A todos nos ha pasado alguna vez: hemos realizado alguna búsqueda en internet - vuelos, libros, ropa... - y curiosamente la publicidad de las páginas que visitamos habitualmente se transforma y se vuelve más tentadora, se adapta a nuestros gustos e intenta seducirnos. Si no consumimos en aquella búsqueda, para que lo hagamos esta vez. Si lo hicimos, para que consumamos más. Internet analiza nuestra navegación y cada vez hila más fino para actuar en consecuencia. A las internacionales no le interesan tanto nuestros datos personales como nuestros gustos y debilidades de consumo. Cuando nos conocen un poco en este aspecto, nos clasifican, nos analizan y nos vuelven a clasificar junto a otros miles de usuarios que son nuestras almas gemelas en cuanto a gustos y compras.
Durante años Cathy O´Neil, brillante matemática, trabajó desarrollando algoritmos para empresas que estaban empeñadas en racionalizar el casi infinito torrente de datos que destila internet cada minuto y aprovecharlo para lanzar nuevos productos, desechar cierto tipo de clientes o para potenciar otros. Se trata de clasificar y clasificar hasta simplificar el procedimiento y filosofía de ventas y detectar necesidades (reales o ficticias) y vulnerabilidades psicológicas en el consumidor:
"El mundo real, con todo su desorden, es considerado (...) como un mundo aparte. Tienden a sustituir a las personas por rastros de datos y convertirlas así en compradores, votantes o trabajadores más eficaces con el propósito de optimizar ciertos objetivos. Es fácil de hacer y de justificar cuando el éxito llega como puntuación anónima y las personas afectadas son tan abstractas como los números que van pasando por la pantalla."
En Armas de destrucción matemática O´Neil denuncia ante todo el aprovechamiento de este nuevo petróleo que son los datos por parte de las clases más acomodadas para consolidar - aún más - su poder y su dinero. Además, utilizan un arma aséptica, contra la que su víctimas no pueden rebelarse, puesto que no existe un ser humano al que culpar de los errores que pueden cometer los algoritmos. Pero la utilización del Big Data no solo se usa para comerciar: también las administraciones públicas empiezan a conocer su peligroso atractivo. Ya se han realizado experimientos con la policía, analizando las zonas dónde es más probable que se cometan delitos, las horas y e incluso quienes son los potenciales delincuentes, lo que hace que muchos inocentes se vuelvan de repente sospechosos (por contar con una serie de características que ha localizado el algoritmo) y sean acosados por las fuerzas del orden. Pero lo más atractivo para los políticos es la posibilidad de dirigirse a cada votante con el mensaje que cada cual quiere escuchar, conociendo las inquietudes de ciertas zonas y de ciertos tipos de personas. Ya hay sospechas, muy fundamentadas, de que se ha empezado a utilizar este mecanismo perverso en la campaña que llevó a la Casa Blanca a Donald Trump:
"La convergencia del big data y el marketing de consumo ha entregado a los políticos nuevas herramientas mucho más poderosas. Ahora pueden dirigirse a microgrupos de ciudadanos para conseguir votos o dinero y para atraerlos con un mensaje meticulosamente pulido, un mensaje que probablemente nadie más vea. Puede ser un banner de Facebook o un correo electrónico solicitando fondos. Y cada uno de ellos permite a los candidatos vender silenciosamente múltiples versiones de sí mismos... y nadie sabe qué versión será la que ocupará el despacho después de la toma de posesión."
El Big Data ya está afectando - casi siempre negativamente - a la vida de muchos ciudadanos, sobre todo en Estados Unidos, país pionero en todo tipo de tendencias que se extienden rápidamente por todo el mundo. Trabajadores que han de enfrentarse a horarios de locos en pos de la eficiciencia de la empresa, servidos en bandeja por programas que analizan el flujo de clientes hora a hora. Gente sin empleo, muy vulnerable, a las que se les ofrece carísimos cursos universitarios bajo la promesa de prestigio y un empleo seguro y a los que en realidad se somete a una espiral de deudas o gente que es clasificada, muy a su pesar, en ciertos grupos de riesgo, lo cual los somete a primas de seguro abusivas.
Este es el nuevo mundo al que nos enfrentamos, un futuro inevitable, ya que todos aportamos nuestros granito de arena otorgando datos de nuestros gustos, costumbres, itinerarios, salud o estudios en redes sociales, navegación por la web o a través de aplicaciones de teléfonos móviles. Por muy prudentes que seamos a nivel individual, si tenemos la desgracia de ser clasificados en ciertos grupos de riesgo, nuestra existencia se puede ver dificultada en los más diversos aspectos. Armas de destrucción matemática se convierte así en una advertencia amarga escrita por una profunda conocedora de las interioridades que construyen la nueva realidad a la que ya estamos siendo sometidos.
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