miércoles, 10 de agosto de 2016

SANGRE, SUDOR Y LÁGRIMAS (2008), DE JOHN LUKACS. CHURCHILL Y EL DISCURSO QUE GANÓ UNA GUERRA.

A pesar de lo que decía Tolstoi, hay ocasiones en las que el devenir de la historia depende de las decisiones de un solo hombre. Y en pocos momentos esto fue tan obvio como en mayo de 1940, en el instante en el que Francia estaba siendo apaleada por el Tercer Reich y el nuevo Primer Ministro británico decidió, contra toda lógica (o eso parecía en el aquel momento), que su país debía seguir la guerra costase lo que costase. Enseguida se dedicó a la tarea de organizar la defensa del país y galvanizar la resistencia de sus ciudadanos. Eran días extraños, en los que los acontecimientos se sucedían rápidamente y parecían prever un pronto desastre absoluto para los Alíados. Solo un hombre con la sangre fría y la visión de futuro de Churchill - que también sabía medir los riesgos y calcular probabilidades - podía asomarse más allá de los acontecimientos inmediatos y prometer una victoria que parecía quimérica.

Bien es cierto que a nosotros nos ha llegado una versión un tanto distorsionada de lo que sucedió aquellos días. Mientras Francia sucumbía, las noticas llegaban a los ciudadanos ingleses con cuentagotas. Nadie podía imaginar que el país aliado podía caer en menos de un mes y menos aún que su propia nación estuviera en peligro. La vida seguía con cierta normalidad y Churchill debía ser el que despertara a sus compatriotas, el que les explicara el sentido de la lucha que iban a emprender y los enormes sacrificios que conllevaba:

""Los británicos resistieron". Esto es lo que la mayoría de los norteamericanos pensó en 1940, esto es lo que piensa sobre 1940 (...) la mayoría de los ciudadanos en los países de Europa Occidental conquistados por los alemanes. (...) juzgamos los acontecimientos en función de sus consecuencias. Los historiadores, sin embargo, a la vez que persiguen la verdad, deben abrirse paso a través de una jungla de mentiras. (...) En mayo de 1940, los británicos no pensaban (...) que Hitler estuviera ganando la guerra. Quizá estuviera ganando su guerra contra Francia, pero no contra Inglaterra."

El premier británico siempre creyó que Estados Unidos no toleraría el bombardeo de Inglaterra sin intervenir. En realidad costó mucho convencer a los estadounidenses y - no lo olvidemos - finalmente fue el propio Hitler el que les declaró la guerra. El otro puntal de la victoria, la Unión Soviética, se tambaleó peligrosamente cuando fue embestido de manera sorpresiva por los alemanes, pero finalmente se transformó en el actor decisivo de la victoria.

El libro de John Lukacs retrata a un Churchill bastante alejado de la imagen que se tiene de él. Un ser inseguro en la intimidad, depresivo y bebedor, pero que supo tomar las decisiones acertadas en el momento justo, que se alzó como un guía imprescindible cuando las tinieblas empezaban a cercar Londres. Quizá porque comprendía mejor que nadie el carácter y las motivaciones del diablo, encarnado en esta ocasión por Adolf Hitler, un dirigente, que, tampoco hay que olvidarlo nunca, tuvo en su mano ganar la guerra.

2 comentarios:

  1. "El premier británico siempre creyó que Estados Unidos no toleraría el bombardeo de Inglaterra sin intervenir."

    Puntualizar que en mayo de 1940 los Estados Unidos ya estaban en el "periodo preelectoral", pues en noviembre había elecciones presidenciales. Por eso Churchill no podía poner esperanza alguna en una intervención norteamericana directa. Eso da todavía más mérito a su firmeza en no negociar nada con Hitler cuando había una activa mediación italiana y muchos ministros le presionaban para no cerrar la vía negociadora. Parece que solo Churchill hubiera sido consciente de lo que realmente estaba en juego, que Hitler no era ni el Kaiser ni Napoleón.

    Todo lo demás fue suerte...

    ResponderEliminar
  2. Buen matiz ese del "factor suerte". Como toda contienda, la Segunda Guerra Mundial fue azarosa y hubo muchos instantes en los que cualquier resultado hubiera sido posible.

    ResponderEliminar