sábado, 27 de junio de 2020

MOMENTOS ESTELARES DE LA HUMANIDAD (1927), DE STEFAN ZWEIG. CATORCE MINIATURAS HISTÓRICAS.

La historia es aquello que transcurre mientras la gente común intenta sacar adelante sus vidas de la mejor manera posible. La mayoría de los días son monótonos, rutinarios, pero de vez en cuando se producen acontecimientos, más o menos esperados, que producen cambios importantes. A veces dichos acontecimientos derivan en auténticos cataclismos históricos que hacen que todo cambie, que países y sociedades se tornen irreconocibles. Zweig, fascinado por esos momentos decisivos, recoge en este famoso libro, ayudado por una escritura vigorosa y muy literaria, algunos de estos episodios:

"Lo que por lo general transcurre apaciblemente de modo sucesivo o sincrónico, se comprime en ese único instante que todo lo determina y todo lo decide. Un único «sí», un único «no», un «demasiado pronto» o un «demasiado tarde» hacen que ese momento sea irrevocable para cientos de generaciones, determinando la vida de un solo individuo, la de un pueblo entero e incluso el destino de toda la humanidad.

Tales momentos dramáticamente concentrados, tales momentos preñados de fatalidad, en los que una decisión destinada a persistir a lo largo de los tiempos se comprime en una única fecha, en una única hora y a menudo en un solo minuto, son raros tanto en la vida del individuo como en el curso de la Historia. Aquí he tratado de evocar, a partir de las más variadas épocas y regiones, algunos de esos momentos estelares."

Así, asistimos a los últimos días de Cicerón, un político y pensador que se enfrentó a circunstancias extraordinarias después del asesinato de Julio César e intentó mantener su decencia ética en un escenario muy peligroso. Leemos una descripción muy emocionante de la caída de Bizancio en 1453, el último vestigio del Imperio Romano, que intentó resistir inútilmente a un ejército muy superior comandado por el decidido sultán otomano Mehmed II, que no dudó en prometer a sus hombres el libre saqueo de bienes y personas de la ciudad conquistada, para motivar su vigor combativo. Al final, como sucede en tantas ocasiones, fue la mera casualidad provocada por un error fatal y absurdo la que decantó el resultado final en favor de los otomanos. 

También se ocupa Zweig de la vida de exploradores que consiguieron hazañas imposibles, como la de Núñez de Balboa llegando al Océano Pacífico junto a un puñado de hombres exhaustos, o el inglés Scott llegando al Polo Sur en segundo lugar, para sucumbir en el regreso, un relato en el que el fracaso se transforma en algo glorioso, en un ejemplo formidable de lo mejor del espíritu humano. Además, desfilan por sus páginas genios como Dostoievski, en una evocación poética del famoso episodio de la simulación de su fusilamiento o la muerte real del otro gran escritor ruso, Tolstói, y su extraña decisión de huir de su hogar en sus últimas horas de existencia. En Momentos estelares de la humanidad, también hay espacio para batallas como la de Waterloo, cuya balanza de la victoria se decidió por unos acontecimientos nimios o el improbable viaje en tren de Lenin a través de Alemania, en plena Primera Guerra Mundial, que le llevaría a su liderazgo decisivo de la Revolución Rusa. A destacar el capítulo dedicado a La Marsellesa. Cómo una canción compuesta en una sola noche, que estaba destinada al olvido, se convirtió en un fenómeno viral y ayudó a establecer una moral ganadora en los ejércitos de la Revolución en Francia. 

martes, 16 de junio de 2020

EL CISNE NEGRO (2007), DE NASSIM NICHOLAS TALEB. EL IMPACTO DE LO ALTAMENTE IMPROBABLE.

Vivimos en el caos. A veces creemos tener todo bajo control, pero los pequeños eventos inesperados que perturban nuestra existencia (también los hay positivos) hacen que la mejor de las planificaciones se haga añicos a través de eventos que jamás hubiéramos imaginado. Estamos instalados en un pequeño y confortable paraíso y de pronto un despido, una ruptura o una enfermedad nos ponen entre la espada y la pared, mientras nos preguntamos dónde fue nuestra felicidad. No estamos preparados para eso, porque un optimismo mal entendido nos lleva a confundir los términos inesperado e imposible. Muchos dicen que la llegada del coronavirus es un cisne negro, pero para la teoría de Taleb no lo es, porque lo que está sucediendo ante nuestros incrédulos ojos, acostumbrados a un orden de las cosas que creíamos eternamente sólido, es un evento relativamente esperable, aunque todo el mundo creyera que iba a suceder dentro de mucho tiempo. El hombre siempre ha convivido con pandemias y para nosotros no tenía por qué ser distinto. Bastante suerte hemos tenido con el hecho que durante un siglo Europa se ha librado de las mismas, al menos en sus formas más graves.

Taleb es un hombre acostumbrado a lidiar con lo inesperado. De joven asistió como, de la noche a la mañana, un país próspero y occidentalizado como Beirut se sumía en una terrible guerra civil que muchos vivieron en principio como un malentendido que se acabaría en pocos meses. Después profundizó en sus teorías estudiando los mercados financieros, expuestos siempre a las crisis más inesperadas y a las recuperaciones más insólitas. También se ha acercado a los estudios históricos, solo para concluir que "el análisis aplicado y minucioso del pasado no nos dice gran cosa sobre el espíritu de la historia; solo nos crea la ilusión de que la comprendemos". Taleb no es alguien que le tenga mucha devoción al método académico ni al platonismo. Prefiere la curiosidad intelectual que otorga la afición a la lectura, muchas de ellas escogidas al azar:

" Permítame el lector que insista en que para mí la erudición es muy importante. Es signo de una genuina curiosidad intelectual. Es compañera de la actitud abierta y del deseo de valorar las ideas de los demás. Ante todo, el erudito sabe sentirse insatisfecho de sus propios conocimientos, una insatisfacción que a la postre constituye un magnífico escudo contra la platonicidad, las simplificaciones del gestor de cinco minutos, o contra el filisteísmo del estudioso exageradamente especializado. No hay duda de que estudio que no va acompañado de erudición puede llevar al desastre."

Para Taleb, los hombres habitamos un territorio que podría llamarse Extremistán, aunque muchas veces queramos ignorar este hecho. Pocos están preparados para afrontar esos sucesos inesperados que a casi todos sorprenden en un rictus de incredulidad. Eso no quiere decir que no debamos correr riesgos, pero es mejor hacerlo de una manera informada, conociendo las auténticas probabilidades de que nuestros planes salgan mal y contando con algún sano plan de contingencia alternativo. A esto se llega estudiando los límites de nuestra racionalidad, que pueden ser bastante más alarmantes de que lo comúnmente se piensa. El asumir riesgos puede llevarnos al éxito, pero también puede acabar con nosotros. La clave está en ir un poco más allá de los esquemas conocidos y no confirmemos nuestras expectativas con demasiada ligereza, aunque en demasiadas ocasiones sea más fácil la teoría que la práctica. Por ejemplo, es complicado recordar, a quien quiere casarse con toda la ilusión del mundo, la tasa de fracasos matrimoniales de la mayoría de países de occidente.

El autor expone que nos fiamos demasiado de los conocimientos acumulados por científicos y sabios a través de la historia, pero tenemos tendencia a olvidar que es mucho más lo que desconocemos que lo que sabemos. Las personas que poseen grandes bibliotecas saben bien que jamás podrán leer todos los libros que atesoran, pero siempre tienen la esperanza de dar con la lectura justa en el momento adecuado, aunque lo más normal sea que el volumen adecuado se nos escape y que solo podamos realizar una lectura retrospectiva del mismo, cuando ya no podemos evitar el mal, pero si aprender a evitar futuras situaciones similares:

"Se trata de la idea de los resultados asimétricos, que es la idea central de este libro: nunca llegaremos a conocer lo desconocido ya que, por definición, es desconocido. Sin embargo, siempre podemos imaginar como podría afectarme, y sobre este hecho debería basar mis decisiones."

domingo, 7 de junio de 2020

DIOS, UNA HISTORIA HUMANA (2017), DE REZA ASLAN. A SU IMAGEN Y SEMEJANZA.

El hombre, como creador de las religiones, es también el creador de los diversos dioses que han jalonado la historia humana, dioses de características y talantes muy diferentes, creados en las más diversas épocas y sociedades:

"De hecho, la historia de la espiritualidad humana en su conjunto puede verse como un esfuerzo constante, interconectado, en permanente evolución y con una notable capacidad cohesionadora para dar sentido a la divinidad otorgándole nuestras emociones y personalidades, atribuyéndole nuestros rasgos y nuestros deseos, proporcionándole nuestras fortalezas y nuestras debilidades, incluso nuestro propio cuerpo; en resumen, haciendo que Dios seamos nosotros. Lo que quiero decir es que muy a menudo, aunque no nos demos cuenta, y con independencia de si somos creyentes o no, lo que la gran mayoría imagina cuando piensa en Dios es una versión divina de nosotros mismos: un ser humano con poderes sobrehumanos."

Desde luego ha existido una evolución desde el animismo primitivo, el sistema de creencias que atribuye poderes sobrenaturales a diversos elementos de la naturaleza (un árbol, por ejemplo), hasta las complejas organizaciones religiosas que han sobrevivido muchos siglos, adaptándose para llegar a nuestra época. Quizá el origen de los sentimientos religiosos está en la necesidad humana de dar sentido a la existencia en un mundo hostil, de aferrarse a algunas explicaciones que otorguen luz a lo que se desconoce. Durkheim anotó también que la religión fue un elemento esencial para la cohesión de las primeras sociedades, aunque los antropólogos han acabado descubriendo que el parentesco es un elemento mucho más fuerte en este sentido. Desde el punto de vista competitivo y adaptativo de la teoría de la evolución, la religión tiene tanto ventajas - unir a los hombres bajo unas creencias comunes -, como inconvenientes, ya que los rituales y la organización religiosa conllevan una inversión en recursos que deben ser sustraídos de otras necesidades más perentorias, con el consiguiente desgaste físico y emocional.

La respuesta quizá esté en nuestros impulsos neurológicos. Como los primeros seres humanos solo tenían su propia existencia como referente, es lógico que buscaran explicaciones a todo a su medida: un árbol o un animal con rasgos que se parecían a una cara debían tener algo similar a nosotros mismos, una especie de alma. Es algo parecido a un niño que atribuye vida a sus juguetes favoritos, porque necesita humanizar la experiencia del juego. Si toda la comunidad aceptaba que algún objeto era sagrado (una montaña, un árbol, ciertos animales), el origen de las religiones está servido. A partir de ahí, cuando es posible que la tecnología humana actúe para construir templos en lugares sagrados, surgen estructuras tan complejas como Göbekli Tepe, un santuario al que debían acudir tribus de muchos kilómetros a la redonda.

A pesar del temprano intento de Akenatón, durante siglos y siglos la práctica religiosa implicaba la creencia en muchos dioses. Ganar una batalla importante, por ejemplo, significaba que el dios o dioses propios eran más poderosos que los de los vecinos, aunque si se perdía, siempre podía justificarse con la excusa de que dios estaba enfadado o poniendo a prueba a su pueblo elegido. La revolución cristiana - religión que sufrió muy importantes modificaciones doctrinales mucho después de los tiempos de Cristo - viene sobre todo por el hecho de que no se reconoce otro dios que el propio. Además, su hijo, que es a la vez dios, estuvo con nosotros en la Tierra para salvarnos. En cualquier caso, el politeísmo de griegos y romanos siguió presente en la doctrina de la Trinidad y en la veneración de cientos de santos y mártires que se especializaban en las peticiones de un determinado gremio o un asunto concreto. 

Si bien Dios, una historia humana, no es ensayo original, puesto que lo narra es bien conocido, su lectura concita interés porque Aslan sabe de lo que habla y lo expone muy bien. Además, el autor es un creyente que ha pasado por varias religiones y por eso entiende bien la tendencia del hombre a humanizar lo divino:

"La gente sencillamente no sabe comunicarse con un Dios que no posea características, atributos o necesidades humanas. ¿Cómo puede uno establecer una relación significativa con un Dios semejante? Al fin y al cabo, la evolución nos lleva a conceptualizarlo en términos humanos. Es una función de nuestro cerebro, y por eso quienes han logrado abandonar este impulso humanizador lo han hecho de manera deliberada y con gran esfuerzo."