martes, 30 de marzo de 2021

EL ENJAMBRE HUMANO (2019), DE MARK W. MOFFETT. CÓMO NUESTRAS SOCIEDADES SURGEN, PROSPERAN Y CAEN.

El hombre es el único animal que puede entrar en una habitación llena de desconocidos sin alterarse. Este hecho, que parece tan trivial, es un logro evolutivo que nos ha permitido crear sociedades formadas por millones de individuos. Dichas sociedades se encuentran en permanente proceso de evolución y cambio, existiendo permanentemente la posibilidad de emprender un camino de decadencia que la haga ser sustituida por una nueva. Si los humanos no contáramos con tan refinadas formas de comunicación con los demás, la construcción de unos lazos sociales tan complejos sería imposible. Porque muchas de las bases sobre las que está edificada nuestra forma de vida se basan en símbolos abstractos que son universalmente aceptados por casi todos los miembros de una sociedad: la bandera, el himno, la autoridad... Dichos consensos tienden a hacerse más complejos y a la vez más estables con el tiempo.

Para ser exitosa, una sociedad tiene que cumplir al menos con dos requisitos básicos: proveer de medios de subsistencia y de seguridad a sus miembros, a la vez que es capaz de imponerse a otras que se le opongan en la eterna lucha por los recursos cuando estos son escasos. Todavía hoy cualquier ser humano se siente confortado, aunque sea de manera inconsciente, de pertenecer a una organización social fuerte y que es capaz de protegerle frente a los extranjeros. Mucho del populismo que se encuentra en auge en la política actual se alimenta de estimular estos sentimientos básicos de seguridad frente a la injerencia de extraños que pueden disputarnos lo que sentimos como nuestro. Sin embargo, lo verdaderamente curioso de nuestras complejas formas de existencia, de las múltiples normas a las que estamos sometidos en nuestro día a día, es que esta forma de vida está más emparentada con la de ciertos insectos sociales que a la de cualquier otro mamífero:

"(...) ningún chimpancé tiene que someterse a las normas de una autopista o llevar las cuentas de una granja, al igual que tampoco conoce los embotellamientos de tráfico, los problemas de salud pública, las cadenas de montaje, el trabajo complejo en equipo, el reparto del trabajo, la economía de mercado, la gestión de los recursos, las grandes guerras o la esclavitud. Por extraños que nos parezcan los insectos en su aspecto e inteligencia, solo ciertas hormigas y sociedades humanas hacen ese tipo de cosas, junto con algunos otros insectos sociales, como las abejas y algunas termitas."

Sin embargo, los marcadores que nos hacen identificarnos con nuestros vecinos son muchos más complejos que el olor que utilizan las hormigas. Cualquier símbolo que identifique a los miembros de una determinada sociedad puede haber pasado por un dilatado proceso de evolución hasta llegar a su significado actual, pudiendo, por muy relevante que sea hoy, llegar a ser olvidado con el transcurso de los siglos, como ha sucedido con múltiples ritos religiosos del pasado. Lo que persiste es una prevención instintiva frente al extraño, sobre todo si sus marcadores (raza, forma de vestir, idioma, religión...) son diferentes a los nuestros. Se trata de un mecanismo de supervivencia básico que, aunque ya no sea necesario en nuestras sofisticadas sociedades, persiste en todos nosotros de manera inconsciente y es la raíz de muchos conflictos que no pueden explicarse de manera meramente racional:

"El psicólogo de Princeton Alex Todorov ha descubierto que, en la misma décima de segundo que tardamos en embutir a una persona en una categoría, ya nos hemos formado opiniones sobre si es de fiar, entre otros estereotipos. Un extraño a nuestro grupo genera en nosotros las evaluaciones más rápidas y superficiales. Excita las amígdalas que provocan la ansiedad, la misma parte del cerebro que se activa cuando, con el corazón acelerado, apartamos de un manotazo a un abejorro. Nuestra respuesta amplificada y apresurada a lo que consideramos una potencial amenaza es «resistente al cambio y propensa a la generalización», ha dicho un neurocientífico."

El paso del nomadismo al estilo de vida sedentario significó que las poblaciones podían empezar a crecer y los hombres, poco a poco, se especializaban en ciertos oficios que pasaban de generación a generación, por lo que ya no era necesario que cada individuo contara con nociones básicas de los conocimientos fundamentales para poder sobrevivir. El conocimiento compartido fortalece a las sociedades, pero, como hemos dicho, no es ni mucho menos el único ingrediente para de cohesión: las emociones compartidas que emiten un himno, una victoria deportiva o el odio a un enemigo estimulan el orgullo de pertenecer a una determinada nación, aunque las personas individualmente tengan un comportamiento humilde. Esto puede estimular también comportamientos aberrantes si se perpetran en el anonimato del grupo: nuestra moral individual puede diluirse con facilidad cuando la supeditamos al fervor de la masa de la que formamos parte. 

En cualquier caso la unión de sociedades diferentes en un mismo territorio era en numerosas ocasiones fruto del conflicto por explotar determinados recursos. Los perdedores podían ser reducidos a la esclavitud, liberando así recursos a través de la explotación de mano de obra gratuita. Los vencedores podían seguir aprovechando su éxito con la conquista de nuevas tierras, fundándose así los primeros imperios, cuya compleja gestión necesitaba de una administración cada vez más especializada. Frente a la vigilancia continuada a la que se sometían mutuamente los miembros de las pequeñas sociedades de cazadores-recolectores, la invención de dioses omnipotentes que vigilaban en todo momento a cada individuo resultó un instrumento fundamental para seguir influyendo en el comportamiento, aunque la persona pudiera empezar a tener espacios de privacidad.

Considerarse a uno mismo el hombre más inteligente o fuerte de la Tierra es ridículo. Sin embargo, cuando tales calificativos están dirigidos al propio país, buena parte de los individuos aplauden la afirmación. Por esto mismo la Unión Europea no despierta el compromiso emocional que sí producen en sus ciudadanos las naciones que la componen: no ofrece una historia compartida ni símbolos o tradiciones venerables (aunque sea toda una evolución positiva que los principios de la unión entre países se basen en el comercio, no en la conquista), lo cual explica comportamientos tan irracionales como el éxito del referéndum del Brexit. Quizá examinando los últimos acontecimientos y la posibilidad de próximos conflictos sociales en occidente, frente al éxito de China y otros países de su entorno puedan ser señales de nuestra próxima decadencia o quizá se trate de una crisis pasajera de la que salgamos reforzados como sociedad, no hay manera de saberlo. Lo que sí es seguro es que ninguna sociedad es eterna: todas acaban cayendo o se transforman de tal manera que se vuelven irreconocibles. En realidad nuestra mejor baza siempre será la racionalidad que ofrece la ciencia frente a la apelación a las emociones más básicas, aceptando que la unión entre todos los hombres en una sola nación es, hoy por hoy, prácticamente una utopía:

"Nuestra desgracia ha sido, y será siempre, que las sociedades no eliminen el descontento; simplemente lo redirigen hacia los extraños, que paradójicamente pueden incluir a grupos étnicos. Conocer mejor a los demás no siempre ha sido suficiente para mejorar nuestro modo de tratarlos. Necesitaremos comprender mejor el impulso a ver a otros pueblos como menos humanos, incluso como sabandijas, si nuestra especie quiere romper con la historia de discordancias entre grupos, que se remonta a mucho antes de la Antigüedad. También debemos saber más sobre cómo los humanos reformulan sus identidades y responden a cada cambio radical con el menor perjuicio posible. El Homo sapiens es la única criatura de la Tierra que es capaz de esto. Nuestra predisposición hacia los extraños varía; unos tendemos a la cautela y otros, a la confianza, y, sin embargo, compartimos una aptitud para aprovechar nexos con otros aparentemente incompatibles. Nuestra salvación radica en reforzar este don, guiado por los cada vez más sutiles descubrimientos de las ciencias a las que este libro apela. El lado bueno de esta historia es que los humanos tenemos cierta capacidad para contrarrestar nuestra tendencia heredada al conflicto mediante la autocorrección deliberada. Divididos estaremos, y divididos debemos estar."

miércoles, 24 de marzo de 2021

LA SEÑORITA JULIE (1888), DE AUGUST STRINDBERG Y DE LIV ULLMANN (2014). SUEÑO DE UNA NOCHE DE SAN JUAN.

En el prólogo que escribió para su propia obra Strindberg quiere dejar claro que La señorita Julie pertenece al movimiento naturalista, por lo que el espectador va a verse personalmente reflejado en el drama de los dos protagonistas, que tiene mucho que ver con la división en clases sociales de la Suecia de la época:

"El hecho de que la heroína nos despierte compasión depende únicamente de nuestra debilidad de no poder soportar el sentimiento de terror de que el mismo destino nos alcance a nosotros. Sin embargo, el espectador muy sensible quizá no estará satisfecho con esta compasión y el hombre de fe del futuro quizá exigirá algunas propuestas para remediar la maldad, en otras palabras, un tipo de programa. Pero para empezar, no existe el mal absoluto, pues el que una familia se hunda significa el resurgir de otra, y el paso de resurgir a hundirse compone uno de los placeres más grandes de la vida. La felicidad, pues, solo existe por comparación. (...) La vida no es tan matemáticamente idiota que solo los grandes se comen a los pequeños, sino que con frecuencia sucede que la abeja mata al león o al menos lo vuelve loco."

Ni Jean ni Julie son personajes prototípicos de sus respectivas clases sociales. Jean es un criado que se ha preocupado de recibir una educación autodidacta. Ha leído mucho, ha ido al teatro y escucha atentamente las conversaciones de las personas a las que sirve, por lo que es capaz de hablar de tú a tú a Julie. Aunque sea un sirviente, no es una persona que se resigne a esa condición en su fuero interno: aspira a abrazar algún día esa vida contempla y a la que no puede acceder debido al rígido muro que separa a las clases sociales. Julie, según ella misma confiesa, no ha recibido la educación convencional que correspondería a su nacimiento como noble ya que a su madre, de origen humilde "la educaron en las teorías de igualdad de su tiempo, la libertad de las mujeres y todo eso" y ella "me educó de manera natural y en el paquete incluyó enseñarme todo lo que se le enseña a un chico, y que yo sería un ejemplo de cómo una mujer puede hacer las cosas igual de bien que un hombre". Seguramente esto es lo que le permite acercarse con toda naturalidad a gente que no pertenece a su clase social, aunque en el caso de Jean dicha atracción es sobre todo de carácter sexual.

Frente a ellos se alza la figura de Kristin, la cocinera que conoce perfectamente cual es su papel en el mundo y trata, en vano, de hacer entrar en razón a su novio Jean, pues siente que el ímpetu de sus sueños le van a hacer caer al abismo. Kristin es una especie de convidado de piedra que intenta alzarse como la voz de la razón, pero no es escuchada e intenta como último y desesperado recurso acudir a la religión. Mientras tanto Jean y Julie han llegado a un punto de no retorno que trastorna de inmediato su fugaz relación, pues se dan cuenta de que han cometido un pecado irredimible. Piensan en huir, pero no parecen tomar en serio esta posibilidad, porque dejan que los invada un irresistible fatalismo. La decidida Julie se convierte en pocas horas en una sombra de sí misma, una mujer desnortada que se hunde en la más absoluta desesperación. El osado Jean se paraliza cuando siente que el conde ha vuelto a casa y automáticamente vuelve a su papel de sirviente, dejando que sus sueños se pudran una vez más. 

La versión cinematográfica de Liv Ullmann, llamativamente protagonizada por dos grandes estrellas de Hollywood, es una correcta traslación de la obra de Strindberg, sustentada ante todo por una sólida interpretación de Jessica Chastain, enriquecida por múltiples matices, secundada por un muy correcto Colin Farrell, que se defiende muy bien en un papel que en principio no parecía destinado a un intérprete de sus características. Mucho más explícita respecto a la consumación sexual de los protagonistas frente a la a la elipsis de la obra teatral, la versión de Ullmann conserva intacto el espíritu del original y no trata de hacer experimentos para adaptar su mensaje a nuestro tiempo, algo que se agradece, ya que no es necesario realizar cambio alguno en la obra de Strindberg para que siga fascinando al espectador actual. 

lunes, 22 de marzo de 2021

EL PROCESO (1925), DE FRANZ KAFKA Y DE ORSON WELLES (1962). LA PUERTA ESTRECHA.

Si nos asomamos a los Diarios de Kafka en la época en la que estaba escribiendo El proceso - la segunda mitad del año 1914 - podemos advertir el tortuoso proceso que le hacía avanzar con gran inseguridad en la concepción de esta obra maestra. Porque la angustia de Josef K. es la angustia del propio Kafka, motivada en aquellos días en el escritor por su indecisión matrimonial respecto a Felice Bauer. Aunque desde su misma detención a primera hora de la mañana, sin aviso previo, el personaje proclama su absoluta inocencia, el mero hecho de la obsesión que a partir de entones va a experimentar por el proceso al que está sometido, hacen intuir que existen corrientes subterráneas de culpabilidad en su alma: la misma sensación de culpa que puede sentir cualquiera si indaga con profundidad en sí mismo. La novela ofrece pistas al respecto:

"Finalmente subió la escalera y en sus pensamientos jugaba con el recuerdo de la frase del guardián Willem, según la cual el tribunal es atraído por la culpa, de donde en realidad se deducía que la sala de interrogatorios tenía que hallarse en la escalera que K. había elegido casualmente." 

Lo más curioso del procedimiento judicial extraordinario que se inicia contra Josef K. es que se le insta a seguir haciendo vida normal, celebrándose sus interrogatorios los domingos, con tal de no dificultar el desempeño de su carrera profesional. En realidad, atender a los requerimientos del tribunal supone un angustioso esfuerzo, sobre todo mental, puesto que el funcionamiento del mismo es oscuro, ya que no pertenece a la justicia ordinaria y sus normas de funcionamiento son oscuras. Quizá lo más sensato sea elaborar un memorial acerca de la propia existencia con destino al Tribunal, aunque tampoco es seguro si es mejor encargar ese trabajo a un abogado o hacerlo uno mismo. Lo cierto es que la vida de K. se va convirtiendo paulatinamente en una angustiosa pesadilla en la que hay que aparentar cierta normalidad. Sentirse constantemente señalado debe parecerse mucho a la sensación que describía Orwell en 1984: estar oprimido todo el tiempo por una bota militar que pisotea el propio rostro, aunque también, de una manera ciertamente extraña, el acusado parece despertar los instintos más bajos de las mujeres con las que se va cruzando.

En El proceso es muy importante la arquitectura de los espacios - generalmente oprimentes - por los que se mueve K. Los negociados de tan importante Tribunal se encuentran en buhardillas de casas de uno de los barrios más degradados de la ciudad. Los acusados se reúnen en silencio en una estrecha habitación esperando enterarse de algo concerniente a sus propios casos. Los abogados, que no son reconocidos por el Tribunal, pero su presencia es tolerada por el mismo, cuentan con una sala de reunión que no reúne las mínimas condiciones de habitabilidad. Todo parece organizado para que la existencia de K. se torne más angustiosa día a día y esta característica de la novela es aprovechada perfectamente por Orson Welles a la hora de abordar su adaptación cinematográfica. En pocas ocasiones uno tiene ocasión de contemplar a un genio adaptando a otro genio. Welles se las arregló para darle un toque personal a la narración de Kafka: aquí lo importante, además de enfrentarlo a arquitecturas imposibles, es despersonalizar al personaje, hacerlo sentir alguien insignificante cuya vida se va hundiendo poco a poco de manera absurda, devorado por una culpa que puede ser o no real. En un determinado momento, K. es informado de que la retirada de su acusación es algo casi imposible. A lo más que puede aspirar es a un aplazamiento o una postergación de la misma.

Pero lo más alucinante de la novela es esa narración inserta en la misma, la celebérrima Ante la ley, un cuento, que puede ser leído de forma independiente, sujeto a múltiples interpretaciones, que adopta ante el lector significados que van desde lo religioso hasta lo existencialista. Quizá la única salida de K. era la más sencilla, la de usar la puerta, amplia ya la vez estrecha, que estaba reservada para él en su anhelo de conocer a la auténtica justicia. Pero es casi imposible tomar esa decisión cuando uno se encuentra en estado de permanente angustia e indecisión. Quizá todo sea una gran parábola de nuestra propia existencia: intuimos que hay un camino reservado para nosotros, pero creemos que la puerta que conduce al mismo nos está vedada.

martes, 16 de marzo de 2021

MEMORIAS (1969), DE ALBERT SPEER. EL FAUSTO DEL TERCER REICH.

El 22 de abril de 1945 Albert Speer visitó por última vez a Hitler. Fue una visita que éste último no esperaba y quizá Hitler se sintió conmovido por el gesto. A estas alturas, el todopoderoso Führer gobernaba los restos de un imperio en ruinas y ya pensaba en el suicidio. A su alrededor sus lugartenientes conspiraban para obtener la mejor posición en la nuevo orden que estaba a punto de llegar, como si los Aliados tuvieran intención de reconocer un nuevo gobierno nazi. Speer, como máximo responsable de la producción de armamento de Alemania, sabía desde hacía bastante tiempo de la inevitable derrota. Después de despedirse de Hitler, recorrió por última vez las oscuras y ruinosas estancias de la Cancillería, su obra maestra arquitectónica que pronto sería destruida y quizá sintió nostalgia de otros tiempos, en los que su prestigio era tal, que muchos hablaban de él como el sucesor más probable del Führer.

En realidad las memorias de Speer son una gran justificación. El antiguo Ministro de Armamento se dedica en muchos pasajes a intentar convencer al lector de su falta de responsabilidad en los hechos que protagonizó. Speer se presenta a sí mismo como un arquitecto ambicioso, como una especie de Fausto que firmó un pacto con el diablo sin entender muy bien las consecuencias de lo que hacía. A pesar de sus altas responsabilidades en el Tercer Reich, tampoco se siente culpable del Holocausto, un tema del que habla poco, ni del trabajo esclavo que conseguía esas sorprendentes cifras de producción armamentística durante los años más intensos del conflicto. El autor da a entender que el suyo fue un proceso progresivo de fascinación hacia la figura de Hitler, un hombre que representó para él la seducción del poder a través de la realización de sus más variados sueños arquitectónicos:

" (...) me había convertido en adepto de Hitler, cuya personalidad me impresionó desde el primer momento y de quien desde entonces ya no iba a liberarme. Su poder de convicción, la magia peculiar de su nada agradable voz, lo insólito de su actitud más bien banal, la seductora sencillez con que enfocaba la complejidad de nuestros problemas… Todo aquello me confundía y fascinaba. Yo no sabía prácticamente nada de su programa. Hitler me había capturado antes de que pudiera comprenderlo."

A pesar de todo lo dicho y que haya que leerlas con todas las prevenciones, las Memorias de Speer constituyen un formidable material de información acerca del funcionamiento interno del Tercer Reich y sobre la enigmática personalidad de Hitler. Es muy posible que el Führer, aspirante a artista y amante de la arquitectura viera reflejado en Speer el joven que a él le hubiera gustado ser. Juntos pasaron muchas horas placenteras planificando el Berlín imperial cuyos gigantescos edificios debían dejar testimonio del inmenso poder de Alemania. Aquí Hitler es retratado como un ser humano, alguien que puede ser amable e incluso afectuoso con quienes le rodean, pero que no ofrecía a nadie una amistad plena e íntima. Un hombre que guiaba sus grandes decisiones ante todo por su intuición y que estuvo a punto de hacerse el amo de Europa hasta que llegaron sus grandes errores en Rusia.

De entre los integrantes del círculo más cercano a Hitler es posible que Speer fuera el hombre más inteligente y lúcido. Tras la muerte de de Fritz Todt, en 1942 fue nombrado máximo responsable de la producción de armamentos de Alemania. Contra todo pronóstico, el nuevo Ministro logró aumentar la productividad hasta límites insospechados gracias a su capacidad organizativa y a los millones de trabajadores esclavizados y a pesar de la creciente campaña de bombardeos por parte de ingleses y americanos. Este esfuerzo inaudito no iba a servir más que para prolongar la agonía del Reich de los mil años, cada vez más cercado por sus enemigos y con un máximo dirigente cada vez más aislado y alejado de la realidad. 

Cuando fue procesado en Nuremberg, junto al resto de los gerifaltes del nazismo que sobrevivieron, Speer no fue tan estúpido como para negar su responsabilidad, pero presentó su actuación como una especie de reconocimiento de culpabilidad en un sentido más espiritual que material, como si el velo de su ceguera solo se le hubiera caído en los últimos meses. Al final se libró de la pena de muerte y afrontó una pena de prisión de veinte años que cumplió íntegra. Durante su cautiverio tuvo tiempo de sobra para dedicarse a estas memorias, un libro fascinante y bien escrito a pesar de todo y que ha tenido una enorme influencia en estudios posteriores sobre el periodo. No es una lectura que deba abordarse sin tener conocimiento previo de los años del Tercer Reich, pero a la vez constituye un hito ineludible para cualquier historiador o aficionado puesto que, en cualquier caso, pocas personas conocieron tan íntimamente a ese diablo presuntamente seductor llamado Adolf Hilter. 

miércoles, 10 de marzo de 2021

EL SIGLO DEL POPULISMO (2020), DE PIERRE ROSANVALLON. LA DEGRADACIÓN DEMOCRÁTICA.

Establecer una definición de populismo se ha convertido en un asunto muy dificultoso, porque es una palabra de moda en la política actual. Los partidos se tachan unos a otros de populistas, pero en realidad las reglas de juego de nuestras democracias, siempre cortoplacistas, incitan a los gobernantes a establecer medidas llamativas basándose en las presuntas necesidades del pueblo, siendo aquí el pueblo la entera población de la nación, sin apenas matices.  Lo triste es que mucha de la política actual se basa en sondeos precipitados - y manipulados - y en pseudoestudios de marketing en los que la imagen del partido en el gobierno es mucho más importante que los resultados reales de las medidas para la gente de a pie. Además, desde el poder se fomenta una sutil pero peligrosa división de la sociedad entre grupos victimizados y el resto, apartando convenientemente las tradicionales reivindicaciones de las clases sociales más desfavorecidas, que empiezan a no tener voz si sus miembros no se adaptan a las exigencias de estas luchas populistas y vacías de contenido. Conviene que haya tensión social, sí, pero una tensión que no moleste el ejercicio del poder, sino que enfrente a unos ciudadanos con otros en estas postmodernas guerras culturales, mientras los derechos laborales y sociales se siguen esfumando y las administraciones públicas dejan cada vez más desamparado al contribuyente.

Lo vemos desde hace demasiado tiempo: aunque en España no se usa apenas del instrumento del referéndum (uno de los emblemas principales del populismo, que pretende así que el pueblo se pronuncie con resultados muchas veces envenenados, como el del Brexit), sí que se intenta tener domesticado al poder judicial y que sus decisiones barran para casa. En las campañas electorales la mentira descarada, sobre políticas de futuro o sobre alianzas, es algo ya tan habitual que ni siquiera llama la atención. Además, el laberinto selvático de las redes sociales se consolida como la alternativa a la tradicional prensa libre, una institución que agoniza perdiendo influencia cada año que pasa y que debe adaptarse a los tiempos compitiendo en atención con blogueros, youtubers e influencers que manejan mucho mejor los gustos de las nuevas generaciones. 

Estamos en la época de lo emocional frente a lo racional. El poder necesita apelar constantemente a enemigos que impiden que su utopía social se lleve a cabo y en parte tiene razón cuando discurre así, puesto que la globalización ha hecho que muchas de las decisiones de los gobiernos se tornen irrelevantes si molestan a los grandes grupos económicos, a los que nadie ha votado, pero que se mueven como pez en el agua en este mundo falto de regulaciones. Ya nadie espera - y menos después de la espantosa gestión de la pandemia - que las cosas mejoren, solo poder desahogar emociones frente a la imagen del enemigo, sea éste el poder económico, el inmigrante, la feminista, el neonazi o el progre, llegándose al punto de poder contemplar a miembros de un gobierno apoyando abiertamente actos manifiestamente ilegales si quienes los promocionan son considerados aliados. Los términos fascista o comunista pierden su sentido, porque así se denomina a todo aquel que no comulga con las ideas propias, según sean éstas de derechas o de izquierdas. La política tranquila del consenso que se marca unos objetivos razonables y que rinde regularmente cuentas al ciudadano ha dejado de existir, porque la agenda siempre viene marcada por el último asunto de actualidad que será sustituido por otro la semana siguiente. Mientras tanto, al ciudadano de a pie, embargado de terror al futuro, se le colapsan los mecanismos de adaptación:

"De hecho, la ira y el miedo son evidentemente los motores afectivos y psicológicos de la adhesión al populismo. Por añadidura, este parece capaz de dar armas al resentimiento, de ofrecer la posibilidad de una venganza. Adherirse a las ideas populistas es también identificarse con una comunidad que valora a quienes se resisten al pensamiento dominante, y al mismo tiempo autorizarse a tomar distancia de la realidad tal como casi siempre se la presenta. La propensión a suscribir «verdades polémicas» constituye por esto un elemento clave de lo que se podría definir como la personalidad populista. Esta se apoya en la tendencia al recelo sistemático por las visiones consensuales, acusadas de ser meros productos de la ideología dominante, e induce, a la inversa, una gran capacidad de agrupación negativa en quienes se conciben a sí mismos como denunciadores de las mentiras y manipulaciones de los poderosos. 

Los condenados de la tierra adquieren aquí el rostro de los mártires de la verdad, con la dimensión de fe sectaria que esto implica. En una época en que las promesas emancipadoras del progreso se han derrumbado, en estas nuevas tierras se arraigan el coraje del presente y la fe en un futuro mejor en el universo populista. Al mismo tiempo, la política adopta un perfil de tipo religioso, con esa capacidad para reescribir el mundo que emana de esta forma de afirmación de verdades propia de la fe."

Todo esto quiere decir que los problemas complejos se reducen a batallas absurdas entre el bien el mal, lo que deriva en la tendencia de mucha gente a encerrarse en sus propios laberintos de creencias inamovibles y así es fácil que "la democracia esté siempre amenazada de degradarse en demagogia, cuando el pueblo-cuerpo cívico se borra tras su doble deformante de multitud gobernada por las pasiones del momento". Se nos olvida con mucha facilidad que uno de los imperativos de las democracias es la formación de ciudadanos lúcidos y conscientes, dotados de un sano espíritu crítico basado en la racionalidad, con las dosis justas de componente emocional. El libro de Pierre Rosanvallon, aunque muy orientado a la realidad de Francia sirve como un manual conceptual de nuestro tiempo. El siglo del populismo establece los principales hitos de la historia del populismo y propone correcciones a una realidad que amenaza a la idea clásica de lo que es una democracia, acercándose a peligrosas alternativas que están más próximas a la triste realidad de países como Rusia, China o Venezuela. 

viernes, 5 de marzo de 2021

EX LIBRIS: LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE NUEVA YORK (2017), DE FREDERICK WISEMAN. EL CORAZÓN DE LA MANZANA.

Una de las cosas que más echo de menos de no vivir en una gran ciudad son sus bibliotecas. La posibilidad siempre presente de pasear por salas llenas de libros y entablar relaciones con personas con tus mismos intereses es uno de los mayores atractivos de estos edificios. Porque el concepto de biblioteca moderna ya no es solamente ser un almacén de libros: sus posibilidades van mucho más allá y la Biblioteca Pública de Nueva York posiblemente va a la vanguardia en este sentido.

La película se abre con las imágenes de una de las actividades habituales de la institución: una charla ofrecida nada menos que por Richard Dawkins y esta va ser la pauta habitual del documental: enseñarnos fragmentos de la vida cotidiana entre las paredes de cada una de las sedes de la biblioteca, sin comentarios externos. Así Wiseman consigue que nos integremos en su propuesta como si fuéramos meros visitantes que vamos entrando y saliendo de distintas salas contemplando lo que sucede en cada una de ellas. Pero no todas son salas de lectura o de conferencias, también asistimos a reuniones de los gerentes de la institución en las que la financiación (a la vez pública y privada en este caso) es siempre el asunto más acuciante. También me ha resultado muy interesante asomarme a una sesión de un club de lectura neoyorkino en el que se comentaba una novela de Gabriel García Márquez. Como suele ocurrir en España, sus integrantes eran casi todos de edad madura y en su mayoría mujeres. Lo que no faltaba, como sucede casi siempre, eran grandes dosis de entusiasmo en el intercambio de opiniones entre los lectores.

La Biblioteca Pública de Nueva York, con esos representativos leones que custodian la entrada de la sede principal, se erige así en una especie de oasis paradisiaco en el corazón de la gran manzana, una organización con la insólita pretensión de abarcar en su seno todas las formas culturales posibles - libros, documentos, películas, periódicos, conferencias - con el fin de democratizar el conocimiento y ofrecerlo a todos los ciudadanos, teniendo como reto principal en estos tiempos la digitalización de todo su material para una mejor preservación del mismo. 

Hay un aspecto del documental que me llama mucho la atención y éste es la satisfacción que se aprecia en todos y cada uno de los trabajadores de la biblioteca. Es gente muy profesional que ama su trabajo y, ya sea dialogando ante el público con un escritor consagrado, ya sea organizando debates comunitarios en la sede del Bronx, los empleados saben que están realizando una labor fundamental para la sociedad en la que habitan y que se dirigen a todos los sectores de la misma ofreciendo todo el material que atesoran de manera totalmente gratuita. Una idea sorprendente si se piensa bien: las bibliotecas son una de las conquistas más importantes de nuestra civilización. Deben ser siempre alimentadas de nuevo material y mimadas para que sean lugares atractivos en los que cualquiera, sea cual sea su nivel cultural, se sienta a gusto en su seno. Este es el mensaje principal de Ex libris, la necesidad de visibilizar estas instituciones tan maravillosas, cuyo funcionamiento damos por sentado, pero que tanto necesitan de la colaboración de todos para poder desarrollar todas sus posibilidades

miércoles, 3 de marzo de 2021

LLUVIA FINA (2019), DE LUIS LANDERO. SECRETOS DE FAMILIA.

"Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero las familias desgraciadas lo son cada una a su manera". Este es el famoso comienzo de Anna Karenina y podría aplicarse perfectamente a la propuesta que nos trae Luis Landero en Lluvia fina. Porque la novela nos disecciona, tomándose su tiempo, pero de manera implacable, las mezquinas relaciones de un núcleo familiar después de años y años de pequeñas rencillas, agravios sin reparar y conflictos soterrados. De cara a la galería se trata de una familia unida pero, como vamos descubriendo en las conversaciones de cada uno de sus miembros con Aurora, la mujer de uno de los hermanos y paciente confesora de todos ellos, la realidad es siempre mucho más rica y compleja de lo que aparenta a simple vista.

Los problemas de esta familia se desencadenan con la muerte del padre, que al parecer era un hombre afable y cariñoso con sus hijos. La madre, que recoge su autoridad, dejará claro a sus vástagos cual va a ser su destino a partir de ese momento: una existencia de trabajo y sacrificios en pos de la supervivencia de un hogar con una economía muy comprometida. A partir de ese instante la idea de placer y alegría queda borrada de la vida de esta familia, que solo ha de pensar en el ahorro y en la austeridad. La madre es uno de esos seres que contemplan la realidad cotidiana como un entorno hostil en el que la desgracia siempre está a la vuelta de la esquina, una idea muy simple que trata de grabar a fuego en la mentalidad de sus tres hijos. La apertura de una mercería va a significar nuevas responsabilidades y servidumbres, pero la obsesión de la madre por el bienestar familiar llega al punto de casar - en una especie de matrimonio concertado a la antigua - a su hija adolescente con un treintañero propietario de una tienda de juguetes y un piso enorme en el centro. 

Horacio, el juguetero, va a ser descrito como un ser peculiar, una especie de hombre-niño pervertido y degenerado que violará repetidamente a su joven esposa. Claro que esta es solo una versión de la historia. A los oídos de la pobre Aurora tendrán que llegar nuevas variantes de las mismas narraciones con puntos de vista divergentes, discursos tan elocuentes y apasionados como repletos de encono por hechos del pasado. Porque esta es una de las características de la novela de Landero: el lector nunca va a poder estar seguro de si lo que lee es la realidad (la realidad dentro de la lógica del relato, se entiende) o una versión distorsionada de la misma, ya sea por pura mentira del familiar que narra en ese momento, ya sea por lo falibles que son los recuerdos. De lo que si estamos seguros es de que en todas las familias habitan este tipo de fantasmas, aunque esperando que en pocas se alcance el nivel de envenenamiento presente en las relaciones de los personajes de Lluvia fina. 

lunes, 1 de marzo de 2021

CONVERSACIONES CON BILLY WILDER (1999), DE CAMERON CROWE. EL CREPÚSCULO DEL GENIO.

Ayer volví a ver Perdición. Es una de esas películas de Billy Wilder a los que uno regresa con frecuencia, porque sabe que es una de esas obras maestras que, aunque te la sepas de memoria, siempre te va a proporcionar nuevas emociones. Y la extraordinaria producción de Wilder cuenta con otras muchas películas con esas características: El apartamento, El crepúsculo de los dioses, Días sin huella... Cameron Crowe, el director de Jerry Maguire tuvo la oportunidad, después de algunas reticencias del veterano director, de poder conversar con él durante muchas horas. El resultado es un libro maravilloso, todo un compendio de sabiduría cinematográfica en el que podemos leer una serie de diálogos no planificados, en los que se salta de un tema a otro de manera natural y en los que Wilder no tiene reticencia a explayarse en sus respuestas, dando lugar a una lectura tan interesante como adictiva.

Además, las conversaciones no se limitan a repasar las películas realizadas por él, sino que se comenta la obra de otros directores y proyectos frustrados del propio Wilder, algunos tan sorprendentes como una película de los hermanos Marx ambientada en la Asamblea General de la ONU - ojalá se hubiera filmado esa maravilla - o La lista de Schindler, cuyos derechos disputó con Spielberg, quedándoselos este último. Hay que decir que Wilder se comportó con suma elegancia cuando pudo ver el film de Spielberg: le pareció una auténtica obra maestra, aunque también declaró que él lo hubiera realizado de otra manera. Hubiera sido sumamente interesante poder comparar ambas visiones de la misma historia. Quizá en un universo paralelo existan ambas películas.

Leyendo Conversaciones con Billy Wilder, uno se da cuenta, entre otras muchas cosas, de una humildad no impostada que está siempre presente en las palabras del director. Sabe que a muchos le fascinan sus filmes, la gente le para por la calle, su teléfono no para de sonar, pero todo esto jamás le ha hecho bajarse del carro de la modestia y no le impide ser el mayor crítico de sí mismo. Wilder es uno de los máximos estandartes de una época irrepetible en Hollywood, pero él parece restarle importancia a este hecho, solo se describe como un hombre que tuvo la suerte de poder dirigir una serie de películas realizando su trabajo lo mejor posible, aunque los resultados no fueran siempre lo que él pretendía (y ahí están las desgraciadas circunstancias del montaje de La vida privada de Sherlock Holmes). En resumen, solo fue un trabajador incansable cuyo nombre aparecía en los títulos de crédito de sus trabajos, pero que supo rodearse de un equipo de gente valiosa para que el resultado final valiera la pena:

"Yo me limito a hacer una película y espero que sea buena, que entretenga a la gente y que les muestre algo que todavía no han visto. Pero pensar que "va a ser el mejor film negro" o "la mejor comedia o "en la perspectiva mundial", ¿qué importancia tiene?... Está bien, es agradable que alguien diga esas cosas de nosotros, los viejos directores... los directores resignados, los que ya no vamos a decir "¡Acción!" nunca más. Pero sólo es posible juzgar una cosa cuando ya está hecha. Y un director no puede vivir a base de nobles conceptos; tiene que filmar ideas concretas y mostrarlas con sutileza."