que tienen cabida numerosas historias personales, tanto de civiles como de militares, sobre todo en el contexto de la ciudad martir de Arnhem: casi totalmente destruida por la batalla, al final de la misma fue evacuada por los alemanes y muchos de sus habitantes murieron en el posterior éxodo a otras poblaciones. En cualquier caso, el general Montgomery siempre dijo públicamente que su operación había constituído un gran éxito, a pesar de las evidencias abrumadoras de lo contrario.
El desastre Aliado no solo aplazó unos meses más el final de la guerra, sino que otorgó cierta moral a los alemanes, que se atrevieron un par de meses después a lanzar la ofensiva de las Ardenas. Pero la consecuencia más grave de estos hechos fue la llegada del llamado Invierno del hambre: la escasez de alimentos en los Países Bajos y el nulo interés de los alemanes por alimentar a una población a la que consideraba traidora, culminó en una terrible hambruna que se cebó con los más débiles. Aunque se intentó paliar la situación mediante envíos humanitarios por parte de la Fuerza Aérea, cuando por fin meses después llegaron los Aliados, se encontraron con una situación dantesca en muchas poblaciones: la delgadez de algunos de sus habitantes los hacían parecer salidos de los campos de concentración nazis. Como dijo el príncipe Bernardo, heredero de la Casa Real holandesa: "los Países Bajos no pueden permitirse otra victoria de Montgomery".
Sobre este episodio vi un documental hace muy pocos días, en Netflix, y la verdad es que es apasionante toda la GMII. No me canso de leer sobre ella. Hay miles de episodios inquietantes, por ambos lados, y por los japoneses, que no quedaron cortos en estrategias e imaginación.
ResponderEliminarGracias por compartir. Un abrazo
No podemos permitirnos otra victoria de Monky...Laconismo ilustrativo
ResponderEliminarA las alturas de 1944 los jefes militares debían de estar ya bastante embrutecidos. Una estrategia atrevida para terminar de una vez la guerra antes de Navidad debió de resultarles atrayente.
ResponderEliminarPor otra parte, si consideramos los medios de que disponían, es probable que los alemanes hubieran triunfado donde los aliados fracasaron. El ataque nazi aerotransportado a Creta también comenzó como un desastre y acabó como un triunfo gracias al calculado fanatismo y ferocidad de los asaltantes.