lunes, 31 de diciembre de 2018

EL ELOGIO DE LA SOMBRA (1933), DE JUNICHIRO TANIZAKI. LO BELLO Y LO SUBLIME.

Aunque en las últimas décadas las conexiones entre oriente y occidente se han multiplicado, es cierto que Japón sigue siendo en cierta medida un mundo aparte, dotado de muchos matices de difícil comprensión para la mentalidad europea. Después de la Segunda Guerra Mundial, el excelente libro El crisantemo y la espada, ayudó a aclarar muchos malentendidos, pero solo los que han vivido en aquel país el suficiente tiempo, pueden decir que se han aproximado a comprender a los habitantes de aquel lejano país.

El libro clásico de Tanizaki no es más que una apreciación muy personal de algunos matices que diferencian al japonés del occidental, sobre todo desde el punto de vista arquitectónico: el gusto por lo sombrío, por la belleza sobría y la observación del más pequeño detalle de la vida cotidiana, que para el autor puede suponer la diferencia entre el placer que aporta la serenidad y lo meramente intolerable. Si nosotros apreciamos sobre todo lo luminoso, ellos aman el contraste entre luz y sombras:

"(...) creo que lo bello no es una sustancia en sí sino tan sólo un dibujo de sombras, un juego de claroscuros producido por la yuxtaposición de diferentes sustancias. Así como una piedra fosforescente, colocada en la oscuridad, emite una irradiación y expuesta a plena luz pierde toda su fascinación de joya preciosa, de igual manera la belleza pierde su existencia si se le suprimen los efectos de la sombra."

Libro para leer en estado de reposo y absoluta serenidad, Elogio de la sombra es uno de esos manifiestos que nos hacen meditar acerca de cómo una civilización tan refinada pudo desencadenar, en los mismos años en los que está escrito el ensayo, un conflicto tan cruento. Algo tiene que ver en esto la contraposición entre luz y sombra...

lunes, 24 de diciembre de 2018

21 LECCIONES PARA EL SIGLO XXI (2018), DE YUVAL NOAH HARARI. EL FUTURO DEL PRESENTE.

Estamos a punto de entrar en 2019, el año en el que transcurre la película Blade Runner. Por mucho que en las fechas del estreno al público le pareciera una mirada fascinante acerca de un futuro todavía remoto, lo cierto es que el 2019 que llega dentro de una semana poco se va a parecer al que imaginó Ridley Scott. Y es que hacer previsiones de futuro, como nos recuerda Harari, es uno de los ejercicios más difíciles a los que puede prestarse la mente humana, puesto que son tantas las variables que lo condicionan que el resultado jamás tiene que ver con lo que imaginamos. 2019 no será un año de vehículos voladores (si excluimos los drones), sino del desarrollo de una tecnología que hubiera sido impensable hace treinta años.

En cualquier caso, observando la tremenda evolución de la inteligencia artificial sí que podemos intuir por donde van a ir los tiros, sobre todo porque yan son posibles hazañas como la del programa AlphaZero, que aprendió a jugar ajedrez mucho mejor que cualquier maestro humano en solo cuatro horas. En realidad, 21 lecciones para el siglo XXI no quiere ocuparse tanto del futuro como del presente. Analizar cual es la realidad actual, cuales son esos retos que están ya acuciando al ser humano y que deben ser resueltos en los próximos años: el cambio climático, la saturación de información que padece el ciudadano, el ascenso imparable de China, la crisis de la democracia... Uno de los más singulares, impensable hace solo algunos años es el Big Data. Google empieza a conocernos mejor que nosotros mismos, por lo que cada vez será capaz de afinar más a la hora de tentarnos con nuevos productos adaptados perfectamente a nuestros gustos y debilidades, incluso podrá llegarse al punto de que cree productos completamente personalizados (música, ropa) que nos sean absolutamente irresistibles: los algoritmos personalizados podrán llegar a tomar el timón de nuestras vidas y tomar decisiones por nosotros, lo cual acogeremos con plena satisfacción.

Otra de las realidades en la que hemos profundizado de manera frenética en los últimos tiempos es en la de la globalización. Ya no podemos controlar de donde viene lo que consumimos, ni siquiera sabemos si con nuestras acciones estamos contribuyendo a fomentar las injusticias que todavía janolan diversos puntos de nuestro planeta:

"¿Soy en verdad culpable de todo esto? No es fácil decirlo. Dado que dependo para mi existencia de una red alucinante de lazos económicos y políticos, y dado que las conexiones causales globales están tan enredadas, me cuesta responder incluso a las preguntas más sencillas, como de dónde viene mi almuerzo, quién elaboró los zapatos que llevo y qué está haciendo mi fondo de pensiones con mi dinero."

Los próximos años serán protagonizados por cambios jamás vistos ni esperados en la historia de la humanidad, hasta el punto de que el concepto de ser humano, podrá ser objeto de interpretaciones, ya que quizá lleguemos a ser capaces de mezclarnos con el flujo de datos que ya condiciona nuestras vidas y habitar en paraísos virtuales fabricados a medida de nuestros más íntimos deseos. Lo que vaya a ser realmente el futuro inmediato ya no depende de nuestras decisiones, porque nuestros márgenes de libertad cada vez serán más absorbidos por los algoritmos. Sin embargo, conservar un pequeño resquicio de personalidad que no pueda ser intuido ni analizado por las máquinas quizá sea lo que pueda conservar los lazos con nuestro antiguo ser.

miércoles, 5 de diciembre de 2018

EL ANZUELO DEL DIABLO (2014), DE LESLIE JAMISON. SOBRE LA EMPATÍA Y EL DOLOR DE LOS OTROS.

Existe en Estados Unicos una prueba deportiva extrema, el Maratón Barkley. No se trata de una carrera excesivamente conocida, pero está considerada por los expertos como el más mortífero reto al que puede someterse un corredor de fondo. No es raro el año que, de las pocas decenas de locos que se apuntan, ninguno de ellos consiga terminar. Se trata de 150 kilómetros de marcha campo a través atravesando los más sádicos obstáculos. Los cuerpos de los corredores terminan destrozados, pero para ellos la experiencia es edificante: un encuentro con sus propios límites y con el dolor en el estado más puro. 

El ensayo dedicado a Barkley es quizá el más brillante de los que componen un volumen que su autora ha dedicado a intentar expresar con palabras lo que es sentir dolor propio y lo que significa ponerse en el lugar del otro a la hora de intentar comprender el sufrimiento:

"El dolor ajeno es percibido por el observador como una experiencia propia. La empatía se convierte en una simetría forzada, un eco corporal."

 Jamison empieza exponiendo el dolor propio, el sentido en algunos episodios vitales en los que las malas decisiones propias o el azar acaban en experiencias muy desagradables, de las que al menos se acaba aprendiendo algo. Luego explora el mundo de los afectados por una enfermedad ficticia, el síndrome de Morgellons, que hace creer a sus víctimas que están invadidos por una especie de diminutos insectos que les provocan unos picores insoportables, con la consiguiente laceración de la piel, en algunos casos realmente pavorosa. 

El libro flojea en su última parte titulada "Gran teoría unificada del dolor femenino", porque abusa del tópico fomentado en los últimos años de exponer a la mujer como un ser sufriente y eternamente victimizado, llegando a hablar de una especie de "derecho a sufrir", algo difícilmente comprensible. Al final, Leslie Jamison quiere rizar tanto el rizo que sus frases caen el absurdo, lastrando la que hasta el momento era una obra estimable:

"Por descontado, hay noticias más llamativas que otras. La guerra es una noticia más llamativa que el hecho de que una chica tenga sentimientos encontrados porque un tío se la tiró y luego no se dignó llamarla. Pero no creo en una economía finita de la empatía; de hecho, creo que prestar atención a los demás nos da algo en la misma medida en que nos lo quita. Uno aprende a empezar a ver."