Si bien el título de la película hace referencia al sacrificio de Ifigenia, la hija de Agamenón, para aplacar la ira de la ofendida diosa Artemisa (un sacrificio que, por cierto finalmente no se produjo, puesto que Ifigenia fue sustituida), en El sacrificio de un ciervo sagrado parece que la ofensa que ha cometido el protagonista tiene que ver con una mala praxis médica que deriva en la muerte de un paciente al que está operando. Posiblemente motivado por los remordimientos, el médico empieza a relacionarse con el hijo de su paciente fallecido, un joven que se va a convertir en el heraldo de la tragedia familiar que va a desencadenarse como venganza de los dioses. A partir de aquí la película se transforma en una obra absolutamente cruel, cuando hasta ese momento era meramente inquientante. A pesar del intento de racionalización de la situación, del auxilio de la ciencia a la hora de abordar la enfermedad de sus hijos, el protagonista no tendrá más remedio que llegar a la conclusión del origen sobrenatural de la tragedia que asola a su familia y tomar decisiones terribles al respecto. Un argumento muy propio de Lanthimos, que traslada los elementos de la tragedia griega a nuestro presente para ofrecer una obra marcada por el estilo de Kubrick y cuya principal misión es desconcertar en todo momento al espectador. Quizá una tragedia tan pura y tan cruel, tan falta de explicaciones racionales sea un hueso duro de roer para el espectador contemporáneo, por lo que El sacrificio de un ciervo sagrado no es de las mejores obras del director, porque abusa de la inhumanidad de su argumento sin cortapisas.
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