viernes, 30 de abril de 2021

LA PLAZA Y LA TORRE (2017), DE NIALL FERGUSON. EL PAPEL OCULTO DE LAS REDES EN LA HISTORIA: DE LOS MASONES A FACEBOOK.

La Historia está dominada en su mayor parte por estructuras jerárquicas, pequeños grupos de gente selecta que se arrogaban en exclusiva la facultad de gobernar y controlaba a la mayoría, cuyo papel era el de la obediencia. En pocos periodos redes de personas independientes han hecho frente a este status quo o al menos han organizado oasis de libertad al margen del poder establecido y han terminado logrando importantes cambios sociales. El ejemplo más claro de esto es la invención de la imprenta, que impulsó tres revoluciones basadas en redes: la Reforma, la Revolución científica y la Ilustración, aunque todo acabara derivando en el caos de la Revolución francesa. El papel de las sociedades secretas en todo esto, que ha sido exagerado en algunos ámbitos pseudoacadémicos, fue limitado. Es cierto que existieron y siguen existiendo organizaciones como los Illuminati o la masonería que siguen dando pie a las más extravagantes teorías de la conspiración. Muchos creen que las crisis económicas y los principales acontecimientos a nivel mundial son organizados por un pequeño grupo de personas que permanecen en la sombra. Nada más lejos de una realidad que es mucho más compleja y que se organiza en redes más o menos estructuradas.

Tras la derrota de Napoleón, Europa volvió a organizarse en jerarquías basadas en Estados-nación, lo cual contribuyó en gran medida a que el siglo XIX se viera libre de guerras importantes. Sin embargo, no existe la organización jerárquica perfecta y bajo la torre, en la plaza, se siguen creando redes ciudadanas más o menos clandestinas que dan lugar a intentos revolucionarios. Quizá el intento más estremecedor de establecer un régimen jerárquico absoluto, sin disidencia ciudadana, fue la Rusia de Stalin que consiguió disipar toda red disidente por medio del terror. Algo parecido sucedió en la Alemania nazi, aunque a través de un gobierno más caótico y que no ahogaba de manera tan absoluta a los ciudadanos adictos al régimen. 

Nunca se ha usado tanto como en nuestro tiempo la expresión redes sociales. Internet ha sido, para lo bueno y para lo malo, una tecnología revolucionaria que ha cambiado los hábitos de la mayoría de la población. Lo que en principio se veía como un bondadoso mecanismo de debate público ha ido derivando en un instrumento capaz de difundir noticias falsas e incluso de influir en procesos electorales. Los debates que se producen en su seno no suelen ser muy intelectuales y con frecuencia derivan en insultos. La red se ha convertido en un lugar tan anárquico que es imposible realizar esquemas de unas estructuras en constante cambio y evolución, aunque también es alucinante pensar en ella como una utopía de libertad absoluta. El dominio de las mismas está representado por tres empresas: el buscador Google, el gran supermercado que es Amazon y la enorme red social de Facebook. En cualquier caso, para algunos, el balance es tan negativo que coquetea con el desastre colectivo, ya que acaba con la idea de privacidad y es capaz de expandir todo tipo de ideas - buenas, malas o ambiguas - en tiempo récord:

"La realidad es que la red global se ha convertido en un mecanismo de transmisión de todo tipo de fiebres y pánicos colectivos, del mismo modo que la combinación de imprenta y alfabetismo incrementó por un tiempo la prevalencia de sectas milenaristas y cazas de brujas."

Quizá el problema de La plaza y la torre es que se trata de un trabajo que peca de ambicioso. Promete hablar de redes ocultas en la historia, de teorías de la conspiración, pero al final se centra en una historia muy general de las fluctuaciones entre la torre y la plaza, entre jerarquía y redes al margen del poder. Bien es cierto que como sucede con todos los libros de Ferguson, su lectura resulta tan instructiva como amena.

domingo, 25 de abril de 2021

LAS GRATITUDES (2019), DE DELPHINE DE VIGAN. EL LENGUAJE DEL RECONOCIMIENTO.

La crisis del coronavirus ha vuelto a poner de actualidad el problema de la vejez y la muerte. Pero no como mal absoluto y abstracto, sino como un proceso penoso en el que personas lúcidas y quizá todavía fuertes se ven abocadas a un proceso lento de degradación marcado en muchas ocasiones por una cruel soledad. El fallecimiento de miles de ancianos aislados en sus habitaciones entre sufrimientos que no podemos ni imaginar es una imagen que todavía no podemos asimilar. Antes de la pandemia raramente pensábamos en las vidas de aquellos que están próximos a su final, quizá porque nos sentimos demasiado identificados con un destino que inconscientemente queremos negar. Vernos a nosotros mismos ancianos, indefensos, dependientes de otras personas para llevar a cabo las funciones más básicas nos produce un horror íntimo y nos consolamos pensando que faltan muchos años para eso y que quizá nosotros estemos destinados a una muerte más serena e indolora.

Lo que es indudable que ante el próximo final todos nos arrepentimos de actos del pasado y de no haber expresado todo nuestro amor a los seres queridos. Esta es la tesitura a la que se enfrenta Michka, la protagonista de la novela. Siendo niña y en plena ocupación nazi de Francia, fue entregada por su madre a unos desconocidos en un acto desesperado por ocultar a una hija destinada a ser asesinada por ser judía. Los desconocidos la ocultaron y la criaron, exponiéndose a un destino terrible si eran descubiertos. Michka siente que jamás agradeció un gesto de bondad tan pura y comprende que debió poner más empeño en encontrar a sus ángeles de la guardia para expresarles su reconocimiento.

En cualquier caso Michka, quizá de manera inconsciente, acogió en su casa hace años a una niña que necesitaba amparo. Ésta, convertida ya en una mujer, visita con frecuencia a la protagonista en su habitación de la residencia. Tenemos también a otro personaje en este pequeño drama, Jérome, el logopeda que intenta ralentizar la afasia que atormenta a la anciana, que le está haciendo perder el uso del lenguaje día tras día. Pero el servicio que presta Jérome irá mucho más allá de lo terapéutico: en sus vacaciones va a aprovechar para indagar en la historia de su paciente y localizar a la hija de sus benefactores: el agradecimiento llega entonces de la manera más insospechada: después de todo, Michka va a tener la oportunidad de irse en completa paz.

Los agradecimientos es una novela atípica, en el sentido de que no estamos acostumbrados a que los novelistas de prestigio se dediquen a contarnos historias de buenos sentimientos. Es una propuesta de fácil lectura que pretende hacer llegar al lector un mensaje claro y contundente, que a veces los pequeños gestos son los que dan sentido a vidas enteras. Está bien escrita, pero no va más allá de lo ya expuesto ni lo pretende. Humanismo literario que no intenta ser profundo, sino cristalino.

jueves, 22 de abril de 2021

LO SEXUAL ES POLÍTICO (Y JURÍDICO) (2019), DE PABLO DE LORA. SOCIEDAD, JUSTICIA, INTIMIDAD Y POLÍTICAS DE IDENTIDAD.

El debate se ha intensificado en los últimos años impulsado por el auge del feminismo en nuestra sociedad: ¿hasta qué punto debe el Estado regular las relaciones íntimas? ¿los jueces verán afectada su imparcialidad si, como se insiste desde grupos de izquierda, sus decisiones deben ir revestidas de perspectiva de género? Estas y otras muchas cuestiones de ámbito similar están más que presentes en controversias públicas y sociales. Pero con frecuencia se echan en falta voces serenas y con sólida formación jurídica que aporten las necesarias dosis de racionalidad a dicho debate. Pablo de Lora, que ya ha conocido lo que significa ser boicoteado en la Universidad de Barcelona, es profesor de filosofía del derecho de la Universidad Autónoma de Madrid y es de esas personas que todavía se atreven a hablar con libertad acerca de los asuntos que domina, a sabiendas de que estos tiempos de censuras y condenas inquisitoriales al disidente aconsejan lo contrario. Su libro no tiene desperdicio: se trata de un lúcida reflexión desde la ciencia jurídica acerca de la deriva que han ido tomando estos asuntos en los últimos tiempos.

Desde instancias políticas del más alto nivel se ha puesto en tela de juicio el fundamental principio de presunción de inocencia, se han criticado sentencias judiciales, se ha instado a los jueces a pronunciarse de determinada manera en algunos casos mediáticos y se ha participado en programas-basura del corazón para defender a una famosa que acusa a su expareja de delitos muy graves sin más fundamento que su propio testimonio y cuando los jueces ya se han pronunciado al respecto. 

Con ser todo esto gravísimo, lo peor del caso es que es muy difícil contemplar un debate con un nivel aceptable sin que surjan tensiones al menor signo de disidencia respecto del discurso hegemónico. Y dicho discurso asegura que nuestra sociedad es patriarcal y se basa en el dominio absoluto del hombre sobre la mujer, una víctima perpetua que debe ser protegida por el derecho de una forma especial ya que, entre otras cosas, existe en nuestro país la llamada "cultura de la violación", por lo que todo hombre es un potencial agresor, ya que la práctica totalidad de los delitos sexuales son cometidos por varones. Por ello, se fomenta la formación de los jueces en perspectiva de género, quizá porque se les supone poco identificados con el sufrimiento de las víctimas. Pero dicha perspectiva de género no debe limitarse al ámbito judicial, sino que debe impregnar toda iniciativa del Estado, llegándose al absurdo de ser obligatorio elaborar planes de infraestructuras o de ordenación del territorio acompañados de informes de impacto de género.

Lo más paradójico de todo esto es que la izquierda empieza a hacer suyo un lenguaje de carácter puritano en el que se empieza a poner en tela de juicio la existencia de la pornografía y se veta y censura como machista todo discurso disidente. Quizá a estas alturas no sea necesario imponer una Junta de Censura, como en el franquismo porque jamás ha estado más en auge la autocensura como en nuestra época: las semillas de lo políticamente correcto han arraigado fuertemente en nuestra sociedad haciendo imposible cuestionar ciertos dogmas. La última ocurrencia se basa en cuestionar la idea de género (algo que plantea dudas incluso en las feministas del PSOE) y facilitar que cualquiera pueda cambiarse de hombre a mujer o viceversa sin más requisitos que la propia voluntad, llegándose al extremo de que cada cual tenga la capacidad de definirse en términos que vayan más allá de la tradicional división entre masculino y femenino, un cambio social tan profundo (que además acabaría con la perspectiva de género) que no debería imponerse sin ser consensuado con el resto de fuerzas políticas:

"El artículo 3 de la proposición de Ley de Unidos Podemos a la que antes me he referido señala, por ejemplo, que las personas no binarias son aquellas: «... cuya identidad sexual, de género y/o expresión de género se ubica fuera de los conceptos de hombre/mujer y/o masculino/femenino, o fluctúa entre ellos. Las personas no binarias pueden o no emplear un género gramatical neutro, pueden o no someterse a procedimientos médicos, pueden o no tener o desear una apariencia andrógina, y pueden o no utilizar otros términos específicos para describir su identidad de género, como pueden ser, entre otros, género queer, variantes de género, género neutro, otro, ninguno o fluido». En la Ley 8/2017 de 28 de diciembre para garantizar los derechos, la igualdad de trato y no discriminación de las personas LGTBI y sus familiares en Andalucía se dice en su artículo 3 que son personas trans, entre otras: «... quienes definen su género como “otro” o describen su identidad en sus propias palabras»"

Una de las controversias más recurrentes de nuestro tiempo tiene que ver con el consentimiento en las relaciones sexuales, resumiéndose la pretendida reforma al respecto en el conocido lema "solo sí es sí". Lo primero que hay que decir al respecto es que, contra lo que algunos quieren hacer ver, el consentimiento se haya desde hace muchos años regulado perfectamente en nuestro código penal, tipificándose los correspondientes delitos de agresión y abuso sexual, por lo que cualquier relación sexual en la que no haya mediado consentimiento previo es delito. Claro está que en muchas ocasiones es difícil probar un hecho que se ha producido en un ámbito tan íntimo, pero la solución no está en invertir la carga de la prueba como parece derivarse de ciertas declaraciones. Esto sería un ataque a la línea de flotación de nuestro Estado de derecho. 

Resulta curioso asomarse al ya lejano año 1983, cuando se debatió en el Congreso el rechazo a la agravante de género que penalizaba, en el código franquista, con más severidad ciertos delitos si la víctima era mujer. Para el diputado socialista Francisco Granados Calero, se trataba de un "principio de galantería" e iba en contra de la igualdad entre hombre y mujer presuponer en esta última una debilidad física que justificase dicha agravante, pues bastaría con la de prevalimiento. Cuatro décadas después, nuestro Código Penal vuelve a contar con agravante de género en ciertos delitos que se dan en el ámbito de la pareja. No solo eso, la ley llega a presuponer que cualquier agresión producida en este ámbito debe definirse como violencia de género, es decir ejercida como parte del control y dominio que ejerce el hombre sobre la mujer debido a la desigualdad estructural de que parte la relación, llegándose al absurdo de meter en el mismo saco agresiones de drogadictos, de alcohólicos, de delincuentes habituales, de personas que no han recibido educación en nuestro país, de gente arruinada, de personas con problemas mentales o de gente desesperada que quiere practicar la eutanasia a quien lleva años sufriendo sin ser atendida por la administración. Todo se reduce al machismo, lo que produce el doble efecto de perpetuar las mismas políticas que eternizan el problema y no buscar soluciones alternativas ajustadas a cada tipo de caso. Lo cual no quiere decir que el machismo no siga existiendo en ciertos ámbitos y que en muchas ocasiones nos topemos con monstruos que maltratan sistemáticamente a sus parejas. No hay por qué negar estos extremos.

En cualquier caso, los niveles de delincuencia en este ámbito en España no nos permiten hablar, como se dice a menudo, de violencia estructural, - como si los hombres nacieran con el pecado original del machismo - sino de un problema serio que hay que ir reduciendo y del que está concienciado la inmensa mayoría de la población masculina, a la que jamás se le ocurriría levantar la mano contra su pareja. ¿Qué sucedería si se pusiera permanentemente el foco en el hecho de que la mayoría de los infanticidios los cometen mujeres? ¿sería justo decir que existe una violencia estructural de las mujeres contra sus hijos? Además, existe mucha demagogia en estos asuntos. Desde las instituciones se asegura de que las denuncias falsas de violencia de género son un porcentaje insignificante, pero se olvida mencionar los porcentajes de casos en los que se absuelve al acusado y se dicta el sobreseimiento del mismo. Esto no quiere decir que estas denuncias sean falsas, pero tampoco las podemos clasificar como auténticas: no hay más remedio que la verdad judicial ha de establecerse mediante un estricto procedimiento probatorio que a veces no es capaz de condenar al culpable. También es cierto que en muchos más casos de los que cualquiera pueda sospechar, la violencia en el seno de la pareja resulta ser bidireccional:

"(...) los estudios siguen mostrando, pese a todo, que la violencia en el seno de la pareja es fundamentalmente simétrica, aunque la ejercida por los hombres tiene peores consecuencias; que también las mujeres son perpetradoras de agresiones en mucha mayor medida de la estimada, y que por tanto los hombres son también víctimas, de manera no residual, y que las tasas de violencia en parejas del mismo sexo no son significativamente disímiles en relación con la pareja heterosexual."

Aunque muchas de sus afirmaciones puedan ser cuestionables, Lo sexual es político (y jurídico) supone una valiente aportación a la necesidad de serenar un debate que deriva en demasiadas ocasiones a lo emocional más que a lo jurídico. Resulta realmente penoso que sea un partido ultraderechista como Vox el que haya asumido la tarea de intentar hacer ver al electorado las contradicciones del sistema, una realidad que hace ganar votos a una formación que desplegaría planes muy siniestros para nuestro país si alguna vez, las circunstancias no lo permitan, llegara al gobierno.

viernes, 16 de abril de 2021

LA CORTE DE CARLOS IV (1873), DE BENITO PÉREZ GALDÓS. INTRIGAS PALACIEGAS.

En La corte de Carlos IV volvemos a encontrar al joven protagonista de Trafalgar hablándonos en primera persona. Gabriel de Araceli ha viajado a Madrid y se ha colocado como sirviente de una actriz. Esto nos da ocasión de asistir al estreno de El sí de las niñas, la obra de Moratín que renovó la escena española y a la vez acercarnos a la vida cotidiana de unos cómicos que podían ser apreciados por el público si caían en gracia, pero que también podían subsistir al borde de la indigencia. La gracia del asunto es que Galdós nos revela que hay ciertos nobles que, aburridos del protocolo y la etiqueta de la Corte, suelen alternar con la gente del teatro, con quienes pueden comportarse de una manera mucho más natural. Esto es lo que va a dar lugar a lo más interesante de la trama: Gabriel va a ser reclamado para servir a una condesa y va a pasar unos días en El Escorial, precisamente en el momento en el que se descubre la conspiración del futuro Fernando VII contra sus padres.

Hay dos personajes que, aunque no aparecen directamente, están permanentemente en el centro de la narración y en las conversaciones de los personajes: Godoy y Napoleón. España, inmediatamente después de la batalla de Trafalgar, estaba viviendo un momento singular en su historia. Ni siquiera se sabía si el emperador francés era amigo o enemigo y los rumores en la calle, algo que recoge la narración galdosiana en abundancia, se fundaban en todo tipo de teorías disparatadas acerca del futuro inmediato de la nación en un momento en el que el ejército de Napoleón penetraba en el país. Curiosamente muchas de estas teorías apuntaban a una conquista conjunta y reparto del reino vecino de Portugal, lo cual a mucha gente le parecía bien. Curiosamente, el ser más lúcido al que escucha el protagonista no es un noble, ni siquiera un intelectual. Es un trabajador iletrado que cuenta con un particular olfato para intuir dónde van a ir los tiros en los asuntos políticos, ya que la política la hacen los hombres:

"Esa gente de arriba es muy ambiciosa y hablando mucho del bien del reino, lo que quiere es mandar; tenlo presente. Yo, aunque no me han enseñado a leer ni a escribir tengo mi gramática parda, sé conocer a los hombres, y aunque parece que somos bobos  y nos tragamos todo lo que nos dicen, ello es que a veces columbramos la verdad mejor que otros muy sabiondos, y vemos clarito lo que ha de venir. Por eso te digo que veremos cosas gordas, muy gordas; y si no, acuérdate de lo que te digo."

El otro personaje lúcido y positivo es Inés, la joven con la que se va a relacionar la protagonista, que trata de combatir con un poco de realismo los sueños de grandeza de Gabriel, alguien con altas aspiraciones basadas en un caduco sentido del honor. Aunque es inferior a su predecesora, Trafalgar, ya que aquí Galdós se va decantando un poco por el estilo folletinesco, La corte de Carlos IV ofrece un interesantísimo retrato de un momento crucial en nuestra historia, el instante en el que el país se encontraba en una peligrosa encrucijada en la que finalmente se tomó el peor de los caminos posibles. 

lunes, 12 de abril de 2021

LOS DEMONIOS (1872), DE FIODOR DOSTOYEVSKI Y LOS POSEÍDOS (1988), DE ANDRZEJ WAJDA. LA RELIGIÓN NIHILISTA.

Aunque Dostoyevski ya había comenzado la escritura de esta novela, el suceso que realmente influyó en la forma definitiva que tomó Los demonios fue el asesinato en 1869 de Iván Ivanov, un crimen que sacudió a la sociedad rusa de la época. Se supone que Ivanov era un disidente de un grupo clandestino fundado por Serguéi Neicháiev, La venganza del pueblo, una especie de organización terrorista que pretendía organizar atentados contra el régimen de los zares, aunque más bien servía para difundir ideas de carácter nihilista y radical. En El catecismo del revolucionario, Neicháiev dejaba descritas las características del que él pretendía que fuera el hombre nuevo:

"El revolucionario es un hombre perdido. No tiene intereses propios, ni causas propias, ni sentimientos ni hábitos, ni propiedades; no tiene ni siquiera un nombre. Todo en él está absorbido por un único y exclusivo interés, por un solo pensamiento, un una sola pasión: la revolución."

Para empezar, Los demonios, constituye un soberbio retrato de la sociedad rusa de la época, en concreto de una ciudad provinciana en la que el tradicional dominio de las clases altas se ve levemente amenazado por los rumores de la existencia de un célula terrorista y por la reivindicación de mejoras - pacífica, aunque brutalmente reprimida - por parte de los trabajadores de un fábrica. Para los más conservadores, la reciente abolición de la servidumbre ha abierto una brecha muy peligrosa que puede derivar en la idea revolucionaria de la igualdad entre todos los hombres. A pesar de todo, la vida sigue entre fiestas y opulencia: la sociedad zarista parece algo inamovible y sucesos como los que se producirán cuarenta años después se contemplan como algo inverosímil.

Varios son los personajes que resumen el alma - o almas - rusa de la época. Stepán Trofimovich es como el padre intelectual de los jóvenes nihilistas, aunque a la altura de la época de la novela es un hombre despreciado por éstos (sobre todo por su hijo) y ha alimentado un movimiento demoniaco sin ser consciente de ello. Es mantenido por una de las mujeres más ricas de la provincia, Varvara Petrovna. Piotr Stepánovich Verjovensi es el hijo de Stepán, el organizador en la sombra del grupo revolucionario-terrorista, un joven desequilibrado y manipulador que no conoce otra ideología que la destrucción total de lo antiguo como imprescindible semilla de lo nuevo, aunque todo ello bañado de un insano cinismo. Nikolái Stavroguin, el hijo de Varvara, es un joven amoral capaz de cometer las peores bajezas sin pestañear, pero es indudable que produce fascinación en todos los que le rodean, hasta el punto de que Verjovensi pretende utilizarlo como una especie de mesías de su movimiento. Un falso mesías a todas luces, entre otras cosas por lo que revela acerca de sí mismo en su confesión final. Es una suerte que Stavroguin, a diferencia de Verjovensi, sea finalmente un ser más autodestructivo que destructor. 

Es muy interesante observar con atención al grupo de jóvenes nihilistas que actúan en la clandestinidad sin saber siquiera si existen grupos similares en el resto de Rusia. Son la semilla de las células terroristas actuales y las discusiones y el contenido de sus asambleas son equiparables a las de cualquier grupo radical de nuestro tiempo. Cuando uno de sus miembros les habla de su doctrina filosófica para llevar a la Humanidad al paraíso (que nueve décimas parte de los hombres sean esclavos del resto), los demás no son capaces de mostrarse críticos con tamaña barbaridad. Lo que en tiempos de Dostoyevski podía parecer un exceso retórico se convirtió en el siglo XX en tristes realidades lideradas por el terror de Stalin, de Mao o de Pol Pot, pesadillas engendradas por retorcidos sueños de la razón que se alimentan de la ceguera de regímenes, como el zarista, que no fue capaz de emprender reformas democráticas y de justicia social. 

Otros muchos temas se dan cita en la gran novela del genio ruso: el suicidio, con ese Kirillov decidido a quitarse la vida, por motivos de conversión religiosa, ejercicio de una falsa libertad y de utilidad para el grupo. Un grupo que, como se ha visto en tantas ocasiones, hace del disidente, de aquel que quiere alejarse del mismo, el peor de sus enemigos, por lo que su principal divisa es la obligación permanente de vigilarse unos a otros. El otro gran tema es la religión: el ateísmo, concebido como una ideología antisistema, lleva a la creencia irracional en estos militantes de que ellos solos pueden ser la chispa que dé lugar a una gran explosión revolucionaria en todo el país. En este sentido son gente ingenua y absolutamente manipulable para el siniestro Verjovensi. Lo paradójico es que el plan para redimir a la Humanidad de sus ataduras actuales solo se basa en esclavizar a la gente mucho más profundamente:

"La vida es dolor, la vida es terror, y el hombre es infeliz. Ahora todo es dolor y terror. Ahora el hombre ama la vida porque ama el dolor y el terror. Así lo han hecho. La vida se da ahora para el dolor y el terror, y ahí está el engaño. El hombre todavía no es el que será. Habrá un hombre nuevo, feliz y orgulloso. A quien le dé lo mismo vivir o no vivir, ése será el hombre nuevo. El que conquiste el dolor y el terror, él mismo será un dios. Y el otro Dios ya no será."

La versión cinematográfica de Andrzej Wajda es ambiciosa pero absolutamente fallida, entre otras cosas porque una persona que no haya leído previamente la novela difícilmente podrá entender el argumento de la película. Es una producción que intenta ser épica, pero que se queda en algo muy oscuro y excesivamente teatral o televisivo, en el peor sentido del término. También es cierto que Los demonios no es una obra literaria de fácil traslación a la pantalla, ya que la profundidad de sus ideas solo pueden ser expresadas en toda su dimensión casi en exclusiva en forma escrita.

jueves, 8 de abril de 2021

PASADO AMOR Y OTROS RELATOS (1929), DE HORACIO QUIROGA. AMOR, LOCURA, MUERTE Y SELVA.

La vida de Horacio Quiroga fue una gran novela, una existencia repleta de muertes de seres queridos en circunstancias trágicas y de pasión por la vida extrema que ofrecía la región selvática de Misiones, algo que se refleja en sus cuentos de manera perfectamente natural. La violencia y la muerte son para Quiroga mecanismos azarosos que están presentes de forma habitual en la biografía de sus personajes. Misiones, el escenario de su literatura, es como un personaje más que condiciona la vida de sus habitantes. Algunos llegan allí de visita y se quedan para siempre. Otros no tienen motivo para permanecer allí, después de una desgracia, pero o no se van o se ausentan durante un tiempo para volver enseguida. Lo cotidiano allí se puede volver peligroso en un solo instante y no solo por la proliferación de serpientes venenosas y otras alimañas, sino por la propia locura de los hombres. Javier Marías lo expresa muy bien en el prólogo:

"Quiroga sugiere, hace deducir, expone, constata, deja que el lector adivine o comprenda sin subrayarle nunca el dramatismo de una situación ni la atrocidad de un hecho o un destino. Quizá porque para él - el escritor y el hombre - nada de lo posible ni de lo habido era demasiado atroz ni dramático: simplemente era, y él debía de tener la serena conciencia de que además podía muy bien no haber sido."

La única novela de este volumen, Pasado amor, tiene evidentes tintes autobiográficos en ese protagonista viudo que se ha ausentado un tiempo de su hogar tras la trágica muerte de su esposa, pero que vuelve al lugar de los hechos para reanudar su vida y volver a enamorarse, aunque la relación con la que debería ser su futura familia política se torne tan distante como extraña. Quizá la existencia en un clima como el selvático dé lugar con más frecuencia a pasiones explosivas de esta índole. Entre el resto de relatos encontramos algunos magistrales, propios del mejor terror gótico, como El almohadón de pluma, o de horror más psicológico como el inolvidable Los perseguidos. Muy representativo de su producción es también Un peón, en el que se retrata a un curioso personaje que parece extraído de un relato de Herman Melville. Quizá el cuento más kafkiano del conjunto sea El techo de incienso, en el que el protagonista se ve abocado a la tarea interminable de arreglar el tejado de su casa para evitar las frecuentes filtraciones de lluvias mientras deja de lado sus responsabilidades como encargado del Registro Civil. Luego tendrá que realizar la tarea evitada por meses en tres días, aunque el final será tan absurdo e inesperado como los conceptos de vida y muerte. 

Lo que sí es cierto es que Quiroga se aplica sus propios consejos en el arte de escribir, algo que se refleja en la fuerza y autenticidad de su arte literario. Así lo dejó dicho en Decálogo del perfecto cuentista:

"No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino."