sábado, 12 de septiembre de 2020

HISTORIA DE LA BRUJERÍA EN ESPAÑA (2010), DE JOSEPH PÉREZ. LAS SUPERSTICIONES Y SU MUNDO.

Durante muchos siglos de nuestra historia la brujería no fue un asunto del ámbito de las ficciones, sino que se consideraba un problema muy real que debía ser erradicado por las autoridades. Se trata de un fenómeno que se daba sobre todo en las zonas rurales, las más abandonadas y retrasadas en la España de la Edad Moderna. Las llamadas brujas formaban parte de los estratos más humildes de la sociedad, mujeres (también hombres, pero en menor cantidad) a los que la gente le atribuía un determinado poder mágico y en la que muchos confiaban para la resolución de sus problemas, ya fueran estos de índole amorosa, de salud o de dinero. Muchas no eran más que curanderas con conocimiento de ciertos remedios tradicionales a los que la imaginación del pueblo atribuía poderes sobrenaturales. El ambiente en esta sociedad empobrecida y supersticiosa era proclive a que un miedo irracional gobernara la existencia de mucha gente:

"Una palabra lo resume todo: miedo. El miedo ante una serie de desastres que no tienen explicación razonable; solo el demonio parece ser responsable de tantas desdichas acumuladas. En estas condiciones se comprende el estado de ánimo de unos hombres a la vez familiarizados con la muerte y obsesionados con ella."

En cualquier caso, parece ser que la represión de la brujería en nuestro país fue mucho más benigna que en los territorios del norte de Europa. Era usual que para los inquisidores (gente bastante cultivada respecto al pueblo llano), las acusaciones de brujería tuvieran más que ver con la ignorancia y la superstición que con una supuesta intervención del diablo. La imaginación popular retrataba esos aquelarres a los que asistían las brujas, presididas por un macho cabrío a los que los participantes besaban el trasero como una representación de los miedos colectivos de la época. Los inquisidores en general trataban de ser realistas: se trataba de delitos cometidos por gente vulgar perteneciente a la plebe ignorante y por lo tanto carecían de interés. Las penas solían ser leves para la época (destierros, azotes, penitencias...), a pesar de que se cometieron excesos, como el famoso auto de fe de Logroño de 1610. Los inquisidores tenían mucho más interés en perseguir las desviaciones de la doctrina católica, sobre todo si éstas provenían de teólogos de prestigio. En el norte de Europa la persecución a las supuestas brujas fue mucho más implacable y hubo muchísimas más quemadas en la hoguera.

En definitiva, este ensayo divulgativo del gran hispanista Joseph Pérez pretende ser realista y desmitificador, poniendo a la Inquisición española en su auténtico lugar: no como una una institución racionalista e indulgente que fuera comprensiva con la ignorancia del vulgo, sino como una organización muy centralizada y poderosa cuyo principal objetivo era un reino libre de herejía, teniendo la lucha contra la superstición como algo accesorio o secundario. 

martes, 8 de septiembre de 2020

LA MENTE DE LOS JUSTOS (2012), DE JONATHAN HAIDT. POR QUÉ LA POLÍTICA Y LA RELIGIÓN DIVIDEN A LA GENTE SENSATA.

 

Por encima de la cocina, la maternidad, la guerra o el cultivo de alimentos, la moralidad, según Jonathan Haidt, es el concepto que ha hecho posible la civilización humana. Esta idea hay que tenerla muy presente como base de la lectura de este estimulante ensayo que se dedica a remover nociones muy arraigadas acerca de nuestra naturaleza. Creemos que la mayoría de nuestras acciones están inspiradas por nuestra mente racional, pero en realidad casi todas se basan en nuestra intuición y el razonamiento estratégico tiene la oportunidad de pulirlas a continuación, es decir, casi siempre la razón sirve para justificar nuestro impulso, pero suele ir a la zaga de lo intituitivo. Es la metáfora del elefante (el 99% de nuestro pensamiento, que sucede fuera de lo consciente) y el jinete, que sirve al elefante e intenta guiar sus acciones por la senda más razonable o autojustificativa. Una mente guiada solo por la razón sin sentimientos, no sería humana y ni siquiera tomaría las mejores decisiones. En cualquier caso, vivir en sociedad significa confrontar nuestras ideas y nuestras acciones con las de otros: somos muy ineficaces a la hora de descalificar nuestros actos, necesitamos que otras personas argumenten en nuestra contra para tener la posibilidad de darnos cuenta de que andábamos equivocados en un determinado asunto.

Si nuestra mente está diseñada para autojustificarnos, más que para buscar la verdad, es porque la reputación social lo es todo para nosotros. Es mucho más importante dar una buena imagen ante los demás que ser verdaderamente virtuoso, sobre todo si dicha virtud no es apreciada por nuestros semejantes. Nos esforzamos más en aparentar que nuestra posición es la correcta en un determinado asunto que en indagar en la solidez de dicha posición, como si nuestras ideas fueran algo tan valioso que hay que protegerlas sin excusas frente a cualquier cuestionamiento. Quizá la visión de la mente humana de David Hume fue la más acertada, ya que intuyó que nuestros cerebros funcionan a base de procesos emocionales e intuitivos y luego utilizamos el razonamiento para defenderlos contra viento y marea. Eso nos hace inmensamente partidistas y difíciles de convencer frente a otros que están igualmente seguros de que su posición es la correcta: la razón raramente puede con la intuición.

El neurocientífico Gary Marcus explica muy bien cómo se conforman desde temprana edad estas ideas en nuestras mentes que luego son tan difíciles de erradicar, nuestros cerebros vienen ya preconfigurados, lo cual no quiere decir que nuestras vivencias no puedan cambiarlos:

"La naturaleza proporciona un primer borrador, que luego la experiencia revisa (...). Que algo esté "incorporado" no significa que no sea maleable; significa "organizado antes de la experiencia"."

Al final este egoísmo que nos define tiene que adaptarse a la cooperación con otras personas en competencia con otros grupos, ya que aquellos que mejor sepan trabajar juntos y dividir las tareas serán los que prosperen. El atruismo se basa en gran parte en la necesidad de reconocimiento frente al grupo. Y esta necesidad de socializar para conseguir metas cada vez más altas tiene que ver con el nacimiento de la religión, puesto lo Sagrado, aunque se base en creencias irracionales, consigue dotar de una extraordinaria cohesión a las sociedades humanas, sobre todo cuando no existe parentesco entre todos sus miembros: la moralidad puede unir a la vez que ciega. 

Saber que no existe una única moralidad universal ayuda extraordinariamente a comprender el pensamiento de los otros, ya que las necesidades y las circunstancias a lo largo del tiempo y en diferentes lugares son muy distintas: aunque yo no persiga unos determinados valores, tengo que ser capaz de entender las motivaciones de quien sí lo hace. Si en política unos gravitan hacia la izquierda y otros hacia la derecha, esto no suele tener que ver con los conceptos del bien y del mal, sino con aspectos muy arraigados en la mente humana y que se han ido desarrollando en un sentido u otro a través los años. Comprender moralidades diferentes - incluso las más difíciles, aquellas que chocan con nuestro concepto de derechos humanos - es la herramienta imprescindible para una convivencia pacífica. Una conversación profunda y sin prejuicios con quien piensa diferente en muchos temas fundamentales puede deparar numerosas sorpresas. Las mejores sociedades no son las que albergan un pensamiento único, sino las que se encuentran permanentemente debatiendo en libertad entre diferentes posturas que nunca deben ser irreconciliables. 

FEMINISMO PASADO Y PRESENTE (2017), DE CAMILLE PAGLIA. MUJERES Y HOMBRES LIBRES.

 

Camille Paglia es conocida en España, por desgracia, porque la política caída en desgracia Cayetana Álvarez de Toledo la ha nombrado en varias ocasiones como una de sus referentes como alternativa al feminismo preponderante. En este volumen, en el que se recogen varias de sus confencias e intervenciones en actos públicos, Paglia expresa una especie de nostalgia por los años sesenta, década en la que, según ella, se alcanzaron cotas de libertad hoy impensables. El auge de lo políticamente correcto ha conseguido que hoy día - teniendo en cuenta también el poder de las redes sociales para destruir a personas - la gente se autocensure más que nunca y que ciertas formas de pensar no sean aceptadas cuando se desvían de las ideas comúnmente aceptadas, aunque se esté usando el sentido común. Por ejemplo, uno de los grandes errores de la lucha contra la violencia de género seguramente sea incluir todos los asesinatos y agresiones en el mismo saco: en el del machismo y el patriarcado, impidiendo así advertir que los delitos, aunque produzcan el mismo resultado, pueden tener bases y motivaciones muy diferentes. No es exactamente lo mismo el asesinato cometido por un drogadicto con el síndrome de abstinencia, que el que realiza un enfermo mental, que el producido por un delincuente habitual o el que realiza una persona hasta el momento intachable, que jamás había cometido un acto violento. Los conceptos machismo o patriarcado son tan generalistas que impiden una visión detallada y estrictamente jurídica de una violencia que persiste año tras año a pesar de los ingentes recursos destinados a prevenirla y erradicarla, quizá porque estas acciones no van a dejar de producirse por mucho que nos empeñemos: vivimos en un mundo peligroso en el que debemos usar nuestras libertades con suma prudencia si no queremos caer en manos de gente indeseable: libertad también significa responsabilidad, no la exigencia permanente de una protección especial, dice Camille Paglia. 

En cualquier caso, la autora de Sexual Personae, está segura de que no existe un solo feminismo y de que toda mujer tiene derecho a vivir su vida de la manera que mejor considere, aunque no cumpla con todos los postulados del discurso preponderante:

"Pero ¿qué es exactamente el feminismo? ¿Es una teoría, una ideología o una praxis, es decir, un método práctico? ¿Y acaso es el feminismo tan occidental en sus premisas como para no poder exportarse a otras culturas sin distorsionarlas? Cuando hallamos ideas feministas en autores medievales o renacentistas, ¿estamos proyectando ideas del presente sobre el pasado? ¿Quién es o no es feminista y quién lo define? ¿Quién le confiere legitimidad o autenticidad al feminismo? ¿Una feminista debe formar parte de un grupo o debe asimilar la ideología abanderada por alguno de sus subgrupos? ¿Quién decide, y con qué autoridad, lo que está o no está permitido pensar o decir sobre políticas de género? Y, por último, ¿el feminismo es un movimiento intrínsecamente de izquierdas o puede haber un feminismo basado en principios conservadores o religiosos?"

Quizá sea éste un discurso a tener en cuenta, un llamamiento a la responsabilidad individual frente a discursos - los más radicales - que criminalizan a enteros grupos sociales. Es una lástima que ciertas voces sean etiquetadas como de derechas o de izquierdas y que por eso sean automáticamente despreciadas como fascistas o como comunistas. Hubo un tiempo en el que las ideologías no se encontraban tan polarizadas y el debate en libertad era posible sin que se llegara de inmediato a las descalificaciones más gruesas. Sin decantarme personalmente por uno u otro lado (yo solo tomo lo que me parece más razonable de cada parte, teniendo siempre presente que puedo estar equivocado), creo que deberíamos volver a valorar esa auténtica libertad que consiste en decir claramente lo que se piensa (sin insultar a nadie) no temiendo ofender profundamente a quienes opinan diferente.