jueves, 6 de diciembre de 2012

LA CABEZA PERDIDA DE DAMASCENO MONTEIRO (1997), DE ANTONIO TABUCCHI. LUCES Y SOMBRAS DE OPORTO.


Qué curioso el encuentro de nuevo con el mismo libro casi quince años después. La primera vez, por obligación, en la asignatura de Filosofía del Derecho, con la ilusión, por una vez, de leer literatura en vez de farragosos libros de leyes. La lectura debía ser serena, puesto que se nos exigía la entrega de un trabajo de la misma desde una perspectiva jurídica. En este caso, la clave estaba en la grundnorm, la norma base en la que tienen fundamento todas las demás, incluida la Constitución, que no pudo ser escrita sin el sustento de una norma anterior de derecho natural, es decir, una norma perfecta, no creada por humanos. (Para ver más detalles, leáse a Hans Kelsen).

Andaba yo por aquel tiempo deslumbrado por otra novela de Tabucchi, Sostiene Pereira, de la que se realizó una preciosa adaptación cinematográfica interpretada por un gigantesco Marcello Mastroianni, por lo que me alegré de tener la oportunidad de volver a Tabucchi. Por supuesto disfruté con La cabeza perdida de Damasceno Monteiro, pero mi lectura fue más un ejercicio intelectual por la premura de las circunstancias que un placer literario. Leída hoy, sin las presión de aprobar una asignatura difícil, la novela de Tabucchi se me aparece como una construcción un poco endeble, muy políticamente correcta, pero sin auténticos personajes que sostengan una trama demasiado simple.

Veamos, el protagonista, Firmino, es enviado por el diario sensacionalista para el que trabaja a cubrir un espectacular asesinato sucedido en Oporto. Contra todo pronóstico, el periodista no emprende una investigación, puesto que la dueña de la pensión en la que se aloja se lo da todo hecho: le dice a quién debe dirigirse, a quién entrevistar y de paso le ofrece las mejores comidas de la suculenta comida típica de la ciudad portuguesa. Es decir, que por mucho que se queje Firmino de su situación y de los calores de la ciudad del Duero, lo cierto es que el trabajo que tiene que realizar es un dulce que ya quisieran muchos periodistas. Por otra parte, al abogado Fernando Mello es un personaje que daba muchas posibilidades, pero se queda en una mera caricatura de letrado pedante, cuyas conversaciones con Firmino son meros monólogos en lo que lo único que espera son sus asentimientos admirados a sus palabras. 

El retrato de la ciudad de Oporto quizá sea lo mejor de la obra: una urbe bellísima que, al igual que Lisboa, hay que ir descubriendo poco a poco, puesto que la belleza puede encontrarse en los lugares más insospechados. Sin embargo, Oporto también esconde secretos muy sórdidos: la corrupción policial, el tráfico de drogas con la colaboración de las autoridades que deberían luchar contra él. Tabucchi ofrece una leve crítica al pasado autoritario de Portugal que, como sucede en España, ha dejado en puestos de responsabilidad a muchos personajes de muy dudosa catadura moral. No cabe dudar del compromiso moral del escritor italiano, pero esta obra es tan transparente, tan obvio su mensaje, que el lector apenas puede encontrar sustancia en la misma. Una lástima, puesto que el tema permitía un desarrollo un poco más complejo y menos didáctico.

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