lunes, 1 de marzo de 2021

CONVERSACIONES CON BILLY WILDER (1999), DE CAMERON CROWE. EL CREPÚSCULO DEL GENIO.

Ayer volví a ver Perdición. Es una de esas películas de Billy Wilder a los que uno regresa con frecuencia, porque sabe que es una de esas obras maestras que, aunque te la sepas de memoria, siempre te va a proporcionar nuevas emociones. Y la extraordinaria producción de Wilder cuenta con otras muchas películas con esas características: El apartamento, El crepúsculo de los dioses, Días sin huella... Cameron Crowe, el director de Jerry Maguire tuvo la oportunidad, después de algunas reticencias del veterano director, de poder conversar con él durante muchas horas. El resultado es un libro maravilloso, todo un compendio de sabiduría cinematográfica en el que podemos leer una serie de diálogos no planificados, en los que se salta de un tema a otro de manera natural y en los que Wilder no tiene reticencia a explayarse en sus respuestas, dando lugar a una lectura tan interesante como adictiva.

Además, las conversaciones no se limitan a repasar las películas realizadas por él, sino que se comenta la obra de otros directores y proyectos frustrados del propio Wilder, algunos tan sorprendentes como una película de los hermanos Marx ambientada en la Asamblea General de la ONU - ojalá se hubiera filmado esa maravilla - o La lista de Schindler, cuyos derechos disputó con Spielberg, quedándoselos este último. Hay que decir que Wilder se comportó con suma elegancia cuando pudo ver el film de Spielberg: le pareció una auténtica obra maestra, aunque también declaró que él lo hubiera realizado de otra manera. Hubiera sido sumamente interesante poder comparar ambas visiones de la misma historia. Quizá en un universo paralelo existan ambas películas.

Leyendo Conversaciones con Billy Wilder, uno se da cuenta, entre otras muchas cosas, de una humildad no impostada que está siempre presente en las palabras del director. Sabe que a muchos le fascinan sus filmes, la gente le para por la calle, su teléfono no para de sonar, pero todo esto jamás le ha hecho bajarse del carro de la modestia y no le impide ser el mayor crítico de sí mismo. Wilder es uno de los máximos estandartes de una época irrepetible en Hollywood, pero él parece restarle importancia a este hecho, solo se describe como un hombre que tuvo la suerte de poder dirigir una serie de películas realizando su trabajo lo mejor posible, aunque los resultados no fueran siempre lo que él pretendía (y ahí están las desgraciadas circunstancias del montaje de La vida privada de Sherlock Holmes). En resumen, solo fue un trabajador incansable cuyo nombre aparecía en los títulos de crédito de sus trabajos, pero que supo rodearse de un equipo de gente valiosa para que el resultado final valiera la pena:

"Yo me limito a hacer una película y espero que sea buena, que entretenga a la gente y que les muestre algo que todavía no han visto. Pero pensar que "va a ser el mejor film negro" o "la mejor comedia o "en la perspectiva mundial", ¿qué importancia tiene?... Está bien, es agradable que alguien diga esas cosas de nosotros, los viejos directores... los directores resignados, los que ya no vamos a decir "¡Acción!" nunca más. Pero sólo es posible juzgar una cosa cuando ya está hecha. Y un director no puede vivir a base de nobles conceptos; tiene que filmar ideas concretas y mostrarlas con sutileza."

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