Lo primero que llama la atención del espectador de La luz que imaginamos es el preciso retrato de la megalópolis de Mumbai (la antigua Bombay) que ofrece. Una ciudad superpoblada, cuya miseria se palpa en las calles, una auténtica jungla urbana que sería intolerable para cualquier occidental en la que sobreviven las dos protagonistas. Prabha y Anu son enfermeras que comparten piso. Su situación sentimental es muy distinta. La primera se casó no hace mucho, pero hace un año que no sabe nada de su marido, a quien apenas conoce y que se fue a trabajar a Alemania. Anu se encuentra en pleno romance con un joven musulmán, a quien debe ver casi a escondidas, dado que dicha relación no sería bien vista por el resto de enfermeras. Sus vidas transcurren en un ambiente neblinoso y solo verán un poco de luz cuando acompañen a otra enfermera a su pueblo, ya que debe abandonar la ciudad debido a una importante subida de precio en el apartamento en el que habita. Las tres enfermeras han materializo su apuesta de supuesta libertad abandonando la vida opresiva en el pueblo y ahora están atrapadas en una existencia igualmente opresiva que les ofrece pocas alternativas. La directora Payal Kapadia ofrece una película de fotografía preciosista y repleta de disgresiones filosóficas que dañan el ritmo del interesante relato principal. Si La luz que imaginamos hubiera desarrollado con más profundidad la historia de las dos enfermeras en vez de abusar de los simbolismos, nos encontrariamos ante una obra mucho más apreciable, al menos desde mi punto de vista.
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