viernes, 1 de mayo de 2020

TRAFALGAR (1873), DE BENITO PÉREZ GALDÓS. CRÓNICA DE UNA DERROTA ANUNCIADA.

Con el proyecto de los Episodios Nacionales Galdós pretendió establecer una crónica ordenada de los acontecimientos que habían llevado, desde principios del siglo XIX, a nuestro fracaso respecto a la implantación de un verdadero proyecto de país moderno. Y el escritor canario lo concibió como mejor sabía, novelando los episodios históricos para hacerlos más atractivos para el lector, pero siempre respetando el rigor de los hechos. Para elaborar cada episodio realizaba previamente una extensa investigación mediante lecturas, visitas a archivos, a los lugares de los hechos y entrevistas personales con algunos protagonistas. Respecto a Trafalgar, contó con la ayuda inestimable de la casualidad, o quizá del destino, puesto que en una de sus estancias en Santander le fue presentado el último superviviente de la batalla. Lo cuenta Francisco Cánovas en Benito Pérez Galdós, vida, obra y compromiso:

"Uno de aquellos días se encontró con Amós de Escalante, poeta, periodista y escritor de libros de viajes, al que había conocido en el Ateneo madrileño. Paseando por Santander, Galdós le comentó que estaba pensando escribir una novela sobre la batalla de Trafalgar, prosiguiendo la línea narrativa de La Fontana de Oro. «Pero ¿usted no sabe —afirmó Amós— que aquí tenemos el último superviviente del combate de Trafalgar?». Sorprendido por la noticia, Galdós le dijo que estaba interesado en conocerlo. Amós, complacido, le organizó una entrevista unos días después, quedando constancia de ella en las Memorias: «un viejecito muy simpático, de corta estatura, con levita y chistera anticuadas, se apellidaba Galán y había sido grumete en el gigantesco navío Santísima Trinidad»."

Trafalgar comienza casi como una novela picaresca. La Andalucía en la que nace Gabriel, el protagonista y narrador, es una región atrasada, en la que la mayoría de la población sufre una pobreza endémica y además sufre de epidemias como esa fiebre amarilla de la que el protagonista enfermará de niño. La única educación posible para alguien como él estará en la calle, en las pillerías por las calles de Cádiz o en la Caleta. La infancia de Gabriel no es más que un juego de supervivencia cotidiana para huir del hambre día a día. Huyendo de una de las frecuentes levas que se daban en la época, pasará a servir en la familia de Alonso Gutiérrez, un capitán de navío retirado cuya vida existencia se basa sobre todo en evocar viejos episodios gloriosos de su vida marinera. Así, cuando hay rumores de que la marina española (tutelada por la francesa) se va a enfrentar a los ingleses en la Bahía de Cádiz, don Alonso no se lo piensa y, junto a su amigo Marcial y el protagonista, se escapan para embarcarse en la flota, a pesar de la firme oposición al proyecto de su mujer, la terrible doña Francisca.

Los marinos españoles como Churruca, no eran partidarios de salir a buscar a los ingleses. Preferían, ya que admitían la superioridad de aquellos, una defensa ordenada de la bahía de Cádiz sin aventurarse rumbo a Gibraltar. Galdós describe como la oficialidad española sobrevivía como podía al maltrato administrativo al que estaban sometidos. Se debían numerosas pagas y algunos oficiales debían buscarse ocupaciones alternativas para sobrevivir. La mayoría de los marineros eran reclutados en las levas, por lo que, aunque su furor combativo podía motivarse, la experiencia y el conocimiento necesario para entrar con garantías en un combate de estas características no eran los más idóneos. Además, tampoco se trataba bien a los numerosos inválidos de por vida que dejaban las batallas: muchos de ellos eran abandonados por el Estado o recompensados con magras pagas y debían mendigar para sobrevivir.

Los franceses, que eran quienes realmente tutelaban nuestra flota, bajo la sombra amenazante de Napoleón, prefirieron arriesgar y su vicealmirante Villeneuve ordenó la salida sin un plan claro de ataque. La torpe reacción cuando se avistó la flota británica propició una ventaja decisiva de éstos desde el primer instante, pues Nelson pudo dividir a la flota enemiga, realizar una especie de movimiento envolvente, e ir atacando a cada uno de los barcos con neta superioridad en cada uno de los enfrentamientos. Gabriel, cronista privilegiado de los acontecimientos, realiza su narración desde la cubierta del Santa María, el buque insignia de la marina española, el Santísima Trinidad, un coloso de cuatro cubiertas y ciento cuarenta cañones, que presentó una resistencia heroica ante la superioridad enemiga, pero que terminó rindiéndose y finalmente hundido. 

La descripción de la batalla y posterior naufragio por parte de Galdós es magistral, alcanzando en ocasiones un tono propio de la novela de aventuras que posteriormente se vería en Verne o en Stevenson. Para Gabriel, que se había embarcado con sueños de gloria y patriotismo, verá su ingenuo idealismo destrozado en las pocas horas que tarda en hundirse el Santa María y, con él, buena parte de la flota hispano-francesa. También es cierto que don Alonso, que lleva toda la vida sufriendo los rigores de la vida marinera, todavía creía en la victoria, simplemente por la natural superioridad española. Para él la derrota va ser especialmente dolorosa, porque a su edad ya la toma por definitiva. El protagonista sí que parece aprender la lección que será la tónica de nuestro país durante todo lo que resta de siglo: el pueblo español jamás podrá prosperar en manos de estos dirigentes y tal será la conclusión a la que llegue finalmente:

"Un hombre tonto no es capaz de hacer en ningún momento de su vida los disparates que hacen a veces las naciones, dirigidas por centenares de hombres de talento."

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