"Las novelas e historias de William Golding no son sólo sombrías enseñanzas morales u oscuros mitos sobre el mal y las fuerzas de traición y destrucción. También son relatos llenos de aventuras y color que pueden ser disfrutados como tales, por su alegre narrativa, inventiva y emoción. Sus obras, con la perspicacia de la narrativa realista, y la diversidad y universalidad del mito, iluminan la condición humana del mundo actual".

El planteamiento de "El señor de las moscas" no puede ser más cruel: un avión se estrella en una isla desierta. Los adultos fallecen y solo sobrevive un grupo de niños de diversas edades, pero no mayores de doce años, que deberán organizarse para sobrevivir. En una entrevista ofrecida a James Keating en 1962, Golding resume el punto de partida de sus personajes:

"Son inocentes por naturaleza. Ellos no entienden sus propias tendencias naturales y por lo tanto, cuando llegan a la isla, pueden esperar ilusionados un futuro brillante, porque no comprenden las cosas que los amenazan. Esto me parece a mí la inocencia: supongo que podría casi igualarlo con la ignorancia de los atributos básicos de los hombres, y esto es inevitable en algo que ha nacido y empieza a crecer. Obviamente, no entienden su propia naturaleza".

En este punto, el desarrollo de la novela podría adaptarse a dos soluciones. Por un lado, tendríamos la que postulaba Jean Jacques Rousseau, cuando aseguraba en "Emilio o la educación" que el hombre es bueno por naturaleza, pero es corrompido por la organización social existente. Como los personajes son niños, proyectos de hombre aún no contaminados por los usos sociales, esta podría haber sido la elección de William Golding. De hecho, Julio Verne lo hizo así cuando, setenta años antes, planteó una situación similar en su novela "Dos años de vacaciones". Los niños náufragos de Verne se adaptan perfectamente a la situación y, venciendo todas las dificultades físicas y morales, saben construir una pequeña sociedad para salir adelante con dignidad y salvarse como individuos.

Pero "El señor de las moscas" no es una novela decimonónica. Su autor había sido recientemente testigo de las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial, lo cual desmoronó su fe en el ser humano. La elección para su novela es la perspectiva de Thomas Hobbes, que en su "Leviatán" escribió que "el hombre es un lobo para el hombre". No hay frase que defina mejor lo que va a suceder en la pequeña comunidad democrática que intentarán organizar al principio los críos, que acabará derivando en el tribalismo más salvaje. El propio autor justifica su visión del ser humano en una entrevista que publicó El País el 25 de septiembre de 1988:

"Sí, yo soy hasta cierto punto un escritor simbolista, y eso me parece muy respetable. Pesimismo... Conozco la guerra: he visto a la humanidad cometer tales crímenes, que un marciano que aterrizase en este mundo se diría: 'Acabemos con esta peste'. Mis novelas se ocupan de eso, porque no creo que se trate de aberraciones exclusivas de mi generación, sino de la humanidad en su conjunto. El escritor debe descubrir la verdad sobre los seres humanos."

Este simbolismo predominante en la obra de Golding se hace patente en sus inolvidables personajes. Ralph representa el talante democrático, el ser racional que aspira a liderar una sociedad organizada cuya principal finalidad sea mantener viva una fogata que sea visible desde lejos para tener la opción de ser rescatados. Su antítesis es Jack, el líder carismático cuyo afán es ser jefe de una tribu de salvajes cuyo objetivo principal es la caza: la posibilidad de comer carne a diario es el principal atractivo de su oferta. Donde Ralph ofrece orden y esperanza, Jack va a ofrecer las ceremonias de iniciación propias del pensamiento salvaje y la falsa libertad que otorga la irresponsabilidad por los propios actos.

Mención aparte merece Piggy, quizá uno de los personajes más humanos de la literatura universal. Desde el principio es consciente de que, a pesar de ser el más inteligente del grupo, su debilidad y su físico le invalidan para liderarlo, por lo que se convierte en el consejero y en la conciencia de Ralph. Quizá es el personaje que más sufre de todos, porque es el más consciente de la deriva catastrófica de la situación en la isla y el más impotente para ponerle remedio. El lector no podrá evitar sentir simpatía y ternura hacia Piggy, el náufrago más inadaptado de todos. Si la caracola que sirve para llamar a las asambleas es una especie de tótem mágico que ha de ser respetado por todos, las gafas de Piggy son lo más parecido a un instrumento científico con que los chicos cuentan, por lo que su destino va a ser particularmente cruel, como restos de la civilización anterior que son.

La deriva del grupo de niños-náufragos hacia la amoralidad y el salvajismo se produce progresivamente. Al principio el más nimio acto de violencia, por lo que son incapaces de acuchillar a un jabalí cercado:

"Sabían muy bien por qué no lo habían hecho: hubiera sido tremendo ver descender la navaja y cortar carne viva; hubiese sido insoportable la vista de la sangre."

Pero bien pronto el instinto se sobrepone a las convenciones sociales, todavía no sólidamente arraigadas en personas tan jóvenes y los escrúpulos se transforman en alegría y orgullo al vencer una batalla en la lucha darwiniana por la supervivencia:

"Su alegría le hacía sentir un generoso deseo de hacerles compartir lo que había sucedido. Su mente estaba llena de recuerdos: los recuerdos de la revelación al acorralar a aquel jabalí combativo, la revelación de haber vencido a un ser vivo, de haberle impuesto su voluntad, de haberle arrancado la vida, con la satisfacción de quien sacia una larga sed."

La nueva sociedad salvaje que se impondrá en la isla estará fundada en un crimen, cuando la fina capa de nuestra cultura, de la que hablaba Freud, quede rasgada y los niños vuelvan a un cruel estado de naturaleza en el que una religión basada en el miedo va a tener suma importancia. La bestia que se oculta en la selva va a ser tan venerada como temida. No en vano el título de la novela hace referencia a Belcebú, uno de los demonios del infierno. Las necesidades quedan reducidas al mínimo indispensable: comida y seguridad:

"La tribu danzaba. En alguna parte, tras aquella rocosa muralla, habría un círculo oscuro, un fuego resplandeciente y carne. Estarían saboreando tanto el alimento como el sosiego de su seguridad."

William Golding escribió con "El señor de las moscas" una de las novelas fundamentales del siglo XX, pues no solo refleja su pesimismo existencial, sino que es un retrato completo de sus obsesiones, entre las que se encontraba sus pocas esperanzas en la evolución del hombre como ser racional.