sábado, 23 de enero de 2021

TODO FLUYE (1970), DE VASILI GROSSMAN. EXAMEN DE CONCIENCIA.

En un tren que recorre la Unión Soviética en la que acaba de fallecer Stalin viajan varios pasajeros. Juegan a las cartas, conversan entre ellos e intentan disfrutar de la tregua que ofrece el viaje a sus penosas responsabilidades administrativas. Como compañero de vagón encontramos a un viejecito discreto, que apenas habla y parece ensimismado en sus pensamientos. En realidad Iván Grigórievich es el que más tendría que contar a sus compañeros de viaje. Después de pasar una vida en el Gulag, vuelve a su antigua existencia sabiendo que todo lo que conoció en su juventud ha sido destruido o transformado, incluido el amor que dejó atrás. La muerte del tirano ha interrumpido "el gigantesco sistema de entusiasmo mecanizado, de ira y de amor popular decretado por orden de los Comités regionales del Partido", haciendo que la mayoría de la gente se despierte como de una enorme pesadilla.

La aparición repentina de Iván es como la aparición de un fantasma para quienes le conocieron, para los que intentaron adaptarse a las durísimas condiciones del régimen de Stalin mirando hacia otro lado cuando éste emprendía sus arbitrarias detenciones de presuntos disidentes. Se trata de un fantasma incómodo, que les recuerda que no han vivido una vida pura, que tienen mucho que reprocharse, que no han sido capaces de expresar las propias ideas con la valentía y llaneza con las que las expresó Iván en los días de su juventud, un amante de la libertad que está dispuesto a perder la suya durante prácticamente toda su existencia con tal de no traicionarse a sí mismo:

"Por enormes que sean los rascacielos y potentes los cañones, por ilimitado que sea el poder del Estado e imponentes los imperios, todo eso no es más que humo y niebla que desaparecerá. Lo que permanece, se desarrolla y vive es sólo una verdadera fuerza, que consiste en una sola cosa: la libertad. Vivir significa ser un hombre libre. No todo lo real es racional. Todo lo que es inhumano es absurdo e inútil.

A Iván Grigórievich no le sorprendía que la palabra «libertad» estuviese en sus labios cuando, de estudiante, fue a parar a Siberia, que la palabra viviese en él y que ahora tampoco hubiese desaparecido de su cabeza."

Lo cierto es que el anciano Iván Grigórievich llega a la conclusión de que necesita pasar sus últimos años en paz y tranquilidad, por lo que termina alejándose de los escenarios de su juventud cuando advierte que ni siquiera puede reprocharle nada al hombre que le delató, al que llega a encontrarse casualmente. Lo único que le quedan son sus experiencias y a esto se dedica la última parte de Todo fluye. De novela, se transforma en una especie de ensayo, pero este cambio no molesta en absoluto al lector, porque Grossman le otorga un sentido explicativo, una especie de resumen del horroroso sistema de delación y culpa que dominó durante décadas la vida de los rusos, muchas de las cuales fueron a caer en el pozo de los campos de concentración de los que numerosas almas jamás volvían. La culpabilidad y la inocencia eran conceptos relativos. Casi mejor era ser culpable de algo, puesto que muchos inocentes se hundían cuando comprendían que las esperanzas de que algún tribunal revisara su caso eran completamente vanas. Todo fluye carece de la ambición y grandeza de Vida y destino, pero es también una obra maestra, en cuanto que nos hace comprender a la perfección los sentimientos más íntimos de un hombre que fluyen de la inmensa tragedia desencadenada por unos de los regímenes más nocivos que ha conocido la humanidad. 

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