A raiz del caso de Dani Alves, algunos de nuestros políticos han vuelto a poner en cuestión el sagrado principio de la presunción de inocencia en nuestro país. Ver esta película es conveniente para los que dictan sentencias sin ver las pruebas y ponen en entredicho la profesionalidad de los jueces que deben tomar decisiones sobre las mismas. Aquí el personaje de Henry Fonda aparece como un ciudadano íntegro frente a sus otros once compañeros del jurado, que quieren dictar la culpabilidad del acusado sin reflexionar acerca de lo que han visto durante el juicio. Entre los once está quien tiene prejuicios por la procedencia del presunto delincuente, quien es tímido y se deja arrastrar por la opinión general o quien tiene otra opinión pero no se atreve a manifestarla. El presunto delincuente podrá ser culpable o no, pero durante hora y media se demuestra que las pruebas presentadas son cuestionables y que existe una duda razonable acerca de que él sea el asesino. ¿Se puede juzgar con tanta serenidad cuando el caso es mediático? Este es uno de los grandes problemas de nuestra justicia, que su independencia y su criterio se ven continuamente cuestionados por una parte de la opinión pública azuzada por políticos irresponsables. Doce hombres sin piedad es modélica en su planteamiento y consigue crear tensión y suspense en una historia que transcurre a tiempo real situada en una sola habitación. Eso solo es posible si en la dirección está un maestro como Sidney Lumet.
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