miércoles, 8 de abril de 2020

EL DIABLO COJUELO (1641), DE LUIS VÉLEZ DE GUEVARA. NOVELA DE LA OTRA VIDA.

Cuando uno lee literatura del Siglo de Oro español resulta asombrosa, además de la calidad y riqueza del lenguaje que se utiliza, nunca igualadas, la libertad de la que goza el escritor para realizar la más profunda crítica social. Bien es cierto que que los límites estaban en la Monarquía y en la Iglesia, aunque, si lo pensamos bien, la responsabilidad última de las miserias de España estaba en estas dos instituciones, que ejercían un dominio social férreo. La pobreza y la picaresca surgían de la necesidad de medrar por parte de unas clases sociales que no habían podido aprovecharse de las inmensas riquezas que llegaron a la Península durante todo el siglo XVI y que ahora, en época de decadencia y quiebra del Estado, ni siquiera podían apelar a veces a la limosna de los más acomodados. Toda esta literatura constituye una válvula de escape en la que se toma el pulso a la realidad desolada de un país cuyos habitantes deben hacer lo que sea necesario para sobrevivir en el día a día.

El diablo cojuelo comienza con el encuentro entre los dos protagonistas, un diablo del infierno, que dice ser de la mayor categoría, "el más celebrado en entrambos mundos" y un estudiante, don Cleofás, que escapa de la justicia después de protagonizar un encuentro amoroso prohibido. Como don Cleofás ha liberado de forma fortuito al diablo de su encierro, éste, agradecido, decide acompañarle a dar un paseo aéreo por los tejados de Madrid. Así, los va levantando y ambos pueden contemplar cómodamente las miserias cotidianas que viven sus habitantes: así, entre otras cosas, don Cleofás descubre que su dama no es tan virtuosa como pretendía. La vida oculta se muestra transparente y el disimulo de las apariencias sociales da paso a la triste realidad de la existencia poco virtuosa de los madrileños. Pero los prodigios no han hecho más que empezar y el diablo transporta a su nuevo amigo por el aire, nada menos que rumbo al Sur, a una Andalucía bullente de vida. En un determinado momento, el protagonista enseña a don Cleofás una panorámica de la región y describe de manera magistral las zonas por las que yo mismo suelo moverme y uno se siente abrumado por tanta historia como atesoran estos parajes:

"Ésta es Écija, la más fértil población de Andalucía —dijo el Diablillo—, que tiene aquel sol por armas a la entrada de esa hermosa puente, cuyos ojos rasgados lloran a Genil, caudaloso río que tiene su solar en Sierra Nevada, y después, haciendo con el Darro maridaje de cristal, viene a calzar de plata estos hermosos edificios y tanto pueblo de abril y mayo. De aquí fué Garci Sánchez de Badajoz, aquel insigne poeta castellano; y en esta ciudad solamente se coge el algodón, semilla que en toda España no nace, además de otros veinte y cuatro frutos, sin sembrallos, de que se vale para vender la gente necesitada; su comarca también es fertilísima. Montilla cae aquí a mano izquierda, habitación de los heroicos marqueses de Priego, Córdovas y Aguilares, de cuya gran casa salió, para honra de España, el que mereció llamarse Gran Capitán por antonomasia, y hoy a su Marqués ilustrísimo se le ha acrecentado la casa de Feria, por morir sin hijos aquel gran portento de Italia, que malogró la Fortuna, de envidia; cuyo gran sucesor, siendo mudo, ocupa a grandezas en silencio elocuente las lenguas de la Fama. Más abajo está Lucena, del Alcaide de los Donceles, Duque de Cardona, en cuyo océano de blasones se anegó la gran casa de Lerma. Luego, Cabra, celebrada por su sima, tan profunda como la antigüedad de sus dueños, pregona con las lenguas de sus almenas, que es del ínclito Duque de Sesa y Soma, y que la vive hoy su entendido y bizarro heredero. Luego Osuna se ofrece a la demarcación destos ilustres edificios, blasonando con tantos maestres Girones la altivez de sus duques; y veinte y dos leguas de aquí cae la hermosísima Granada, paraíso de Mahoma, que no en vano la defendieron tanto sus valientes africanos españoles, de cuya Alhambra y Alcazaba es alcaide el nobilísimo Marqués de Mondéjar, padre del generoso conde de Tendilla, Mendozas del Ave María y credo de los caballeros. No nos olvidemos, de camino, de Guadix, ciudad antigua y celebrada por sus melones, y mucho más por el divino ingenio del doctor Mira de Mescua, hijo suyo y arcediano."

Una Andalucía pobre de solemnidad, llena de pícaros y bribones, pero también con una gran cantidad de condes, duques y marqueses, parásitos de la Corte que se dedican a explotar ociosos enormes extensiones de tierra. Desde el punto de vista del Diablo Cojuelo, todo es diversión porque todo es confusión. El orden social no existe y solo pueden medrar los que han nacido de alta cuna o los que son capaces de ejercitar de manera más magistral el arte del engaño. No falta en la novela una visita a una especie de Corte de los Milagros de la picaresca sevillana, uno de los muchos lances quevedescos y cervantinos que están presentes en la obra. El Diablo Cojuelo, que no se divide en capítulos, sino en trancos, es una narración plenamente moderna, experimental y magistral en su conjunción de lo mágico, lo esperpéntico y el más detallado realismo. 

1 comentario:

  1. En su momento me reí leyendo esta novelasobebia

    Un abrazo y gracias por compartir tu reseña, acertada.

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