sábado, 31 de mayo de 2025

PLATAFORMA (2001), DE MICHEL HOUELLEBECQ. INFIERNO EN EL PARAÍSO.

Michel es un hombre gris y desencantado, aunque goza de características vitales para no serlo. Se trata de un funcionario del Ministerio de Cultura francés con un buen sueldo, con un trabajo nada estresante y que acaba de heredar una importante cantidad de dinero tras la muerte de su padre. Intentado cambiar un poco de aires y, sobre todo, en busca de sexo fácil con jóvenes prostitutas tailandesas, emprende un viaje organizado a aquel país. Todo el primer tercio de la novela es una especie de disección de las características del turismo organizado (cuando ya era, hace veinticinco años, un fenómeno de masas). A través de su personaje Houellebecq analiza los microgrupos y la sociedad efímera que se organiza entre los participantes en el viaje y se aventura a imaginarse la vida de todos ellos. Resulta curioso que, después de utilizar los servicios de prostitutas de manera absolutamente indiscreta, Michel acabe en una relación amorosa con otra viajera. Y además, Valérie le va a regalar el mejor sexo de su vida.

A partir de aqui comienza el periodo feliz en la vida del protagonista. Ha conseguido lo que nunca se atrevió a soñar, una mujer complaciente a la que le gusta el sexo tanto o más que a él y que además es una alta ejecutiva del sector del turismo. A partir de aquí, Michel ofrecerá su sabiduría para ayudar a Valérie y a su compañero de fatigas, el también ejecutivo Jean-Yves, a planificar una auténtica revolución en el sector. No teniendo ninguna duda de que lo que en el fondo buscan la mayoría de los turistas solitarios son aventuras sexuales, Michel les propone, medio en broma, medio en serio, que la multinacional para la que trabajan se plantee atender esta demanda oculta sin complejos de ningún tipo: permitiendo que las prostitutas locales que rodean los centros vacacionales puedan acceder a los mismos. Aquí Houellebecq se muestra absolutamente cínico, puesto que está retratando a un capitalismo que es capaz de corromperse cada vez un poco más en busca de cantidades de dinero cada vez más obscenas. Y todo aprovechando un declive sexual en occidente que no ha ido más que acrecentándose en las últimas décadas:

"Lo que los occidentales ya no saben hacer es precisamente eso: ofrecer su cuerpo como objeto agradable, dar placer de manera gratuita. Han perdido por completo el sentido de la entrega. Por mucho que se esfuercen, no consiguen que el sexo sea algo natural. No solo se avergüenzan de su propio cuerpo, que no está a la altura de las exigencias del porno, sino que, por los mismos motivos, no sienten la menor atracción hacia el cuerpo de los demás. Es imposible hacer el amor sin un cierto abandono, sin la aceptación, al menos temporal, de un cierto estado de dependencia y de debilidad. La exaltación sentimental y la obsesión sexual tienen el mismo origen, las dos proceden del olvido parcial de uno mismo; no es un terreno en el que podamos realizarnos sin perdernos. Nos hemos vuelto fríos, racionales, extremadamente conscientes de nuestra existencia individual y de nuestros derechos; ante todo, queremos evitar la alienación y la dependencia; para colmo estamos obsesionados con la salud y con la higiene: esas no son las condiciones ideales para hacer el amor. En Occidente hemos llegado a un punto en que la profesionalización de la sexualidad se ha vuelto inevitable."

El final de Plataforma deja al lector helado, ya que irrumpe lo inesperado de la forma más cruel posible. Entonces se vuelve a un mundo sin esperanzas que en buena parte estaba presente al principio de la novela. Como todos los libros del autor francés, su fuerza radica en que su narrador no tiene pelos en la lengua y utiliza un lenguaje directo, sin filtros, para describir la realidad de un mundo que no ha hecho más que ahondar, desde que el libro se publicó, en todos los males que están presentes en su trama.

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