Existe una esperanzadora tendencia en las películas que Hollywood diseña para que sean sus grandes éxitos de la temporada a tratar con bastante más inteligencia al espectador que hace unos años. Para que se me entienda: es la inclinación a filmar productos mucho más parecidos al Batman de Nolan que al de Schumacher. Esto no significa que el resultado sea siempre de calidad, pero al menos uno no sale del cine pensando que le han intentado estafar. Personalmente, no me importa gastarme el dinero en ir a ver un reboot, una nueva versión de una historia ya conocida, porque en cualquier caso, cuando leemos a autores como Joseph Campbell aprendemos que las narraciones de carácter épico suelen contar con esquemas muy definidos que casan muy bien con manifestaciones de nuestra mente basadas en arquetipos. Lo importante es que estos elementos sean usados con inteligencia y que el espectador, por un par de horas, sea parte del universo que propone la película.
Cierto es que en este caso no nos encontramos exactamente ante un relanzamiento, sino ante una precuela del film original, El planeta de los simios (Franklin Schaffner, 1968), una obra mítica de la historia del cine que contiene uno de los finales más maravillosos con los que puede rematarse un guión (que por cierto, difiere en bastantes puntos de la novela original de Pierre Boulle). Recientemente la serie Mad Men mostró en una de sus escenas el impacto que dicho final causaba en los espectadores de una época que estaba mucho más libre de spoilers que la nuestra, lo que denota que nos encontramos ante un historia que entró en su momento por la puerta grande en el imaginario colectivo y nunca lo ha abandonado. Es posible que quien vio la película en el año de su estreno se preguntara como sucedió que la especie simiesca sustituyó a la humana como dueña absoluta de nuestro planeta. Precisamente lo que se cuenta en este nuevo ciclo.
En El origen del planeta de los simios se nos contaba como la inteligencia le llegaba a la que está destinada a ser nueva raza predominante en el planeta a través de experimentos realizados por seres humanos. Al principio de esta nueva entrega se nos informa de que la población humana ha sido diezmada en la última década por el llamado virus de los simios. Solo quedan un puñado de hombres y mujeres resguardados en las ciudades. La colonia de San Francisco, que vive a pocos kilómetros del bosque en el que habita la cada vez más populosa comunidad simiesca no va a tener más remedio que encontrarse con ellos y tratar de llegar a un acuerdo de supervivencia. Es de agradecer que El amanecer del planeta de los simios se tome su tiempo para presentar a los personajes y el subsiguiente conflicto. Sus primeros minutos, que recuerdan poderosamente las imágenes que inauguraban 2001, una odisea del espacio de Kubrick, están dedicados a presentarnos la vida cotidiana de los nuevos seres inteligentes, que todavía se encuentran en un estadio primitivo, pero evolucionando rápidamente a la vez que su población va creciendo. Aquí se nota que no se ha dejado nada al azar y se ha realizado un impresionante trabajo antropológico para otorgar una impronta de verosimilitud al comportamiento de los miembros de esta insólita comunidad. A la perfección de los efectos especiales, con unos simios de apariencia tan real como los propios humanos hay que sumar lo elaborado de su lenguaje gestual, al que poco a poco van incorporando palabras. Así debió ser - salvando las distancias - el despertar a la inteligencia del hombre primitivo.
Pero este exquisito afán de veracidad a la postre resulta un lastre para un guión que nunca termina de arrancar y deja al espectador con ganas de más, precisamente porque no sucede mucho más que una escaramuza local que podría haber sido sacada de cualquier episodio de The walking dead. Está muy bien la trama de la rivalidad entre el prudente César y el belicoso Koba, que se mueve entre las amenazas de conflicto abierto - que a la vez se da entre los propios simios y entre simios y humanos - y frágiles pactos diplomáticos, pero la última parte del filme, tan esperado, resulta absolutamente decepcionante y nada concluyente. Es un poco lamentable decirlo, pero en El amanecer del planeta de los simios son más convincentes los simios que los actores humanos (destacando negativamente la labor de Gary Oldman). Parece ser que se han dejado las auténticas emociones fuertes para la tercera ¿y última? parte.
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