martes, 11 de septiembre de 2018

EL ANIMAL PÚBLICO (1999), DE MANUEL DELGADO. EL ROBINSON URBANO.

Desde hace siglos se sabe que el crecimiento de las ciudades es un motor fundamental para el progreso humano. El contacto entre personas que proporciona el espacio urbano hace que fluyan ideas nuevas y revolucionarias, influye en la polìtica y dota a la vida humana de una dimensión nueva, más interesante y llena de sorpresas. El paseante que atraviesa el umbral de su casa entra en un mundo plural e intensamente cambiante. El mero caminar puede traer encuentros inesperados o acontecimientos imprevistos. Con su sola presencia en la calle, el ciudadano está participando de una vida urbana trenzada en infinitos hilos, trenzados entre relaciones sociales, encuentros esporádicos e historias cotidianas. Para un antropólogo, la ciudad es un objeto de estudio inagotable, puesto que posee una amalgama de culturas y de formas de pensamiento diversos, variedad que se refuerza con un continuado fluir de gente proveniente de otros lugares. 

Al contrario de la vida rural, donde las formas de vida son más previsibles y la dinámica de las costumbres más arraigada, el campo de acción urbano es generador de libertad, incluso de la libertad que otorga el anonimato:

"Visto por el lado más positivo, lo urbano propiciaría un relajamiento en los controles sociales y una renuncia a las formas de vigilancia y fiscalización propias de colectividades pequeñas en que todo el mundo se conoce. Lo urbano, desde esta última perspectiva, contrastaría con lo comunal."

Está claro que para muchos vivir entre una multitud no es sinónimo de sentirse acompañado. Son esos seres anónimos, los que viven en pisos solitarios, los espíritus más vulnerables a ser captados por las formas más agresivas de la religión, aquellas que hacen proselitismo en la calle (el ejemplo más radical serían los hare krishna). Así, sentirse parte de algo, acceder a una explicación del mundo con un pleno sentido interno y sin fisuras, es una tentación grande para alguna gente. La mayoría se conforma con sobrevivir en el laberinto de calles que conforma la ciudad y dotarse de una especie de rutina que siempre en peligro de ser alterada por los acontecimientos más peregrinos, porque no todo lo que sucede, sobre todo en los no-lugares, en los lugares de tránsito a los que nos vemos obligados a acceder con regularidad, tiene sentido en la conformación de nuestras biografías individuales, pero puede tenerlo en la biografía secreta de ese ente superior que es la ciudad:

"El actor de la vida pública percibe y participa de series discontinuas de acontecimientos, secuencias informativas inconexas, materiales que no pueden ser encadenados para hacer de ellos un relato consistente, sino, a lo sumo, sketches o viñetas aisladas dotadas de cierta congruencia interna."

2 comentarios:

  1. El cuadro es impactante. Muchos seres informados tocándose y apretados en el espacio, pero cada uno en su propia historia, solos ante lo que les motiva y lejos de esas personas que está junto a él. Símbolo de ciudad impersonal. Me encanta el anonimato d elas grandes ciudades, pero me aterra esa soledad entre la gente.

    Un abrazo

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  2. Las grandes ciudades dan muchas más posibilidades de relacionarte con gente afín. El medio rural es peor en este sentido.

    Un abrazo.

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